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«Nido de pájaros» de Luis Maura

Un viaje de varias jornadas a su pueblo natal en el que Mateo recuerda su infancia y adolescencia en el armario, hace balance de su presente como adulto y se dispone a saldar los asuntos pendientes con sus orígenes que le impiden vivir(se) con plenitud. Una novela corta escrita con una absoluta precisión emocional y que transmite eficazmente las contrariedades de cómo nos relacionamos con nuestro entorno cuando no nos sentimos aceptados por él.

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En cada una de las cien páginas de Nido de pájaros podemos sentir la melancolía de su protagonista. En sus palabras de un hombre de treinta años confluyen un mar de sensaciones agridulces. El deseo de estar alegre por volver a ver a sus hermanos, su familia en primer grado desde que sus padres murieron hace años. La tristeza de sentir que no puede, no sabe o no ha sido capaz de contarles abiertamente que es homosexual. La frustración que le provoca el ver que quizás tiene poco o nada en común con ellos. La confusión de no dilucidar si es por tener una actitud y una disposición diferente ante la vida o si es por ese abismo existente entre él y los habitantes de su pueblo motivado por el hecho de que se sienta atraído física y afectivamente por otros hombres.

Hay muchas maneras de relatar lo que supone ser un niño, un joven o un adulto homosexual en un entorno que no solo ignora esa parte de ti, sino que te oprime y te maltrata colectiva y consensuadamente. Podría hacerse motivado por el enfado o con ánimo de denuncia, pero Luis Maura lo hace desde un lugar al que es difícil llegar y más costoso aún liberarlo de la injusticia sufrida y la herida infligida. Él lo hace escribiendo con gran frescura y naturalidad desde esa cicatriz que te recuerda que lo que pasó no fue una serie de momentos, sino una nube oscura, pesada y plomiza que no solo te ha seguido durante toda tu vida, sino que -aunque no mires hacia arriba- sigue ahí, también hoy, y amenaza con continuar mañana.

Un peso injusto del que solo puedes librarte revelándote, mostrándote y reivindicándote ante quienes te hicieron cargar con ello. Una liberación -muy acertado su símil quijotesco sobre cómo se imagina uno salir del armario antes de hacerlo- que solo será efectiva si la llevas a cabo en aquel lugar en el que las normas no escritas se convirtieron en leyes represoras de todo lo que necesita libertad (la creatividad, el amor, el deseo, el conocimiento de ti mismo…).

Una inmensidad que, sin embargo, no hace que el estilo de Maura sea taciturno ni dramático, sino conmovedoramente realista por la verdad con que transmite las emociones que Mateo vive en cada uno de los episodios presentes y pasados que relata, las sensaciones que le causan los diferentes encuentros cotidianos que va teniendo y los sentimientos contradictorios que capta en sus interlocutores.

Claves que se van conectando entre sí dándonos acceso a un fresco costumbrista de un pueblo de la Mancha de hoy, además de a la biografía y el corazón de un niño al que las burlas de los demás le hicieron sentirse diferente. De un adolescente que tomó conciencia de su orientación sexual mediante los insultos. Y de un adulto cansado de seguir evadiendo las miradas capciosas y los comentarios insolentes de quienes un día fueron su familia, sus vecinos y amigos, sus compañeros de clase.

Nido de pájaros, Luis Maura, 2019, Editorial Dos Bigotes.

Lo mejor está en “El porvenir”

Isabelle Huppert está tan deslumbrante que parece que lo es todo en esta película. Pero hay más, hay un guión muy bien construido que toca de manera equilibrada todos los planos de una biografía. Y una dirección que sabe hacer de la cotidianidad imágenes bellas y secuencias que se encadenan con la misma armonía con que se suceden las horas del día o las estaciones del año.

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Los años pasan y tu marido ya no es el hombre que te amaba sino el que duerme a tu lado; tu madre no es la persona que te cuidaba sino de la que tú te haces cargo; tus hijos ya no dependen de ti, se han convertido en seres ausentes que viven su propia vida; y en tu trabajo como profesora de filosofía en secundaria ves cómo el sistema educativo y el progreso de la sociedad está trayendo consigo jóvenes que luchan sin saber por y para qué, a los que la falta de principios y valores claros les está manipulando y sometiendo. Esas son las coordenadas en las que se mueve cada día Nathalie Chazeaux, con un punto de automatismo inconsciente, guiada por la costumbre, dejando que el estímulo le llegue únicamente a través de sus lecturas filosóficas y su colaboración con una editorial. Lo demás está bien tal y como está, un aparente equilibrio que a ella le vale.

A partir de esta estructura de esposa-madre-hija-profesional que cumplen tantas mujeres, Mia Hansen-Love nos introduce en una realidad que tiene tanto de particular e individual como de común con la mayor parte de los seres humanos de mediana edad del mundo occidental. Las situaciones, decisiones, dilemas y cambios a que ha de hacer frente Nathalie no son diferentes a los de cualquier otra persona, pero están mostrados con una delicadeza que los hace únicos, resaltando las sensaciones que provoca su vivencia y dejando claro –sin estridencias ni dramas- los sentimientos que generan.

Hansen-Love dirige la historia que ha escrito con una doble mirada, esa con que nos vemos desde fuera a nosotros mismos en los momentos de introspección, pero también la que posamos cada día sobre nuestro monótono alrededor cuando algo nos llama la atención y nos despierta la curiosidad. Prestando atención a los pequeños detalles –una canción, una cita literaria, un mapa,…-, pero haciendo de ellos únicamente lo que son, una extensión de la personalidad y los hábitos de sus personajes. Pinceladas que nos ayudan a concretarlos, pero que no le roban protagonismo a lo que es la verdadera manera de conocerlos, a través de lo que dicen, de cómo se mueven y cómo miran y se miran.

Isabelle Huppert es la protagonista con creces de El porvenir, no solo por ser la que mayor tiempo pasa en pantalla y ser su vida los acontecimientos que se están narrando, sino por todo lo que expresan sus ojos, su manera de gesticular con las manos, su siempre preciso saber estar y elegante caminar en los Alpes, en París o en una playa de la Bretaña,… No hay un solo instante en que no se pueda definir su trabajo como perfecto. Su capacidad interpretativa hace que Nathalie no sea solo una personalidad única, sino que es más, somos también los espectadores, desdoblados en dos planos, mirándola completamente entregados desde la butaca y haciendo de su corazón el nuestro.