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“Golden child” de David Henry Hwang

Un viaje entre el presente y el pasado de hace tres generaciones, entre la América de origen chino y la China que abrazaba el Cristianismo por influencia extranjera. Una contraposición sugerente que no defrauda, pero que no cumple las expectativas que promete por su excesiva formalidad dramática y por abordar únicamente la religión como un sistema de estructuración social y dejar a un lado la dimensión espiritual que se le supone.

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Golden child comienza con un hombre que duerme junto a su esposa embarazada, temiendo no llegar a ser un buen padre para el hijo que está en camino. En esas se le aparece su madre en sueños para contarle que puede contar con el apoyo de sus ancestros. Acto seguido la escena abandona el hoy del barrio de Manhattan y se convierte en Amoy, una pequeña localidad costera en el sureste de China.

Un ayer en el que sus habitantes no habían tenido contacto hasta entonces con el mundo occidental. Algo que comienza a suceder con la aparición de Tieng-Bing y su doble aportación, los regalos producto del comercio con gentes de otras naciones que le lleva a sus mujeres –un reloj de cuco, instrumental de cocina y un fonógrafo- y el hombre que le acompaña, un misionero que predica el cristianismo. Este, por su parte, se encuentra una sociedad polígama, donde hombres y mujeres tienen papeles muy definidos y los altares no están dedicados a deidades sino a antepasados en un compromiso tan o más fuerte que el que se mantiene con los vivos.

Un planteamiento que presenta por sí mismo un gran potencial de conflicto y sobre el que cabría esperar, más allá de esta trama, otras que confrontaran las personalidades, roles y relaciones –amistosas unas, conflictivas otras- entre sus personajes. Un deseo que no se ve plenamente satisfecho. Henry Hwang opta por ordenar y clarificar sus recuerdos personales –a partir de lo que en su día le contó su abuela- presentando un mapa familiar en un momento de cambio. Algo que hace muy bien, dejando claro que cada uno de sus miembros va mucho más allá de los diálogos que leemos. Pero lo que impide que ese potencial ofrezca los resultados que se esperaría del autor de la genial M. Butterfly es que cede el protagonismo dramático a un conflicto espiritual que apenas boceta.

Deja claro que en la familia tradicional china de principios del siglo XX el hombre se encarga de proveer y la mujer de servir y satisfacer. Sin embargo, el influjo occidental, tomado como moderno, hace que el protagonista crea que el conflicto que le generan aquellos valores o costumbres que no comparte –la cosificación de las mujeres, la imposibilidad de abandonar el lugar en el que se nació por fidelidad a las anteriores generaciones- se pueda ver resuelto adoptando el Cristianismo.

Una alternativa que solo se ve justificada, ni siquiera verdaderamente argumentada, como sistema de organización social, pero que en ningún momento se expone desde el punto de vista espiritual o de las creencias que supone. Es de suponer, por los motivos antes expuestos, que Golden child tiene para su autor un gran valor personal, pena que no haya conseguido trasladarlo a sus lectores.

Golden child, David Henry Hwang, 1996, Theatre Communications Group.

¡Dame teatro que me da la vida!

“Si te gusta leer no puedes dejar de ir a Half Price Books”, me dijeron. Y allá que fui a recorrer estanterías, a mirar nombres y títulos, a descubrir más de autores ya conocidos o a hojear a algunos no leídos hasta ahora. Después de perder la noción del tiempo largo rato y tomarme un café rodeado de libros –¡qué gran idea esa de una cafetería dentro de una librería!- salí con Arthur Miller, Tennessee Williams, Thornton Wilder y Terrence McNally bajo el brazo.

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Mundos impresos no solo de tinta, sino también de las vivencias de aquellos que ya los leyeron. Así son los libros de segunda mano. Visto así, hacerte con un volumen que ya pasó por las manos de otra persona tiene algo de ilusorio, de película de fantasía para adolescentes. Como si a lo que te produzca el autor, le sumaras, quizás enriqueciendo quizás contaminando, lo que le suscitó al que antes que tú fuera dueño de esas páginas.

Un gran espacio, una gran nave industrial, así es Half Price Books. Pero muy acogedora. Sus altos techos, lo diáfano del lugar, el paso tranquilo de sus visitantes, la pose relajada de sus dependientes, los carteles que cuelgan del techo dando nombre a cada una de las secciones, invitan a pasear por ella sin rumbo fijo. El simple placer de dejarse llevar. Primero el color de los cómics, después la grafía nipona de los mangas, más allá novelas de todas las temáticas (románticas, policíacas, históricas,…) hasta llegar a la zona solemne de los clásicos con Edith Warton y su “La edad de la inocencia” como destacado de la semana. Del otro lado, en la no ficción, la oferta es tanta como intereses tiene la vida (arte, viajes, economía, cocina, educación,…). Pero por ahí no va lo que busco, vuelvo al lado de la literatura hasta dar con el letrero que dice drama,  teatro en inglés.

Se siente el latido, a medida que me acerco aumenta la intensidad del boom que palpita desde las estanterías de lo que siento es el centro de este lugar, el motivo que me llama, por el que he venido hasta aquí. Bajo el cartel un pasillo sin salida que me despierta la mayor de las sonrisas, como la que provocaba la paga de los domingos cuando era niño ante la avalancha de chuches que esta traería consigo. Este es el momento en que me dejo a mí mismo a un lado y paso a ser las emociones, los sentimientos, las reacciones, las lágrimas y las sonrisas, los lloros, los miedos, los gritos, las ironías, las verdades y las confesiones que están en todas estas páginas llenas de diálogos, monólogos, soliloquios y conversaciones. Situaciones y momentos planteados en lugares y tiempos que da igual que sean reales, imaginados o supuestos.

Un repertorio de sensaciones que emanan los volúmenes que rozo con la yema de los dedos mientras recorro de arriba abajo y de izquierda a derecha cada una de las baldas de las estanterías. En los títulos ya leídos o ante autores conocidos el sentido del tacto se activa como si fuera una prolongación del corazón. Ahí quedan los hombres duros de la oficina de “Glengarry Glen Ross” de David Mamet, o su visión de lo que es el teatro en “Three uses of the knife”. Un poco más abajo el profundo ejercicio de introspección y absurdo de Samuel Beckett en “Esperando a Godot”. Hojeo “Murder in the catedral” de T.S.Eliot, pero no me atrevo con él, parece un inglés demasiado elaborado, voy a emplear más tiempo en descifrarlo que en disfrutarlo.

Llegando a la eme -a David Mamet le colocaron por la d- surge Arthur Miller, el hombre dotado de una extraordinaria delicadeza para diseccionar las dinámicas familiares: “Panorama desde el puente”, “Muerte de un viajante”,Todos los hijos” o “El precio”, sin olvidar esa ácida, incisiva y despiadada crítica a la caza de brujas que fueron “Las brujas de Salem”. Miller parece ser esa clase de autores que a base de escuchar, observar y fijarse en cuanto sucede a su alrededor es capaz de llegar a la esencia de lo auténtico y después mostrarlo. Pensando esto aparece “Después de la caída” entre sus títulos, en el que dicen que cuenta cómo fue su matrimonio con Marilyn Monroe. Quizás en esta ocasión la inspiración le vino de las propias vivencias. Me lo llevo.

Frente a él, el autor que parece ser todo vísceras y pasión primaria, Tennessee Williams. Su nombre, con tantas letras duplicadas, ya transmite insistencia e intensidad. Un clásico del siglo XX que hace genial a quien sabe estar a su altura. He ahí a Almodóvar sirviéndose de “Un tranvía llamado deseo” como hilo narrativo en “Todo sobre mi madre” con Huma Rojo tirada sobre el escenario buscando su corazón o Marisa Paredes diciéndole a Cecilia Roth en un garaje eso de “quien quiera que seas, siempre he confiado en la bondad de los desconocidos”. Sus frases nacen de donde lo hace la vida, poco hay tan profundo, desgarrador y liberador, tan sufrido y clamando libertad como los hijos de “El zoo de cristal”, el reverendo de “La noche de la iguana” o el matrimonio de “La gata sobre el tejido de zinc caliente”. Estos últimos no solo ante las convenciones sociales de los estados del sur de EE.UU., sino entre ellos y cada uno ante sí mismo. Parece que a través de ellos el señor Williams gritaba lo que él no era capaz de decir o aquello en lo que no se sentía escuchado por los suyos. Los títulos mencionados son algunos de sus grandes clásicos, lo único que conozco de él. Supongo que por eso “The notebook of Trigorin” con el añadido de “a free adaption of Anton Chekhov’s The Sea Gull” hace que me llame la atención. Me lo llevo.

Van dos, dos conocidos, dos que ya he leído, dos que ya he visto representados en diversas ocasiones sobre el escenario y adaptados en el cine. Toca también buscar algo nuevo, que no conozca, que me haga descubrir, que me pueda sorprender de manera que no pueda prever. Recurro primero a aquellos de los que he leído solo un título en el pasado, pero no veo nada de David Henry Hwang (“M. Butterfly” o la relación durante 20 años de un diplomático francés en China con una mujer que resultó ser un hombre, un basado en hechos reales con sentencias como “solo un hombre sabe cómo debe comportarse una mujer”), Tony Kushner (“Angels in America” y su genial visión de los fantasmas que el sida genera) o de Eugene O’Neill (“Largo viaje del día hacia la noche”, otra de familias con padres caníbales de sus hijos). Así que toca alguien a quien no haya leído nunca antes. Entre los nombres y apellidos enfrente de mí enfoco Thornton Wilder y “Our town”. ¿Merecerá la pena? Habrá que comprobarlo. Me lo llevo.

Con tres obras en la mano me doy por satisfecho, pero por el rabillo del ojo veo algo de cuya existencia sabía pero que no esperaba encontrar y que no puedo evitar sentirlo en las manos. “15 obras cortas de Terrence McNally”. Él fue el responsable de que comenzara a leer teatro. Cuando en 1997 vi en pantalla grande su adaptación de “Love! Valour! Compassion!” (¿quién fue el brillante distribuidor que en España la tituló “Con plumas y a lo loco”?) quise introducirme en esa historia en la que ocho hombres homosexuales convivían durante un fin de semana en las afueras de Nueva York. 48 horas llenas de amor y desamor, rechazo y amistad, compromiso y fin, miedo y aceptación,… Tardé un poco en llegar a su texto, entonces no existía el comercio electrónico. Sería cuatro años después en mi primer viaje a San Francisco donde lo conseguí, en la ya desaparecida A different light bookstore en el barrio del Castro. Y aquello fue mágico, maravilloso, de esas cosas que el tiempo dirá, pero que tras catorce años es ya uno de esos recuerdos que forman parte de mi bagaje vital. A continuación llegaría “Frankie and Johnny in the clair of moon” que él mismo adaptó también para el cine, dos torpes incapaces de darle una oportunidad al amor delicadamente interpretados por Michelle Pfeiffer y Al Pacino. Maria Callas debe ser una obsesión para él, por dos veces la ha hecho protagonista de sus historias. En “The Lisbon traviata” dos amigos discutían por una grabación de la genial griega en la capital portuguesa. En “Masterclass” la suponía ya retirada y como dura profesora de voces por formar, un papel que recientemente interpretó con maestría Norma Aleandro en los Teatros del Canal en Madrid y que parece ser es el que está en estos momentos rodando Meryl Streep. El texto de McNally y las dotes para la interpretación de la Streep, motivos lógicos para la expectación. Con todo esto en la cabeza, hojeo estas quince obras cortas. Decidido. Me las llevo.

Ahora sí. Ahora siento que la misión está cumplida. Satisfecho, sonriente. Con los cuatro libros en las manos como si fueran algo aún indefinido pero que acabará convirtiéndose en parte de mí me dirijo a la caja y pago los 13,09$ que me piden.

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(Fotografías tomadas en Dallas el 1 de julio de 2015)