Un monólogo que recorre de manera precisa los 75 años de vida de una mujer que pudo reinar y que no solo no lo hizo, sino que murió tras cuarenta años de reclusión. Una aparentemente sencilla, pero muy bien trabajada, puesta en escena que nos ofrece el lado más humano de la llamada “la loca”. Una Concha Velasco que sigue creciendo y sorprendiendo con cada nueva obra que interpreta.
De niña que se abraza a su madre a adulta abandonada por su padre. De joven nerviosa ante el primer encuentro con su prometido a viuda devota del cuerpo de su difunto. Juana, la hija de Isabel y Fernando, fue esas y muchas otras a las que vemos en esta función. La historia la apodó como “la loca”, un adjetivo equívoco con el que se ha intentado ocultar a una mujer que se atrevió a poner en duda las convenciones de cuantas circunstancias vivió. Se la jugó y todos se pusieron en su contra, incluso su marido y su progenitor le dieron la espalda. La ningunearon en vida, pero la posteridad, aunque quizás de manera tergiversada, la recuerda tanto o más que a ellos.
Un sino con algún que otro punto en común con el de Concha Velasco. Siempre dejó claro que lo que ella quería era ser artista y así fue como despuntó como chica de la cruz roja, se ha dejado ver en la gran pantalla infinidad de veces, ha publicitado artículos de lo más variopinto y presentado programas televisivos de todo tipo, pero el sitio donde destaca, brilla y luce en todo su esplendor es sobre los escenarios. Ahí es donde da rienda suelta a su pasión por la vida, su don para la comunicación, su capacidad creativa y su empatía para hacer sentir. Con este nuevo estreno, esta dama de 76 años lo logra una vez más. De manera total y absoluta, mágica, generando un ambiente y una atmósfera en la que solo existe oxígeno para respirarla y luz para verla a ella.
Aquella loca y esta artista se funden en alguien inigualable, la Reina Juana. Una tragedia única, un drama duro, pero afrontado por Juana con dignidad y por Concha con suma intuición, haciendo un eficaz y preciso encaje de bolillos para no hacer de la necesidad de expresarse de la monarca una exacerbada y alborotada caricatura. El texto de Ernesto Caballero nos presenta de manera sobria, pero profundamente efectiva y con un lenguaje lleno de lirismo, todas las facetas de esta mujer que quizás no vivió en el tiempo y lugar adecuado para su personalidad y condición. Hija, esposa y madre, personaje público y privado que tras no ser escuchado ni considerado en la primera parte de su vida, acabó silenciada y encerrada los últimos cuarenta años de su vida hasta su muerte.
Varias décadas que transcurren sobre las tablas de la Abadía con una casi sencilla pero muy efectiva escenografía, con un maestro uso de las luces y del sonido que, bajo la batuta de Gerardo Vera, se amoldan y acompasan con gran precisión al cuerpo de Concha y a los movimientos de Juana, al saber hacer de la Velasco y a un muy logrado repaso íntimo, vital y emocional de quien fuera reina de Castilla.
Reina Juana, en el Teatro de la Abadía (Madrid).