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«El banquete»: menú copioso y bien servido

Volvemos a los clásicos una y otra vez buscando principios, respuestas y guías que nos conduzcan en la incertidumbre del presente y la oscuridad del futuro. A pesar del paso del tiempo, sus palabras no solo nos sirven y tranquilizan, sino que nos inspiran y motivan. La Ferviente es ejemplo de ambos efectos con su deconstrucción de esta obra de Platón sobre el amor, el recuerdo y la perdurabilidad.

Decía San Juan que en el principio de todo existía el verbo. Tenía razón, más aún si se materializa de alguna manera. Durante muchos siglos -recuerdo El infinito en un junco de Irene Vallejo- fue el único medio con que nuestros ancestros pudieron transmitir sus dudas y certezas a los que les continuaban en la labor de vivir sobre la faz de la tierra. De no ser por aquellas tablas, papiros e inscripciones no hubiéramos sabido de la existencia, andanzas y pensamientos de personalidades como Platón, helénico ilustre que vivió en el siglo IV a.C. y que entre sus escritos nos dejó El banquete, obra en la que los comensales disertan acerca del amor y sus múltiples formas y grados, así como sobre su vivencia y sus consecuencias.

Tony Galán ha recogido aquella narración dialogada y la ha convertido en algo que tiene mucho mérito. Conserva la esencia indagadora de la filosofía, plantear preguntas sin tener porqué ofrecer respuestas concretas, y le da un estilo acorde a lo que se espera de una dramaturgia actual. Entretiene y sorprende, inquieta y sugiere. Una propuesta sobre la que Adrián Pulido ha trabajado un montaje que busca y consigue la implicación y participación de su espectador, yendo más allá de la cuarta pared, hasta provocarle intelectual y emocionalmente. Primero le hace disfrutar. Después le descoloca y le interroga. Finalmente le hace proyectarse en lo que está ocurriendo para situarse y posicionarse dentro de sí.

Lo que comienza como una chanza festiva y un jolgorio desenfadado con trazos de performance, absurdo y bacanal, insinuando gula y lujuria, hedonismo y sensualidad, evoluciona progresivamente hacia una dialéctica sobre la presencia y las relaciones, los vínculos y sus motivaciones, las interacciones que nos fijan, reconocen y perpetúan. Un camino que se apoya en el envoltorio golpe de efecto que suponen la escenografía y el vestuario diseñado por Pablo Chaves y la iluminación de Álvaro Guisado y que continúa con el progresivo despliegue interpretativo de sus seis actores y sus continuas entradas y salidas del escenario que atrapan en su propósito a los que les observan desde la platea.

Platón y su banquete están siempre ahí, pero lo que sus personajes conversan y discuten, proponen y conjeturan en la pequeña sala de exlímite transmite atemporalidad y universalidad, no se ve afectado por los siglos y la distancia geográfica entre ellos y nosotros. Ahí es donde Carmen Adrados, Tony Galán, Reyes García, Eneko Larrazabal, Leyre Morlán y Carolina Neka se funden, unen y coreografían con la puesta en escena, convirtiendo esa mesa y a sus invitados en un micro mundo de símbolos, metáforas y alegorías en la que se referencia a Lorca y a Leonardo da Vinci, se juega a lo coqueto y a lo macarra, pero sin perder el foco de lo serio y lo trascendente, lo esencial y lo nuclear de lo que nos hace seres humanos y sociales. Conscientes de la enormidad de nuestro presente, a la par que del carácter anecdótico de nuestra muy particular y singular historia personal.  

El banquete, en exlímite (Madrid).

Los excitantes «Sueños de Rupert»

Aventura de largo recorrido en la que se unen el automatismo de lo onírico, la simbiosis de los afectos y los rechazos y la deconstrucción de los parámetros sociales y culturales en que nos movemos. Un espectáculo agudo y ácido, recurrente e imaginativo, con un ritmo constante gracias a sus múltiples cambios de ambientes y al despliegue de registros interpretativos de sus actores. Una experiencia de la que formar parte participando en ella y dejándose llevar.

El atractivo de los sueños para artistas y creadores es que nada de lo que ocurre en ellos tiene una lógica aparente. Suceden sin más. El resto de los mortales nos empeñamos en darles sentido proyectando sobre ellos nuestra necesidad de ordenar y categorizar cuanto nos sucede. Creado por los primeros para demostrarle a los segundos que lo que pretenden no es posible, Sueños de Rupert es un montaje para ser vivido y percibido con los sentidos más que para ser transmitido o sintetizado en palabras. Lo que en él acontece tiene mucho más de atmosférico y colectivo que de intención discursiva entre un emisor y un destinatario.

Su propuesta es introducirnos en la psique de Leonardo, un misántropo conectado con el mundo a través de los videojuegos on line, para poner en orden los recuerdos de lo que sucedió en su familia dos décadas atrás. Un salto de la tecnología a la España cañí, embutidos y vino de por medio, para conocer a unos personajes tan poco especiales como peculiares. La finura del trabajo de Tomas Borczyk, director y coordinador de su dramaturgia, está en atravesar la generalidad de su simpleza para llegar a la individualidad de cada uno de ellos sin quedarse en el trazo grueso, el tremendismo o la caricatura histriónica de lo grotesco.

Camino por el que va tomando cuerpo un relato con muchas capas que no siempre avanza en modo cronológico, lo que ahonda en su intención y la premisa onírica de su punto de partida, la suspensión de la realidad. Aun así, no desconecta de esta en ningún momento. Cuanto ocurre aporta a conformar el amplio caleidoscopio de su propuesta en el que se habla de malos tratos, de corrupción y del interés por el cambio climático, pero también de lo banales que son nuestras intenciones, lo oscuro de nuestras motivaciones y lo retorcido de nuestros comportamientos.

Por ella pasean las lealtades familiares, los valores en los que fuimos criados y la conexión con nuestros ancestros. Y lo hace de una manera muy atractiva, construyendo una rítmica y fluida sucesión de imágenes y pasajes en las que prima lo estético y lo performativo, pero formando escenas y actos que nunca se desligan de lo narrativo. Logra alejarnos de la exigencia, la comodidad y la costumbre de las coordenadas de tiempo y lugar para hacernos volar por encima de la lógica con que solemos procesar lo que vivimos y captar, así, la verdad que se escapa al simbolismo de las palabras.

Su solidez escenográfica y el excepcional trabajo de sus intérpretes, tanto a nivel individual (brillante Carlos Cervera) como coral, hace que se asuman con total naturalidad los caprichos de su fabulación y su puesta en escena. Un recurso, el del quiebro artístico, manejado con precisión para mantener el ritmo de la representación y renovar continuamente la atención, seducción y atracción de una audiencia que transita durante más de cuatro horas por el teatro, la instalación y hasta un concierto en una suerte de inquietante e hipnótico viaje escénico y mental a partes iguales.

Sueños de Rupert, en exlímite (Madrid).