Archivo de la etiqueta: evolución

10 películas de 2019

Grandes nombres del cine, películas de distintos rincones del mundo, títulos producidos por plataformas de streaming, personajes e historias con enfoques diferentes,…

Cafarnaúm. La historia que el joven Zain le cuenta al juez ante el que testifica por haber denunciado a sus padres no solo es verosímil, sino que está contada con un realismo tal que a pesar de su crudeza no resulta en ningún momento sensacionalista. Al final de la proyección queda clara la máxima con la que comienza, nacer en una familia cuyo único propósito es sobrevivir en el Líbano actual es una condena que ningún niño merece.


Dolor y gloria. Cumple con todas las señas de identidad de su autor, pero al tiempo las supera para no dejar que nada disturbe la verdad de la historia que quiere contar. La serenidad espiritual y la tranquilidad narrativa que transmiten tanto su guión como su dirección se ven amplificadas por unos personajes tan sólidos y férreos como las interpretaciones de los actores que los encarnan.

Gracias a Dios. Una recreación de hechos reales más cerca del documental que de la ficción. Un guión que se centra en lo tangible, en las personas, los momentos y los actos pederastas cometidos por un cura y deja el campo de las emociones casi fuera de su narración, a merced de unos espectadores empáticos e inteligentes. Una dirección precisa, que no se desvía ni un milímetro de su propósito y unos actores soberbios que humanizan y honran a las personas que encarnan.

Los días que vendrán. Nueve meses de espera sin edulcorantes ni dramatismos, solo realismo por doquier. Teniendo presente al que aún no ha nacido, pero en pantalla los protagonistas son sus padres haciendo frente -por separado y conjuntamente- a las nuevas y próximas circunstancias. Intimidad auténtica, cercanía y diálogos verosímiles. Vida, presente y futura, coescrita y dirigida por Carlos Marques-Marcet con la misma sensibilidad que ya demostró en 10.000 km.

Utoya. 22 de julio. El horror de no saber lo que está pasando, de oír disparos, gritos y gente corriendo contado de manera magistral, tanto cinematográfica como éticamente. Trasladándonos fielmente lo que sucedió, pero sin utilizarlo para hacer alardes audiovisuales. Con un único plano secuencia que nos traslada desde el principio hasta el final el abismo terrorista que vivieron los que estaban en esta isla cercana a Oslo aquella tarde del 22 de julio de 2011.

Hasta siempre, hijo mío. Dos familias, dos matrimonios amigos y dos hijos -sin hermanos, por la política del hijo único del gobierno chino- quedan ligados de por vida en el momento en que uno de los pequeños fallece en presencia del otro. La muerte como hito que marca un antes y un después en todas las personas involucradas, da igual el tiempo que pase o lo mucho que cambie su entorno, aunque sea a la manera en que lo ha hecho el del gigante asiático en las últimas décadas.

Joker. Simbiosis total entre director y actor en una cinta oscura, retorcida y enferma, pero también valiente, sincera y honesta, en la que Joaquin Phoenix se declara heredero del genio de Robert de Niro. Un espectador pegado en la butaca, incapaz de retirar los ojos de la pantalla y alejarse del sufrimiento de una mente desordenada en un mundo cruel, agresivo y violento con todo aquel que esté al otro lado de sus barreras excluyentes.

Parásitos. Cuando crees que han terminado de exponerte las diversas capas de una comedia histriónica, te empujan repentinamente por un tobogán de misterio, thriller, terror y drama. El delirio deja de ser divertido para convertirse en una película tan intrépida e inimaginable como increíble e inteligente. Ya no eres espectador, sino un personaje más arrastrado y aplastado por la fuerza y la intensidad que Joon-ho Bong le imprime a su película.

La trinchera infinita. Tres trabajos perfectamente combinados. Un guión que estructura eficazmente los más de treinta años de su relato, ateniéndose a lo que es importante y esencial en cada instante. Una construcción audiovisual que nos adentra en las muchas atmósferas de su narración a pesar de su restringida escenografía. Unos personajes tan bien concebidos y dialogados como interpretados gestual y verbalmente.

El irlandés. Tres horas y medio de auténtico cine, de ese que es arte y esconde maestría en todos y cada uno de sus componentes técnicos y artísticos, en cada fotograma y secuencia. Solo el retoque digital de la postproducción te hace sentir que estás viendo una película actual, en todo lo demás este es un clásico a lo grande, de los que ver una y otra vez descubriendo en cada pase nuevas lecturas, visiones y ángulos creativos sobresalientes.

“24/7” de José Ramón Fernández, Javier García Yagüe y Yolanda Pallín

La última entrega de la “Trilogía de la juventud” se adentra en los inicios del siglo XXI para contarnos los retos y dificultades que se encontraban en ese momento los iniciados a la vida adulta en un entorno urbano en el que eclosionaban lo digital y el neoliberalismo y llegaba a su fin el dogma de que ir a la universidad te garantizaba un puesto de trabajo. Aunque no brilla como lo hicieron “Las manos” e “Imagina”, supone un correcto cierre al fresco sobre la evolución de España en la segunda mitad del s. XX que forman las tres juntas.

Tras contarnos la dureza de los años 40 y la dificultad de los 70, Fernández, García y Pallín nos exponen las dificultades que se encuentran los nietos e hijos de unos y otros para encontrar y construirse su lugar en el mundo. Las circunstancias han cambiado, ya no se lucha por conseguir comer o encontrar un trabajo con el que dar soporte a la vida como adulto. Pasada la barrera psicológica del 2000, el momento es el de darse de bruces con una situación en la que nada se rige bajo los principios que se les había prometido a los que deben dejar de vivir de sus padres para hacerlo por sí mismos.  

Una premisa bajo la que sus autores articulan esta obra siguiendo las mismas líneas que en las dos entregas anteriores. Servirse de los personajes elegidos para mostrar una realidad común a la gran mayoría de los que son como ellos (en la década de los 20, con estudios universitarios, sin experiencia laboral, residiendo en una gran ciudad…), y de esa manera hacernos comprender el contexto social -el individualismo prima sobre lo colectivo, la familia ya no es una entidad nuclear- y económico -contratos por obra y servicio, nuevas profesiones, sueldos ínfimos- en el que viven. Pero, aunque el punto de partida es similar y la estructura formal con que lo desarrolla está igual de bien trabajada, a 24/7 le falta la hondura y profundidad en el tratamiento de los temas, situaciones y vivencias escogidas que sí tenían Las manos e Imagina.  

La sensación es que, además de estar bien documentadas, el objetivo del proceso creativo de aquellas era transmitir la autenticidad de lo que se quería exponer y compartir con los potenciales espectadores. En cambio, 24/7 destila haberse centrado en el proceso formal de la escritura y haber reducido la búsqueda argumental a la recopilación de los tópicos -el gran hermano digital- y otros ecos del momento. Algo quizás achacable a no estar escrita mirando atrás -con el tamiz que la distancia temporal le da siempre al trabajo de edición- sino en tiempo real -inmersos en él y eligiendo qué contar más por influjo mediático que por contacto en primera persona-.

Habría que considerar cómo influyen en esta impresión los más de 18 años transcurridos desde su estreno, pero el resultado es que desde hoy sus personajes resultan planos, apenas conmueven y es difícil identificarse con ellos, cosa que sí que ocurría con sus antecesores. Incluso las situaciones que describen -el uso y las posibilidades de internet- transmiten más un aire de chatarra tecnológica, que de antropología, cultura e historia que sus precedentes.

24/7, José Ramón Fernández, Javier García Yagüe y Yolanda Pallín, 2001, Ediciones Cátedra.

«Hasta siempre, hijo mío»

Dos familias, dos matrimonios amigos y dos hijos -sin hermanos, por la política del hijo único del gobierno chino- quedan ligados de por vida en el momento en que uno de los pequeños fallece en presencia del otro. La muerte como hito que marca un antes y un después en todas las personas involucradas, da igual el tiempo que pase o lo mucho que cambie su entorno, aunque sea a la manera en que lo ha hecho el del gigante asiático en las últimas décadas.

Desde las primeras secuencias Hasta siempre, hijo mío deja claro que su propuesta no es solo narrativa, sino también emocional. No solo te cuenta qué sucede, sino que te traslada la atmósfera en la que se producen los acontecimientos que relata y la que estos generan. Puede parecer que algunas secuencias se alargan en exceso, pero en el momento en que te percatas del objetivo de Wang Xiaoshuai, cuanto se proyecta te resulta tan lógico como hermoso e hipnótico.

Esto nos lleva a darnos cuenta de que su cinta no combina dos historias, una privada, qué sucede tras el ahogamiento del joven protagonista, y una pública, la evolución económica y social de China desde los años 80 hasta hoy. La segunda ejerce un papel fundamental en la primera, no solo marcando sus coordenadas temporales y geográficas, sino también el carácter, el comportamiento y hasta muchas de las posibilidades vitales de sus protagonistas, tal y como hacía -y sigue haciendo- con la vida de cientos de millones de personas.

Un ambicioso fresco, perfectamente mostrado, que va desde la organización comunitaria de la vida laboral y personal de los trabajadores en las grandes fábricas en la que está marcado hasta qué poder hacer en el tiempo libre, a la eclosión del urbanismo de rascacielos, avenidas transitadas por coches de última generación, grandes aeropuertos y viviendas construidas con materiales de primera calidad. Un cambio radical que, sin embargo, queda en segundo plano en la vida de Yaoyun y Liyun cuando muere su hijo. Desde ese momento el dolor y el silencio lo llena todo, no solo les aísla y les traslada a cientos de kilómetros, sino que, incluso, les abstrae melancólicamente del mundo real, de las relaciones, el contacto y el diálogo con los demás.

Pero la película no se queda ahí, en las primeras consecuencias, sino que profundiza en ello y expone con sumo respeto cómo se actúa y se vive, incluso pasados los años, cuando el vacío impuesto por el destino -y las normas totalitarias del régimen comunista- se instala de manera permanente en la cotidianidad exterior y en el ánimo interior de quienes han visto eliminados de un plumazo sus roles de padre y madre hacia un tercero, y de integrantes de una familia ahora incompleta. Un universo desconocido para quien no se haya visto obligado a recorrerlo y en cuya profundidad Xiaoshuai se sumerge con total valentía para traernos hasta la superficie un relato cuya delicada y acertada exposición hace que resulte sublime.

Un círculo completo en el que queda claramente expuesto el rol y evolución de cada uno de los personajes, las relaciones -grupales e individuales- que mantienen en la constelación perfectamente diseñada que conforman, así como las múltiples formas que adquiere la vida para, a pesar de todo y aunque muchas veces ellos no lo sepan, no se percaten de ello o no quieran aceptarlo, mantenerles unidos.

“Cuando muera Chueca” de Ignacio Elpidio Domínguez Ruíz

¿Sigue siendo Chueca un barrio reivindicativo, un espacio de sociabilidad LGTBI? ¿Qué hizo que llegara a ser conocido como un barrio gay? ¿Ha sido un caso único? ¿Qué será en el futuro? Múltiples preguntas a las que este ensayo intenta dar respuestas claras y concisas considerando los muchos factores que intervienen sobre ellas.

CuandoMueraChueca.jpg

La identificación entre Chueca y el colectivo LGTBI es absoluta para muchos. Tanto para los que en su momento acudieron a sus calles buscando unas coordenadas geográficas en las que sentirse interiormente libres, como para aquellos que sin haberlas pisado necesitan establecer referentes que les ayuden a identificar conceptos, características o aspiraciones. Pero esto no fue siempre así, antes de que la bandera del arco iris ondeara simbólicamente en este barrio del centro de Madrid muchos de sus portales albergaban todo tipo de talleres (metalurgia, ebanistería,…) que a medida que la ciudad fue creciendo se trasladaron a sus exteriores. Los locales vacíos trajeron consigo la mudanza de las familias que vivían de ellos y en consecuencia, un parqué inmobiliario en desuso y desvalorizado.

Según explica Ignacio, esa circunstancia de gentrificación fue aprovechada por algunos de los muchos que necesitaban salir de allí donde residían -fuera en Madrid, fuera en otras localidades- para asentarse en un lugar en el que alquilar o comprar a bajo precio para poder vivir su identidad sexual, si no libremente, al menos sin la opresión y violencia ambiental que hasta hace bien poco era la tónica habitual donde quiera que miráramos en nuestro país. Así es como a lo largo de los años 80 se fue formando en Chueca una comunidad no solo unida por aquello de lo que escapaba, sino también por los lugares en los que compraba (comercio) y en los que se divertía (ocio), por los espacios públicos que compartía y por unos objetivos políticos y sociales que defendían activamente en el marco de la incipiente democracia española.

Desde entonces han cambiado muchas cosas. Entonces solo se consideraba la homosexualidad de los hombres y hoy la cuestión de la identidad sexual se ajusta más a la diversidad sexual y de género de la realidad (lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales). Los avances legales están ahí (matrimonio igualitario y adopción de parejas del mismo sexo desde junio de 2005) y la visión social ya no está mayoritariamente en contra, sino de casi plena aceptación (aunque quede mucho por hacer en el terreno de la educación formal e informal para una igualdad real).

Mientras tanto, lo que entonces era un entorno con unos límites muy definidos, hoy es un territorio urbano completamente permeabilizado que a medida que ha ganado público, se ha ido sometiendo a la ley capitalista de la oferta y la demanda. Esto ha empujado a que buena parte de sus antiguos vecinos hayan tenido que irse – y que muchos que antes sí hubieran sido capaces, ahora no hayan podido asentarse en sus coordenadas – por el incremento del coste de vida. Situación que ha provocado que sus espacios comerciales y lúdicos estén hoy destinados a clientes con un mayor poder adquisitivo (ya sean residentes, vecinos de otros barrios de Madrid o turistas tanto nacionales como internacionales). A su vez, la imagen pública del activismo ya no es solo la de sus reivindicaciones, sino también la festiva y amistosa que cada mes de julio transmite la celebración del Orgullo, lo que ha causado fricciones dentro del propio colectivo LGTBI.

¿Cómo se ha producido este proceso? ¿Qué tiene que ver la Chueca de hoy con la de finales del siglo XX? ¿Qué ha quedado de aquella? ¿Qué ha desaparecido? ¿Ha ocurrido lo mismo en Castro (San Francisco), Le Marais (París), Chelsea (Londres) o en cualquier otra ciudad de nuestro país? ¿Dónde tiene su «sede» hoy el activismo LGTBI?

Esas nada fáciles interrogantes son en las que se sumerge Cuando muera Chueca para exponer la complejidad antropológica de un proceso en el que converge no solo cómo hemos evolucionado a distintos niveles (local, nacional, internacional), sino también cómo lo hemos hecho en distintas esferas (social, económica y tecnológica, fundamentalmente). Una mirada a nuestro pasado más reciente que no tiene que ver únicamente con lo LGTBI y con Chueca, sino también con nuestro entendimiento y aceptación de la diversidad sexual y de género, con el tipo de sociedad que queremos ser, qué estamos dispuestos a reivindicar y cómo, así como los frutos y retos que este proceso evolutivo nos puede suponer.

Cuando muera Chueca, Ignacio Elpidio Domínguez Ruíz, 2018, Editorial Egales.

“Moscú (3.442 km)” de Patricia Benedicto

Algo más de cien años, los que unen Chejov con la actualidad para ver cómo la condición humana sigue siendo similar. Deseamos cambiar, evolucionar, ir a más, pero parece que somos incapaces de recorrer la distancia que separa nuestros deseos de su materialización. Una propuesta clara y directa que crea su propia historia a partir de su reinterpretación del dramaturgo ruso.

Moscu3442.jpg

En Tres hermanas, Chejov retrató el drama de la insatisfacción a través de otras tantas mujeres. Olga, Masha e Irina significaban la desdicha laboral, matrimonial y existencial y fantaseaban con poner fin a su mal el día que volvieran a Moscú. Sin embargo, por unos motivos o por otros, nunca llegaban a emprender ese viaje. Como en otros muchos títulos suyos, el autor de Tío Vania o El jardín de los cerezos reflejaba fielmente en esta obra estrenada en 1901 la esencia de la inconformidad y la incapacidad de vivir con plenitud el momento presente de la condición humana.

Un brillante ejercicio de universalidad y atemporalidad, tal y como demuestra el desarrollo que a partir de él elabora Patricia Benedicto. En el hoy, las conversaciones y los sueños de la mayoría de nosotros implican verse en otras coordenadas –lugar de residencia, trabajo, persona junto a la que dormir,…-, en algo que no se sabe si es una utopía caprichosa o una crítica gratuita del presente. Quizás un agujero negro cavado por nuestro propio ego que nos impide ver nada que no sea la satisfacción de nuestros deseos más inmediatos. Pero al que al tiempo estamos condenados por un entorno gobernado por los que nos han dicho que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.

Un salto entre aquel entonces y el ahora que Patricia consigue haciendo que los actores que encarnan a las tres hermanas se conviertan en ellos mismos. Elena, Laura y Antonio se colocan primero como notas al pie de página del texto de Chejov –siendo personajes e intérpretes a la par- para pasar después a ser los protagonistas de sus propias biografías. Así, los 3.442 km físicos iniciales se convierte en una alegoría del recorrido a salvar para vivir una vida que no solo sintamos satisfactoria, sino también con un futuro por delante.

Una distancia que también nos hace enfrentarnos con nosotros mismos. ¿De verdad queremos dejar de estar aquí? ¿Es ese allí la meta que realmente anhelamos? ¿Estamos dispuestos a dejar esta zona de confort donde los automatismos y la monotonía ocupan el lugar de la responsabilidad y la toma de conciencia? ¿Es este inmovilismo tan real como pretenden transmitir nuestras palabras? ¿Qué sucederá con nuestro mapa familiar y afectivo si llevamos a cabo semejante cambio?

Lo que comienza como un retrato familiar se convierte en una confrontación de cada personalidad consigo misma, a la par que entre todas ellas entre sí para dar con aquello que les une y les separa. Una propuesta compleja que su autora traza muy bien, aunque en la edición de su texto se echen en falta las soluciones que propone para que su puesta en escena consiga transmitir y consolide el viaje que nos lleva de Chejov a hoy y de la Rusia de principios del siglo XX a nuestra actual España.

«Inconsolable», la muerte del padre

Ni tu progenitor es eterno ni tú eres esa persona firme capaz de estar a la altura de todas las circunstancias. Dos afirmaciones que para Javier Goma Lanzón pasaron de la teoría a la práctica de golpe, en un instante que se convirtió en ese punto de inflexión en su vida que puso a prueba los cimientos de su identidad. Un texto profundamente humano y universal en su fondo y muy erudito en su forma, lo que puede suponer todo un reto para conseguir entrar en él.

Inconsolable.jpg

Si tomáramos el final de la vida como el principio, dedicándole tiempo, alegría y pensamientos optimistas, no supondría el drama impostado y el agujero negro conductual con que solemos afrontarla. Preparamos el nacimiento de una nueva persona, nos alegramos de ella, festejamos su llegada, pero cuando el camino llega a su final nuestros esfuerzos y energías son consumidos por la negación y la evitación, tanto de lo que va a ocurrir como, posteriormente, de lo que ha sucedido.

Javier Goma Lanzón vivió así esa primera parte y la segunda le llegó tan hondo, le dejó tan herido y desubicado que no encontró otra manera de sobrevivir a semejante hecatombe interior que escribir esta catarsis que es Inconsolable. Una disección de sí mismo, un dejar a un lado pudores, rémoras, vergüenzas y límites y ponerse frente a sus propias convicciones y valores, entrar en sus zonas inexploradas –esas que causan incomodidad y dolor-, así como a mirarse a sí mismo desde un punto de vista nuevo y quizás nunca practicado antes. No ya solo como un ejercicio de experimentación, sino llevado por una necesidad vital, una búsqueda impulsada por una energía nunca antes sentida.

Un desconcierto que nace en lo más profundo, que es una cuestión de fondo y no de forma y que así se muestra sobre el escenario del María Guerrero. Lo que se escucha y ve no es un drama, una herida que se abre, un cuerpo que se descarna y una voz desgarrada. No se queda ahí, sino que va mucho más allá, hasta ese punto inicial, esa primera célula, ese átomo de energía en el que Javier comienza a transformarse interiormente, a experimentar una (r)evolución tras la cual ya no será el mismo, será un nuevo yo, más completo y adulto aunque, paradójicamente, también consciente de un vacío que antes no sentía y que ha hecho desaparecer para dejar que ese hueco sea ahora ocupado por una nueva y acantilada sensación, la de orfandad.

Este es el viaje de un monólogo que es, como somos cualquiera de sus espectadores, sucesor, heredero y consecuencia de los muchos mitos, referentes y modelos que sobre la muerte nos han llegado hasta nuestros días a través de la historia, la literatura y la religión. Estoy seguro que veré y alcanzaré mucho más de este Inconsolable cuando vuelva a mí como un texto editado que leer y releer, captando todas aquellas imágenes y significados –como sus referencias mitológicas- que se me escaparon por su elevada retórica clásica. Pero cuyo sentido creo que me llegó gracias a la brillante interpretación de un entregado y sobresaliente Fernando Cayo, apoyado por unas sobrias y expresivas escenografía e iluminación, tan fieles como él al alma y el espíritu de lo vivido y escrito por Goma Lanzón y dirigido por Ernesto Caballero.

Inconsolable, en el Teatro María Guerrero (Madrid).

“Mama Rosa” de Fernando Debesa

Casi cincuenta años de la historia de una familia aristocrática y de la mujer que, siendo una niña, comienza como sirvienta y llega al final de su vida convertida en una madre en la sombra. Cinco actos muy bien estructurados y secuenciados, con múltiples personajes y diálogos vivos y ágiles a través de los cuales conocer cómo se articulaban en Chile las diferencias de clases y las preocupaciones, valores y motivaciones de cada estamento social en la primera mitad del siglo XX.

MamaRosa

En 1906 Chile sufrió uno de los grandes terremotos de su historia, ese acontecimiento es el argumento de la conversación con que arranca esta obra que según cuenta su introducción fue todo un hito en el país sudamericano cuando se estrenó en 1952. En escena aparece Manuela, la matriarca viuda de los Echevarría y encargada tanto de gestionar desde Santiago un importante patrimonio latifundista como de supervisar la correcta educación de sus cuatro jóvenes hijos, dos niños y dos niñas. La manera de ser presentados nos deja claro cuál será el tono de la obra, por un lado costumbrista en su manera de mostrarnos los modos conservadores de esta familia de rancio abolengo, por otro merengue y hasta ñoño con los edulcorados toques emocionales de sus diálogos y gestos en los momentos más sensibles.

El punto más realista, el de los pies en la tierra, lo pone Rosa, la joven introducida por su tía para servir a las dos hijas y que poco a poco se convertirá en su persona de confianza para vivir siempre a su sombra, acompañándolas en momentos que para ella son imposibles por su origen y por su falta de medios. Esta pobre, llegada del mundo rural y de rudo hablar –al igual que todos los sirvientes de la casa-, es el claro contrapunto de la escasa recompensa que tiene mantener las buenas costumbres y ser fiel a los convencionalismos sociales, nada que ganar cuando los cumple y mucho que perder cuando se aleja de ellos. A través de ella somos privilegiados testigos y coprotagonistas de la vida de personas marcadas por el peso de la religión y de la sangre, o que van en contra del dictado familiar, incumpliendo la encomienda de proyectar el apellido familiar hacia el futuro.

Cada acto supone un acertado avance en el tiempo de varios años en el que en el caso de los hijos y de Rosa pasamos de la niñez a la adolescencia, la primera adultez, la madurez y la vida ya consolidada. Estadios en los que cada tensión genera un conflicto cuya resolución hace evolucionar, bien hacia adelante bien estancándolo, a cada personaje. Sus acciones y puntos de vista sobre distintos temas –los candidatos a cónyuge, la amistad con personas del otro sexo, los embarazos fuera del matrimonio, la gestión del dinero,…- confrontados tanto entre ellos como con el parecer de la madre y también ama y señora, nos harán ver cómo evoluciona Chile y que está bien considerado y qué causa escándalo en cada etapa, teniendo siempre de mar de fondo el qué dirán. Mientras tanto, el país se abre al mundo admirando las modas que llegan de París, aprobando leyes que eliminan teóricamente la servidumbre y sentando las bases para la igualdad entre hombres y mujeres, y haciendo que la capital pase de ser una ciudad de palacetes a una urbe de grandes edificios.

Mama Rosa guarda dentro de sí el largo y lento proceso del cambio más o menos natural, quizás traumático en alguno de sus pasajes, pero sin duda alguna inevitable. Una evolución referida no solo al coto de las mentalidades y personas que habitan esta función, sino también a la generalidad de la sociedad que representan.

Interrogantes sobre “Esperando a Godot” de Samuel Beckett

waitingforgodot

¿Quién es Godot? La obra fue escrita en inglés en 1953, ¿tendrá algo que ver con Dios –God-?

¿Quién le espera? Dos hombres que duermen en el campo, Estragon y Vladimir. ¿Quiénes son? Nada más se dice ni se conoce de ellos. ¿A qué se dedican? A esperar la llegada de ese que quizás podría ser Dios.

¿Qué se cuenta? Como dos hombres de biografía inexistente aguardan la llegada de alguien de quien poco o nada se sabe. ¿Por qué será que esto podría ser similar a la vida de tantos y tantos individuos a lo largo de la historia vista bajo el prisma de la religión?

¿Qué ocurre durante la espera? Aparecen Pozzo y Lucky, y también un chico. Pozzo da órdenes, Lucky las recibe. Pozzo manda, Lucky cumple. Hoy son unos y mañana otros que no se asemejan a los de ayer. Ya lo decía Heráclito, la vida es continuo cambio, nada es lo que fue, ni siquiera un segundo después. El chico avisa, anuncia, adelanta, pero sin concretar, descubrir ni dar respuestas resolutivas a las interrogantes recibidas.

¿Dónde y cuándo sucede la obra? En un sitio sin nombre y sin fechas, en un lugar en el que hay un árbol con varias ramas, del que uno podría colgarse. ¿Será como la higuera que utilizó para ahorcarse Judas Iscariote?

¿Qué sentido tiene todo esto? Quizás sea no tenerlo. Todo lo que es, es una sola cosa y no es muchas más. No hay que pensar en las que podría ser, no es ninguna de ellas, solo es una que no es ninguna otra, la que es, la que le da sentido, existencialismo.

¿Qué se siente esperando a Godot? Desazón, angustia, asfixia, incredulidad y aturdimiento ante lo que se está viviendo, incoherencia, ansiedad, amargor. A la par que una extremada sensación de realidad y de control externo, quizás un gran hermano que nos aprisiona, quizás la locura y la barbarie, la cárcel y la lucha que intenta acabar con la imposibilidad de huir de lo visceral y lo irracional que forma parte del ser humano. Sin principio alguno, nihilismo.

¿Por qué leerla o verla representada? Para salir de las coordenadas espacio-tiempo en las que vivimos, de lo que avanza de atrás hacia adelante con lógica y adentrarnos en lo que es capaz de ser algo exprimiendo su nada, haciendo de una existencia vacía un juego de reglas ilógicas, tan falta de lógica que resulta ilógicamente coherente, el magnetismo del aparente absurdo.

¿Más preguntas?                                                                                                                               ¿Para qué?                                                                                                                                       Para saber más.                                                                                                                          ¿Con qué fin?                                                                                                                       Conocer.                                                                                                                                       Mejor experimentar y vivir.                                                                                                               No siempre es posible.                                                                                                         Pongamos el no cuando el sí no llegue, mientras tanto, iniciemos la lectura o dejemos que suba el telón y se inicie la función y… esperemos a Godot.

“Crisis Emocionales. Cómo salir airosos y reforzados de nuestras crisis” de Luis de Rivera

CrisisEmocionales

 

Toda evolución conlleva un período de crisis”, tenía 16 años cuando escribí esta frase en mis apuntes en clase de filosofía. Desde entonces siempre la he tenido presente, algo me dejó claro, que crisis no es sinónimo de tragedia, sino que cuando aparentemente algo va mal, ahí tienes una oportunidad si sabes cómo resolver la circunstancia que estás viviendo. Crisis: oportunidad.

Luis de Rivera, psiquiatra y psicoterapeuta, tiene un estilo distendido y una redacción amena con la que acercarse a todos los públicos. Su planteamiento inicial comienza con una pregunta: ¿Qué es una crisis? Me queda en el recuerdo de la lectura recién acabada la idea de que crisis podría ser todo momento de cambio obligado en las coordenadas internas en que está basada tu vida. La situación que te está aconteciendo, los sucesos que ya no tienen vuelta atrás, te obligan a cambiar el enfoque con el que te desenvuelves en tu mundo personal para seguir siendo líder y decisor de tu propio mapa, y no convertirte en un sujeto pasivo del mismo.

Simplificando –esto es una reseña- diríamos que hay crisis que surgen ajenas a uno mismo, externas, y otras que suceden por nuestra propia naturaleza o decisión, internas. Externas que “son ley de vida” (ej. la muerte de un ser querido de mayor edad a la tuya) y externas que surgen sin causa ni razón aparente (ej. las secuelas de un accidente de tráfico). E internas también comunes a todos (aunque cada persona y sus circunstancias las convierten en únicas), he ahí las que vivimos al inicio de cada etapa de nuestro crecimiento –físico y psicológico- a lo largo de nuestra existencia, y las que podemos llegar a provocar (ej. comenzar a vivir en un país extranjero) por la elección de llevar nuestra vida en una dirección determinada.

Externas naturales e inevitables e internas naturales e inevitables. Crisis que vivimos, oportunidades que tenemos de hacer crecer nuestra comprensión del mundo. Hitos que si superamos nos ayudan a vivir con una mayor intensidad cuanto nos sucede a nosotros mismos y a nuestro alrededor, así como a una mejor relación con nuestro alrededor.

Cuando las crisis no se superan y se prolongan, pueden llegar a provocar un letargo (incluso una peligrosa parada en parte/s o en su totalidad) en el crecimiento natural de nuestra conciencia, de nuestra madurez psicológica. Circunstancias que se revelan en alteraciones, inestabilidades y hasta en enfermedades mentales y físicas  que impiden nuestras evolución natural en ese “camino que se hace al andar” que es el recorrido vital de cada persona. Manifestaciones que son señales de una crisis que hay que resolver para seguir la pauta que nos marca la naturaleza, vivir en armonía y compresión –mayor a medida que pasa el tiempo- en interacción con el mundo (entorno, personas, acontecimientos) que nos rodea.

Para los no puestos en el mundo de la psiquiatría/psicoterapia hay pasajes de “Crisis emocionales” en que la sucesión de casuísticas o etapas de un proceso (y la explicación de sus características) convierten su lectura en un ejercicio de lectura técnica que dosificar a base de pequeñas píldoras según tu nivel de comprensión y asimilación. Momentos concretos en el conjunto de una lectura entretenida e interesante, una reflexión sobre la inevitabilidad de las crisis y la manera de convertirlas en oportunidades.

(imagen tomada de luisderivera.com)