Un buen documental con un montaje que combina el vértigo de la sucesión de imágenes, la belleza plástica y el dinamismo de la danza, con el poder y el peso de las palabras. Una producción que podría ser aún mejor si no cayera en alguno de sus pasajes en el reality televisivo y si mostrara a Sergei Polunin no solo como bailarín y como hijo, sino también como un adulto con una vida propia.
Una de las conclusiones que se puede extraer de Dancer es que la práctica de la danza clásica es un camino indefinido y nebuloso en Occidente mientras que en las naciones de la órbita soviética forma parte del curriculum educativo. De ahí que estos países sean la cuna de las grandes figuras de este arte, que lo tengan como contenido estrella de su prime time televisivo y que haga que los más jóvenes sean parte del público asistente a las representaciones en los muchos teatros de su territorio que le dedican buena parte de su programación cultural.
Valoraciones secundarias aparte, la historia de Sergei Polunin tiene mucho de épica y de posmodernismo. Nace como muchos relatos, alguien sin medios que a base de esfuerzo, sacrificio y dedicación llega a lo más alto tras recorrer un camino en el que ha contado con la ayuda invisible de los suyos, aquellos que dedicaron lo muy poco que tenían a materializar sus posibilidades. Sin embargo, el reconocimiento público que supone ser la primera figura del Royal Ballet con solo 19 años no se asume como una meta, sino que no es más que un hito, un difícil punto de inflexión tras el que hay que seguir buscándole alicientes –tanto artísticos como personales- a la vida.
Hasta aquí un muy correcto planteamiento y desarrollo combinando grabaciones caseras, entrevistas en los ambientes naturales que le corresponden a los protagonistas –los padres de Sergei en Ucrania, sus compañeros bailarines en Londres-, los muchos titulares de prensa escrita y minutos de televisión generados por Sergei en apenas unos años, así como incluso tuits de su cuenta particular. Esta es la historia anterior a la génesis de Dancer y que se ve tan bien estudiada y documentada como narrada y editada. El reto está en mantener este nivel en la parte del documental que ya no mira al pasado, sino que nos relata desde el presente cómo Polunin se reinventa a sí mismo tras renunciar a la gloria que el éxito supuestamente conlleva.
Hay algo que no se plantea y que es de agradecer, que es iniciar esa etapa como un desierto en el que se vaga sin rumbo. La dirección de Steve Cantor deja claro que no se sabe hacia dónde se quiere ir, pero sí que su protagonista quería construir y recorrer su propia trayectoria. Las grabaciones ex proceso comienzan a ser un recurso importante a partir de ese momento, utilizado con la lógica que corresponde, como el testigo privilegiado que somos de algo que está tomando forma. Pero cuando toca salirse de lo artístico y entrar en el terreno más personal la cámara deja de ser cinematográfica y se torna en televisiva para pasar a ser casi un agente provocador de emociones a las que se les ve más una intención sensiblera de horario de máxima audiencia que de retrato del momento y la personalidad de aquellos a los que sigue.
Un aspecto en el que Dancer parece tropezar dos veces. Nos habla de la trayectoria artística de Sergei, desde que era un niño con gran potencial hasta que se convierte en una estrella mundial y posteriormente se trasciende a sí mismo. Deja claro cómo se forjó su personalidad y el peso que en ese proceso tuvieron tanto la disciplina de su profesión como su tesón por ser el mejor, así como la relación con sus padres, de afecto y cariño hasta que estos se divorciaron, de distancia y enfado posteriormente. Pero se echa en falta que mencione, que nos haga saber quién y cómo es Sergei como adulto, cómo se relaciona con el mundo más allá de su trabajo, si es que lo hace, en qué se basan sus relaciones personales, si es que las tiene.
Tratando estos aspectos Dancer podría haber seguido la estela brillante de Amy. La chica detrás del nombre y llegar a todos los públicos, al no hacerlo y con el paso del tiempo, probablemente sea recordado únicamente por los amantes de la danza, que no es poco.