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“La cuenta atrás de Justo Galeno y otros relatos” de Castro Lago

Ocho historias cortas y una colección de extras que certifican la capacidad de fabulación, la habilidad para el enredo y la inteligencia a la hora de imaginar tramas y personajes de su autor. Narraciones, retratos y situaciones planteadas como reversos y reflejos de la realidad, plagados de paradojas, sarcasmos e ironías, pero con una lógica siempre aguda y coherente. Destellos de lo que fue o pudo ser, así como de lo que podría ser tras la fachada de lo visible.

La escritura de Castro Lago es como su mirada. Está aquí y allí, capta la generalidad de cuanto abarca el gran angular de su visión sin que se le escape el detalle que diferencia, individualiza y caracteriza cuantos elementos conforman el fresco, la acción o la reflexión que traslada de manera ordenada y estética al papel. Inicio que después sabe dotar de vida propia para llevarlo de un modo fluido por derroteros nunca lineales, pero logrando que la sinuosidad de sus meandros no frene su ritmo ni le distraiga de su propósito. Es capaz de dar siempre con la motivación precisa, la casuística ambiental o el recurso formal con que conseguir una suspensión de la realidad verosímil. Íntima y emocional unas veces. Divertida y socarrona otras.

Giocondas a 50 euros es un claro ejemplo de ello. Una historia en la que se atreve con el basado en hechos reales, nada más y nada menos que con la desaparición de la Gioconda de las paredes del Museo de Louvre en agosto de 1911. Suceso a partir del cual indaga en la conducta humana, el capricho del destino y los avatares del paso del tiempo. Retos de los que sale más que airoso. La impresión a su fin no es la de haber leído una fantasía o una digresión, sino una alternativa al discurso oficial que, aun a pesar de no haber ocurrido supuestamente de semejante manera, no deja de haber sido posible.

Oscar Gray o el retrato de Dorian Wilde da fe de su orfebrería argumental. Persona y personaje, autenticidad y ficción unidas en un juego de doble metaliteratura, la que nos propone a sus lectores y la que tiene lugar en sus páginas. Ya no es Alicia quien se mira al espejo y lo traspasa, sino que es el otro lado el que lo deja para superponerse a nosotros en una aproximación que reflexiona sobre quiénes somos y qué imagen proyectamos, a la par que coquetea con el terror psicológico.

De Derecho a imaginar me quedo con su manera de sobrevolar la concatenación de pensamientos de sus protagonistas para armar un cuerpo en el que la realidad, la imaginación, la suposición y lo evidente acaban por formar un corpus en el que es imposible separar cualquiera de sus enfoques de los demás. En Querido hijo, Castro Lago evidencia que se puede volver una y otra vez a lo mismo y ser siempre diferente si se es capaz de entrar con humildad en la caja de pandora de los sentimientos. Asuntos hondos que conviven con el humor de El efecto pelirrojo, el romanticismo canónico de La cuenta atrás de Justo Galeano o el análisis del poder de los libros en sus lectores que revela A la atención de la bibliotecaria.  

En definitiva, una colección de cuentos y brevedades galardonadas y reconocidas por diversas entidades entre 2009 y 2020 que ahora podemos conocer gracias a este volumen. Un recopilatorio, prologado por el ingenio de Oscar Esquivias, con el que Castro Lago consolida la muy buena impresión causada con sus anteriores cobardes (2020) y Amantes, poetas, víctimas y otros infelices (2019). Y como extra, también es el autor de las ilustraciones que acompañan a sus historias. Escritor y artista, Jesús resulta ser lo que ya intuía, un hombre humanista.

La cuenta atrás de Justo Galeno y otros relatos, Castro Lago, 2022, Editorial Fagus.

«El final de un mito: la Gioconda del Museo del Prado» de José Fernando González Romero

 ¿Qué ocurriría si la Mona Lisa del Museo del Louvre no fuera la única que pintó Leonardo Da Vinci? Imaginemos, incluso, que no fuera la más importante de ellas. Esta es la hipótesis que lanza este breve, claro y bien expuesto ensayo a raíz de la restauración realizada en 2012 sobre la que considerada como copia de taller que atesora la principal pinacoteca española.

En 2012 el Museo del Louvre organizó una exposición en torno a la nueva imagen de Santa Ana, la Virgen y el niño. Pieza iniciada por Leonardo da Vinci en 1501 (y como tantas otras, inacabada a su muerte en 1519) y que se presentaba nuevamente en sociedad tras una restauración que muchos consideraron agresiva por la importante variación que el cuadro presentaba. Donde antes había homogeneidad técnica y cromática -achacable al efecto de la pátina del tiempo sobre los pigmentos y la técnica del toscano- ahora se apreciaban acabados diferentes y ausencias que antes no se percibían.

Con motivo de esta muestra el Museo del Prado prestó, previa restauración, su Mona Lisa, hasta entonces considerada una copia. El trabajo realizado en los talleres de nuestra pinacoteca más importante desveló que su fondo oscuro albergaba en realidad una composición similar a la de su referente. Tras la figura humana apareció una logia arquitectónica que da paso a un paisaje en el que la perspectiva aérea del genio del Renacimiento se prolonga hasta el infinito. Ahora bien, si es una copia, ¿cómo es que tanto su soporte (nogal vs. chopo) y sus materiales (lapislázuli y laca roja) son de mucha mejor calidad? Súmese a eso que no presenta las pérdidas que sí tiene la que González Romero denomina como su hermana.

¿Entonces? Según los especialistas de la institución madrileña, su pieza es una copia de la que atesora el museo parisino, realizada casi a la par que la que conocemos como original y que carece del toque maestro de aquella. Frente a esto, y además de lo señalado sobre los materiales, el autor de este ensayo se plantea por qué los análisis técnicos (reflectografías y radiografías) muestran las mismas correcciones en ambos retratos. Hipotiza cómo sería originalmente el retrato más mítico de la historia del arte de no ser por las pérdidas de veladuras (apreciables en cejas, pestañas y pelo), difusiones de contornos (eliminando la transición entre la figura humana y el paisaje) y oscurecimiento general (provocando una síntesis gestáltica) sufridos en estos quinientos años desde su realización.

Además de repasar la biografía, trayectoria y el contexto histórico, artístico y humanista en que vivió el nacido en Vinci, Gonzalez Romero elucubra sobre los conceptos de taller, discípulo y aprendiz, además del de encargo. ¿Pudo ser que Doménico De Ghirlandaio le encargara más de una imagen? En aquella época no dejaba de ser algo usual. ¿Qué Leonardo realizara el dibujo y composición de todas ellas y que alguno de sus discípulos más avezados completara su labor encargándose de los detalles? Y en ese caso, ¿quién fue ese dotado pintor?

Interrogantes que la documentación identificada hasta el momento no ha respondido con seguridad absoluta y que seguro que se volverán a escuchar y leer coincidiendo con la exposición sobre el 500 aniversario del fallecimiento de Leonardo que el Museo del Louvre inaugura el próximo 24 de octubre.

El final de un mito: la Gioconda del Museo del Prado, José Fernando González Romero, 2018, Ediciones Trea.