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«Taxi Girl», historia de tres

Los triángulos amorosos son mucho más que una cuestión geométrica, son un espacio en el que las interacciones entre personalidades, puntos de vista y aspiraciones de los implicados provocan situaciones en las que lo físico y lo mental alcanzan cotas como las muy bien expuestas en este montaje. Un mundo complejo, íntimo, ardiente e impúdico en el que Eva Llorach y Celia Freijeiro se mueven como peces en el agua.

Primero fueron Henry Miller y June Mansfield en 1923 en Nueva York. Años después, ya en 1931, Henry Miller y Anais Nïn en París. A continuación, y siguiendo en la ciudad de la luz, Miller, Nin y Mansfield para después… El texto de María Velasco no mira únicamente al pasado para contarnos la historia de tres personajes a los que el paso del tiempo y la visión reduccionista de muchos círculos les ha dejado envueltos en una nebulosa de bohemia, sexo y conflictividad propia de los que se dedicaban a lo artístico en aquella díscola y convulsa etapa de entreguerras.

Su propuesta no tiene como fin disculparles ni explicarles, sino mostrarles tal y como supuestamente eran. Una disposición de ser que tiene mucho que ver con lo que hoy, casi un siglo después, seguimos queriendo y buscando. Autenticidad, espontaneidad, fidelidad a los instintos y a las pulsiones internas, zafarse de los convencionalismos y las reglas que no tienen como fin ayudarnos a vivir más y mejor, sino amedrentarnos y someternos al dictado de los que nos quieren controlar. Pero, tal y como subraya la puesta en escena de Javier Giner, el foco no está en el posible conflicto con el mundo exterior, sino en ellos, en qué dicen, en el tono de su expresión, en la propuesta de su actitud, en el uso que hacen de su cuerpo.

De principio a fin, la escenografía de Taxi Girl te atrapa con su suelo enmoquetado, sus luces tenues y la disposición de un mobiliario en un conjunto que ya desde su inicio destaca con el cuerpo tumbado de Eva Llorach como si fuera la imagen fija de una campaña publicitaria o los primeros fotogramas de una secuencia de cine negro. Estética y atmósfera en la que la que fuera la protagonista de Quien te cantará se desenvuelve a la perfección, dándole cuerpo, alma, rabia y deseo a un personaje, June Mansfield, en el que lo frágil y lo delicado están intrínsicamente unidos con la rudeza y la corporeidad bailarina de su presencia y su comportamiento.

Un espejo de sexualidad en el que se ve, se observa y se proyecta la imaginación escritora de un Henry Miller encarnado por la rotundidad carnal de Carlos Troya. A su vez, la cálida cadencia de su voz se enlaza con la alegre y fresca sensualidad de Anais Nïn/Celia Freijero en un ánimo de intelectualidad literaria en el que el fin creativo alienta la búsqueda, la exploración y la experimentación autobiográfica. Motor en el que estas tres personalidades pasan del encuentro físico protocolario a la ronda de la diversión y el dejarse llevar para, a partir de ahí, profundizar sin remilgos y con total autonomía en lo que les pide su piel, les dicta su corazón y calla su mente sobre roles, identidades y géneros.

El binomio Velasco & Giner en Taxi Girl (¿veremos algún día montada la lectura de Fuga de cuerpos que dramatizaron en el María Guerrero?) no solo nos traslada hasta el pasado de unos personajes reales, sino que los pone en comunicación con nuestro presente para trasladarnos la atemporalidad y lo mucho que tenemos pendiente en torno al sexo como experiencia, como lenguaje y como expresión de libertad.  

Taxi Girl, en el Teatro María Guerrero (Madrid, Centro Dramático Nacional).

10 películas de 2018

Cine español, francés, ruso, islandés, polaco, alemán, americano…, cintas con premios y reconocimientos,… éxitos de taquilla unas y desapercibidas otras,… mucho drama y acción, reivindicación política, algo de amor y un poco de comedia,…

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120 pulsaciones por minuto. Autenticidad, emoción y veracidad en cada fotograma hasta conformar una completa visión del activismo de Act Up París en 1990. Desde sus objetivos y manera de funcionar y trabajar hasta las realidades y dramas individuales de las personas que formaban la organización. Un logrado y emocionante retrato de los inicios de la historia de la lucha contra el sida con un mensaje muy bien expuesto que deja claro que la amenaza aún sigue vigente en todos sus frentes.

Call me by your name. El calor del verano, la fuerza del sol, el tacto de la luz, el alivio del agua fresca. La belleza de la Italia de postal, la esencia y la verdad de lo rural, la rotundidad del clasicismo y la perfección de sus formas. El mandato de la piel, la búsqueda de las miradas y el corazón que les sigue. Deseo, sonrisas, ganas, suspiros. La excitación de los sentidos, el poder de los sabores, los olores y el tacto.

Sin amor. Un hombre y una mujer que ni se quieren ni se respetan. Un padre y una madre que no ejercen. Dos personas que no cumplen los compromisos que asumieron en su pasado. Y entre ellos un niño negado, silenciado y despreciado. Una desoladora cinta sobre la frialdad humana, un sobresaliente retrato de las alienantes consecuencias que pueden tener la negación de las emociones y la incapacidad de sentir.

Yo, Tonya. Entrevistas en escenarios de estampados imposibles a personajes de lo más peculiar, vulgares incluso. Recreaciones que rescatan las hombreras de los 70, los colores estridentes de los 80 y los peinados desfasados de los 90,… Un biopic en forma de reality, con una excepcional dirección, que se debate entre la hipérbole y la acidez para revelar la falsedad y manipulación del sueño americano.

Heartstone, corazones de piedra. Con mucha sensibilidad y respetando el ritmo que tienen los acontecimientos que narra, esta película nos cuenta que no podemos esconder ni camuflar quiénes somos. Menos aun cuando se vive en un entorno tan apegado al discurrir de la naturaleza como es el norte de Islandia. Un hermoso retrato sobre el descubrimiento personal, el conflicto social cuando no se cumplen las etiquetas y la búsqueda de luz entre ambos frentes.

Custodia compartida. El hijo menor de edad como campo de batalla del divorcio de sus padres, como objeto sobre el que decide la justicia y queda a merced de sus decisiones. Hora y media de sobriedad y contención, entre el drama y el thriller, con un soberbio manejo del tiempo y una inteligente tensión que nos contagia el continuo estado de alerta en que viven sus protagonistas.

El capitán. Una cinta en un crudo y expresivo blanco y negro que deja a un lado el basado en hechos reales para adentrarse en la interrogante de hasta dónde pueden llevarnos el instinto de supervivencia y la vorágine animal de la guerra. La sobriedad de su fotografía y la dureza de su dirección construyen un relato árido y áspero sobre esa línea roja en que el alma y el corazón del hombre pierden todo rastro y señal de humanidad.

El reino. Ricardo Sorogoyen pisa el pedal del thriller y la intriga aún más fuerte de lo que lo hiciera en Que Dios nos perdone en una ficción plagada de guiños a la actualidad política y mediática más reciente. Un guión al que no le sobra ni le falta nada, unos actores siempre fantásticos con un Antonio de la Torre memorable, y una dirección con sello propio dan como resultado una cinta que seguro estará en todas las listas de lo mejor de 2018.

Cold war. El amor y el desamor en blanco y negro. Estético como una ilustración, irradiando belleza con su expresividad, con sus muchos matices de gris, sus claroscuros y sus zonas de luz brillante y de negra oscuridad. Un mapa de quince años que va desde Polonia hasta Berlín, París y Splitz en un intenso, seductor e impactante recorrido emocional en el que la música aporta la identidad del folklore nacional, la sensualidad del jazz y la locura del rock’n’roll.

Quién te cantará. Un misterio redondo en una historia circular que cuando vuelve a su punto inicial ha crecido, se ha hecho grande gracias a un guión perfecto, una puesta en escena precisa y unas actrices que están inmensas. Una cinta que evoca a algunos de los grandes nombres de la historia del cine pero que resulta auténtica por la fuerza, la seducción y la hipnosis de sus imágenes, sus diálogos y sus silencios.

«Quién te cantará», quién te atrapará

Un misterio redondo en una historia circular que cuando vuelve a su punto inicial ha crecido, se ha hecho grande gracias a un guión perfecto, una puesta en escena precisa y unas actrices que están inmensas. Una cinta que evoca a algunos de los grandes nombres de la historia del cine pero que resulta auténtica por la fuerza, la seducción y la hipnosis de sus imágenes, sus diálogos y sus silencios.  

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Carlos Vermut ha escrito y dirigido una historia que te lleva muy lejos para poderte dar las respuestas que demandan las oscuridades con que se inicia. Un viaje impulsado por la necesidad de tomar distancia para ser capaz de volver a poner orden y luz en una realidad que expulsó de sus coordenadas a sus protagonistas. Una endiablada intersección de rutas en la que se cruzan una mujer que por culpa de una amnesia accidental no sabe quién es y otra que no quiere ser quien es, acompañadas a su vez por otras dos con personalidades confusas y supeditadas a una complementariedad nada equilibrada con cada una de ellas.

Una búsqueda de la identidad y un anhelo de equilibrio interior que contrasta profundamente con la exquisita formalidad visual en cuanto a composición, luz y la combinación de quietud y movimiento con que se suceden las secuencias, haciendo aún más patente la brecha existencial de sus personajes. No hay un solo momento, un solo fotograma que no sea hipnótico, que te haga no solo mirar con los ojos, sino también con el alma, con el corazón, haciéndote ir más allá de lo visible. Un logro con el que Vermut se coloca a la altura de los grandes del cine.

Las miradas al mar y los cuerpos femeninos en simbiosis espiritual con las olas evocan a la Kim Novak del Vértigo de Hitchcok. El juego de espejos entre Lila y Violeta, la artista que no recuerda ni a su persona ni a su personaje y la fan que un día soñó con verse sobre un escenario, resulta análogo a los expuestos por David Lynch en muchas de sus películas. Al igual que sucede con las escenas de karaoke que protagoniza una inmensa Eva Llorach y la impactante dualidad que muestra Natalia de Molina cada vez que aparece.

En el caso de Najwa Nimri, no es solo su perturbadora interpretación, sino también su inquietante caracterización –peinado, maquillaje y vestuario- lo que hace de ella y de su Lila un ser que podría haber vivido anteriormente en alguno de los mundos paralelos a la realidad de Stanley Kubrick. Pero lo que hace grande a Quien te cantará es que Vermut no los copia ni los homenajea, sino que construye su propio relato.

Una olla a presión en forma de congoja a vital que se traslada al espectador haciendo que este salga de la proyección con la misma sensación que transmite Lila/Nimri cuando recostada en un sillón y con la voz quebrada dice desde que me desperté en el hospital, siento un ritmo todo el tiempo, es una canción lejana que retumba en todas las cosas. Quiero cantarla pero no puedo. Solo la siento. ¿Puedes tú? Porque a mí me va a reventar por dentro. Así es como se cierra el círculo de Quién te cantará, habiéndote encerrado en el fluir de su historia tras atraparte con la melodía y las letras de su música.