No es un musical al uso. No contiene asombrosos números de baile y la historia que cuenta impacta más por su realismo y autenticidad que por las canciones con la que es contada. Y sin embargo, ese es su gran acierto, hacer de la música un lenguaje con el que también se puede contar un drama familiar y, gracias a su poder evocador, generar sonrisas sin desvirtuar un ápice de su desventura.
Casi normales es una muestra de que el arte del teatro musical y la conciencia humana han evolucionado. Décadas atrás los musicales eran historias que de una u otra manera estaban predestinados a desembocar en un inevitable final alegre. Por otro lado, el campo de la psicología era algo inexistente, las necesidades que nos planteábamos resolver eran las materiales y espirituales y tras estas, si acaso, las afectivas. No ha pasado tanto tiempo, pero la manera de crear y de vivir de entonces nos parece, vista desde hoy, encorsetada, aunque cierto es que era mucho más avanzada que en cualquier época anterior.
Ahora que ya llevamos casi dos décadas del siglo XXI podemos afirmar que todo estilo artístico –ya sea la literatura, la música o la pintura- ha sido capaz de adoptar variantes y registros nunca antes imaginados, sin que eso desvirtúe su esencia ni su papel como medios con los que estimularnos, tanto a nivel individual como colectivo. Esta producción de Brian Yorkey y Tom Kitt estrenada en Broadway en 2009 y adaptada a nuestro idioma con este montaje el pasado mes de septiembre, podría ser un perfecto ejemplo de ello.
Dividida en dos actos, cuando apenas ha cogido velocidad de crucero en el primero, un giro argumental deja a los espectadores clavados en sus butacas, comenzando entonces un in crescendo que alcanza antes del descanso y en el que permanecerá durante toda su segunda parte. Añádase a esta estructura formal, sin cuerpo de baile ni elaboradas coreografías, el tener como línea narrativa protagonista una dimensión muy íntima que hasta hace bien poco parecía casi inexistente -incluso a nivel social- como es lo anímico, lo psicológico, con un fondo psiquiátrico incluso. Así es como una partitura que se inicia con los aparentes colores alegres de una familia convencional –padre, madre, hijo e hija- torna inevitablemente en las gamas ocres y tonos mate de la inestabilidad y el esforzado intento por recuperarla.
Un terreno de arenas movedizas, el de la depresión y el desequilibrio emocional, que se muestra de manera muy correcta sobre el escenario, que el libreto describe de manera clara con mucho acierto y que los actores y cantantes interpretan combinando con sumo acierto la humanidad a flor de piel de sus personajes con la asertividad que el argumento tratado requiere. Pero al tiempo, con la entrega y la alegría que conllevan sus continuas notas de buen humor. Positividad y al mal tiempo buena cara, que dice el refrán y sin perder ni ceder una chispa de intensidad y creatividad.
Una eficaz escenografía que va poco más allá de una sobria estructura metálica y los juegos de luces, una música rock que resulta pegadiza y se amplifica por su constante presencia y la coralidad de un reparto que se complementa de manera muy efectiva, hacen de Casi normales una muy lograda y merecedora propuesta.
Casi normales, en el Teatro La Latina (Madrid).