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Marc Janus: “Soy más cromático que figurativo o abstracto”

El proceso creativo de este vigués afincado en Madrid tiene unas profundas raíces artesanales. Cree que el término artista está devaluado por la manera fácil y recurrente con que lo manejamos, olvidando que tras tal denominación debe haber dedicación, entrega y trabajo. Antes de volcarse en la pintura, fue actor y productor escénico, pero en el año 2005 decidió focalizarse en lo plástico.

Su práctica parte del uso de sellos de madera que desde milenios antes de nuestra era hasta la revolución industrial se utilizaron en los territorios de la ruta de la seda para imprimir telas. “Material al que le doy un uso contemporáneo y con el que realizo un trabajo más cromático que figurativo o abstracto, aunque es cierto que el resultado implica una figuración geométrica”. Sellos que compra el mismo en sus viajes a los países en los que se pueden encontrar, como India, y cuya búsqueda le ha llevado a todo tipo de peripecias como adentrarse a caballo en las montañas de Manali. Experiencias que considera se imprimen en su personalidad y posteriormente impregnan sus imágenes.

Una práctica, la de los patrones, que ya formaba parte de su manera de trabajar antes de descubrir y contar con estos sellos, “lo hacía sirviéndome de papel de cocina, contaba con una infinidad de diseños que me llegaban de muchos rincones de todo el mundo”. Nunca se sintió atraído por el dibujo, aprendió a manejarlo y lo sigue practicando, pero de manera puntual, más como distracción y para realizar apuntes que posteriormente, al igual que las fotografías que él mismo toma, utiliza como recurso.

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Su jornada comienza a primera hora de la mañana, baja desde el tercer piso al primero del bloque de apartamentos en el que vive y allí pasa entre diez y doce horas diarias. Tiempo que inicia sin ideas fijas, mirando la tela, tanto si está en blanco como ya iniciada, sintiendo qué le pide y dejándose llevar. “Abro un bote de color que me lleva a otro y este a otro y cuando siento que el trabajo está acabado lo dejo estar y vuelvo a él, sin un plazo fijo, para valorarlo de la misma manera, cuando algo dentro de mí me dice que es el momento de hacerlo.”

Le gusta el formato grande, 2 x 2 metros, aunque practica igualmente tamaños menores como 50 x 50 y 50 x 73 cm para experimentar y aclarar ideas que posteriormente ampliar o intensificar, así como para optimizar materiales como el costoso lino belga que utiliza como soporte. “Me gusta esta tela porque expande la humedad de manera proporcional, permanecerá intacta durante siglos.” Una especificidad que busca de igual manera a la hora de conseguir los colores. “Para el efecto plata parto de pigmentos que se utilizan para evitar la corrosión de tubos industriales, y para el oro un compuesto de mica y dióxido de titanio.”

En ocasiones incluye en sus obras símbolos como el om o el dharma, mantras del budismo y el hinduismo, o el ensō japonés, “la búsqueda de la perfección nos hace asépticos”. Tuvo una época en que también plasmó textos, expresiones que le llamaban la atención y que pretendía hacer cotidianas transformándolas en algo estético. Una muestra de que su inspiración, más que en otros creadores, está en la contemplación ya sea de la naturaleza, ya sea de la población local con la que convive alojándose en domicilios familiares. “Viajo al sudeste asiático o a Sudamérica cada dos años, normalmente de diciembre a abril, para continuar la investigación y la búsqueda de sellos, variando el destino y empapándome de la cultura y el modo de vida, los modos y maneras de allí donde recalo. No puede faltar entre mis visitas el ir a un cementerio para observar cómo ponen a descansar a los que se van; un mercado y fijarme qué comen y cómo lo seleccionan; así como observar su moda, qué transmiten con lo que visten.”

Janus se da a conocer a través de su web (marcjanus.com) y cuenta con una marchante en Nueva York (Nathaly Charría). Más que en galerías, le gusta exponer en “espacios que integran las obras en sus propias dinámicas como sitios industriales. Ya puestos, llevaría mi arte a la calle, que se viera en marquesinas, en emplazamientos que lo acercaran a la gente que no acude proactivamente al arte”.

Versión ampliada del reportaje publicado en el número 271 de Descubrir el Arte (septiembre, 2021). Fotografías de Fernando Iglesias Más.

“El arte de ser feliz” de Arthur Schopenhauer

No es un manual de autoayuda, ni mucho menos. Tampoco un decálogo de reflexiones desde el trono del dogmatismo, la comodidad de aquel a quien la vida le ha tratado bien o al que le ha hecho sufrir. Son reflexiones resultado de la observación y el análisis hasta llegar a la síntesis de la eudemonología, al punto de equilibrio entre la razón y la emoción, así como entre nuestra vida interior y nuestro mundo social.

Este volumen nunca existió como tal en la carrera de Schopenhauer (1788-1860). Las cincuenta reglas en él compiladas están tomadas de distintos escritos elaborados a lo largo de su carrera, lo que denota su interés y preocupación por el tema. No con el ánimo de conseguir la fórmula secreta de la felicidad o la satisfacción, sino con el objetivo de vivir enfocando nuestros sentidos y centrando nuestro pensamiento en el presente, una toma de conciencia que acuña bajo el término de eudemonología. Logro que choca con supeditarnos al vicio de un pasado imposible de recuperar o a la quimera de un futuro inexistente, así como a la obsesión de estar más pendientes de lo que tenemos o no y de lo que los demás piensan o no de nosotros.

Una predicación del aquí y ahora y del sentir interior que recuerda a corrientes del pensamiento oriental como el budismo y que referencia a filósofos anteriores como Aristóteles, Platón o Kant. Schopenhauer no aboga por renunciar a lo material ni a la influencia de los demás, pero sí tener claro que cualquier vínculo relacional comienza por uno mismo, por conocerse sin filtros, reconocerse con honestidad y mirar transparentemente desde el punto en el que se está. Todo lo que no comience así traerá consigo malestar y enfermedad en el plano interior, insatisfacción y enfrentamiento en el exterior.

Su apuesta pasa por huir de la búsqueda del éxito y la alegría y enfocarnos en saber adaptarnos a las circunstancias que nos toque vivir y a lo que estas lleven aparejado. No se trata de instalarnos en el rechazo estoico de la posibilidad positiva, sino de ser realistas y asumir que la perfección no existe y que cuantas más ilusiones o fantasías proyectemos en lo que supuestamente está por venir, así como relecturas del pasado hagamos intentando encontrarle una lógica satisfactoria, más energía malgastaremos alejándonos de lo verdaderamente auténtico y real, el presente.

Pero Schopenhauer no es un predicador del fatalismo y la resignación. Su propósito es poner el foco en lo que considera vital, en que hemos de ser conscientes de que somos una pieza más en un engranaje de causas y efectos que no están supeditados a nosotros. No lo controlamos todo como creemos -he ahí las muestras meteorológicas o víricas de la naturaleza- y por eso una y otra vez nos vemos superados y arrastrados sin permiso ni clemencia por el torrente de la naturaleza y el paso del tiempo. Un caudal en el que nuestra labor consiste en saber mantenernos a flote y obtener lo mejor de allí por donde el destino nos lleve. Afrontarlo con actitud nutriente, y no como un proyecto en el que conseguir unos objetivos cuantificables pronosticados antes siquiera de haber comenzado su tránsito, hará que, quizás, seamos más felices.

El arte de ser feliz, Arthur Schopenhauer, 2018, Nórdica Libros.