A vueltas con el amor. ¿Otra vez? Sí. ¿Acaso no es el amor lo que nos mueve de continuo? Pero siempre desde la inconformidad. Cuando lo vivimos formalmente por lo que nos podemos estar perdiendo. Cuando no lo tenemos, por el vacío que evidencia su continuo deseo. Y mientras tanto, esa cortina de humo que es, o no, el sexo. 39 brevedades en las que Alex Pler combina la transparencia, la espontaneidad y la ingenuidad en una realidad que está a mitad de camino entre la verdad y la ficción de uno mismo.
Que Alex no tiene ningún problema en compartirse ya quedó claro en La noche nos alumbrará y que el amor, el eterno amor, está tan presente en su imaginario como en las letras de las canciones que escuchamos y los guiones de las películas que vemos, resultó patente en El mar llegaba hasta aquí. Uniendo lo uno y lo otro, junto con la inspiración generada por amantes y (des)amantes (como dice en la página final de agradecimientos), surgen estos relatos breves que también podrían considerarse apuntes de un escritor.
Conatos de grandes historias que, como no lo fueron en la vida real, tampoco lo van a ser en la literaria y a los que dedica sobre el papel el mismo tiempo que tuvieron ese día ya pasado en que sucedieron. Golpes de sinceridad emocional que una vez que toman forma escrita se cierran con un punto y final. Cada uno de ellos podría haber sido el inicio de algo que se quedó en un ensayo y error más, otra dosis de experiencia, un suma y sigue en eso que se llama vida, búsqueda, madurez o crecimiento. Aunque a veces dé la sensación de que estos términos sean eufemismos de lo que, impotentemente, sentimos como fracaso e imposibilidad.
Tiempo atrás vi una video entrevista en la que Pler decía que le interesaba practicar “el haiku” –será la influencia nipona de la que es tan fan-, ir a la esencia y la autenticidad, liberarse de adornos y circunloquios. Viendo que Alex se ha aplicado este principio a sí mismo –siempre nos quedará la duda de cuánto hay de autobiografía y cuánto de realidad ficcionada en estas escenas-, se ha de deducir que El amor desordenado tiene mucho de desnudez, pero de la difícil, la de la intimidad. En sus páginas queda claro que quitarse la ropa frente a un desconocido (o ante dos) es fácil, lo complicado es mostrar el corazón, sinónimo de algo mucho más delicado, de saber, aceptar y estar dispuestos a mostrar que somos vulnerables.
Me atrevo a decir que si eres esa clase de persona, disfrutarás como lector de El amor desordenado y percibirás la sensibilidad de las ilustraciones de Luitego, que le van como anillo al dedo (vaya, una imagen alegórica de ese término tan tremendo que es “compromiso”) a cada uno de sus episodios. Si no es tu caso, puede que seas una persona como esos hombres que, como en estas narraciones, ves dos o tres veces, encuentras una noche de fiesta, te hablan a través de una aplicación de contactos, te invitan a su casa o te visitan en la tuya y para los que sientes que al día siguiente no eres más que, si acaso, un vago recuerdo.