“Ir a Chefchaouen es como ir a Granada. La gente se cree que porque estás en Andalucía allí va a hacer un día espléndido, y luego llegas y qué frío. Dímelo a mí que fui hace un mes y con menudo catarro volví. Pues aquí en el norte de Marruecos es lo mismo con Chefchaouen, allí hay que ir abrigado, estás en lo alto de la sierra y lo mismo te encuentras hasta nieve.”
Con este consejo recibido durante el desayuno he comenzado el día. En el autobús CTM que cubría la ruta Tánger-Oujda he subido al asiento 42 para hacer en una hora los 60 km del trayecto Tetuán-Chefchaouen. Un recorrido por el inicio de la cordillera del Rif que me ha llevado de estar casi a nivel del mar hasta llegar a los 564 metros sobre este. Una carretera sinuosa que observa la altura que forma el valle del Oued Hajera, el cauce de un río prácticamente sin caudal pero con aspecto de acoger aguas turbulentas en los momentos de lluvias torrenciales. Pasada la primera subida el terreno yermo comienza a acoger pinos y en los últimos kilómetros de subida a Chefchaouen el suelo escarpado se ha llenado de olivos.
La subida no termina cuando llegas a la ciudad. La estación del autobús te deja abajo, y la ciudad antigua queda arriba en una empinada cuesta que pondrá a prueba tus gemelos si la subes andando. A mi llegada, llovía, llovía y llovía. Esperados unos minutos a que escampara y viendo que la nube estaba estancada en los montes que rodean la ciudad, finalmente me puse en marcha. El trayecto de quince minutos bajo la lluvia hasta llegar a la entrada a la medina mereció la pena.
La ciudad antigua
Entras en una medina, calles estrechas, puestos comerciales a uno y otro lado, con la salvedad de que en esta ocasión hay cuestas, estamos en lo alto del valle. La medina de Chefchaouen no es muy grande y en apenas unos minutos se llega a su centro, la plaza Uta-el Hamman, un espacio abierto en cuyo centro está el imponente recinto fortificado de paredes rojizas de la kasbah (alcazaba) que data del inicio de la ciudad a finales del s. XV.
En lo recorrido hasta entonces llama la atención que el colorido de las edificaciones no sea blanco. Aquí el color es… azul… en las fachadas, enmarcando puertas de madera, en las paredes, en las alturas,… Casi todo está pintado de este color y verte rodeado de azul te da sensación de sosiego y ligereza, de estar moviéndote en el agua más que sobre la tierra.
El impacto es realmente deslumbrante y todo un espectáculo en cuanto dejas atrás la plaza y la zona turístico-comercial (en un día como el de hoy con bastante españoles y japoneses) y comienzas a ascender por la zona más antigua y residencial. Muchas escaleras habrás de hacer para llegar hasta arriba, pero no te arrepentirás. A cada quiebro, a cada rincón, otro toque más de espectáculo azul.
La historia
El origen de Chefchaouen es similar al de Tetuán, hasta aquí llegaron musulmanes y judíos expulsados de la Península Ibérica y junto a los bereberes que habitaban las montañas del Rif fundaron en 1471 esta ciudad desde la que se planificaban y lanzaban campañas militares contra los portugueses que ocupaban Ceuta. Hasta iniciado el siglo XX la ciudad fue un completo bastión a las influencias externas, el cristiano que intentara entrar en ella sería recibido con la pena de muerte.
Los primeros en traspasar sus murallas finalmente fueron los españoles que llegaron a marcar el terreno con el inicio del protectorado en 1912. Para su sorpresa, se encontraron que la población de origen judío hablaba castellano medieval. Chefchaouen sería la última ciudad que las tropas españolas abandonarían cuando finalizó el protectorado para dar paso a la soberanía de Marruecos en 1956.
Hoy la ciudad parece vivir sólo del turismo –ese que en exceso le roba el alma a los lugares que coloniza- atrayendo a unos por su encanto azul y supuestamente a otros por lo fácil que aquí es adquirir marihuana (por dos veces hombres con chilaba me dijeron “eh, tú, ¿quieres una china?”, según Lonely Planet el Rif produce el 42% del cannabis mundial y supone el medio de 800.000 personas en la región). También dicen los entendidos que es el emplazamiento ideal para hacer trekking en los cercanos Parques Nacionales de Talassemtane –llegando a su cima, los 1.616 metros del pico Jebel El-Kelaa- y Bouhacem.
Joan Miró
La parte nueva de la ciudad no tiene encanto alguno, excepto la plaza de Mohammed V (el rey que recuperó la soberanía del país en 1956) cuyo diseño fue obra de Joan Miró. Supongo que del original no queda nada, porque lo que ves cuando llegas –al menos está de paso entre la medina y la estación de autobuses- te deja con sensación de… nada.