Los historiadores valorarán cuán fiel es esta reciente producción de HBO a las negociaciones que condujeron al acuerdo entre israelíes y palestinos en 1993. Los amantes del séptimo arte, la calidad de la adaptación a la gran pantalla de un texto teatral multipremiado. Para el común del público queda tomar nota de las claves con que dos partes enfrentadas pueden construir un futuro en común a pesar de sus muchas diferencias y recelos recíprocos.

La premisa es clara, relatarnos cómo comenzaron y prosiguieron los encuentros entre palestinos e israelíes que desembocaron en los Acuerdos de Oslo firmados en 1993. Conversaciones iniciadas de forma clandestina bajo el amparo de una discreta organización, la Fundación Fafo, con el apoyo de una funcionaria y el único conocimiento del Secretario de Estado de Exteriores del Gobierno de Noruega. La clave, y en lo que incide la película, es que se iniciaron alejadas de los focos mediáticos, sin el conocimiento de las burocracias estatales y poniendo el foco en el factor humano, en el encuentro entre personas sin intermediarios ni taquígrafos, al margen de cualquier influencia externa.
Contactos, encuentros y varias rondas de intensas conversaciones, discusiones y debates que se saldaron con el fin de la primera intifada y con la esperanza de una convivencia pacífica entre Israel y Palestina que el paso del tiempo se ha encargado de romper una y otra vez. Acontecimiento importante que inspiró a J.T. Rogers una obra teatral estrenada en Nueva York en 2016 , ganadora del Premio Tony un año después, y que ahora llega a nosotros en versión cinematográfica. Una adaptación firmada también por él, que funciona perfectamente a nivel de texto, pero con algunos elementos visuales que fallan por la simplicidad con que son plasmados.
El tono anaranjado de las secuencias localizadas en Israel parece más un filtro de Instagram que un planteamiento de dirección de fotografía. Los flashbacks a la escena de la intifada son introducidos con una obviedad conductista y su materialización con una dirección artística televisiva. El recurso, además, del abrigo amarillo que luce uno de los personajes protagonistas en las secuencias iniciales, en una ambientación de tonalidades frías, resulta manido y en las antípodas de cómo lo manejó en La lista de Schindler (1993) Steven Spielberg, curiosamente uno de los productores ejecutivos de esta película. Añádase la síntesis con que son presentados hebreos y árabes, para que nos hagamos una rápida imagen de su carácter, pensamiento y posicionamiento.
Desaciertos que la dirección de Bartlett Sher salva gracias a su sencillez. Su única intención es exponer qué sucedió en una mansión de Sarpsborg, a 90 kilómetros al sur de la capital noruega, lo que hace que su visionado resulte interesante. Logra que queramos ir más allá de lo plasmado en la pantalla, que analicemos lo que está sucediendo para deducir cómo fue el proceso de negociación, las fases que siguió y cuáles los elementos que lo permitieron evolucionar y los que lo pusieron en riesgo. De paso, y como subtexto, que realicemos una lectura paralela sobre el comportamiento humano, sus motivaciones, miedos y necesidades, así como de los asuntos externos que influyen sobre cualquier persona. A qué responde aquello que nos une y de dónde surgen las divergencias que nos separan y enfrentan, así como hasta dónde somos capaces de llegar impulsados por ellas.