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«Ava en la noche» de Manuel Vicent

Un echar la mirada atrás desde la ensoñación y la recreación motivadas por las varias décadas transcurridas desde que el joven David llegara a Madrid dispuesto a conocer a la condesa descalza y a iniciarse profesionalmente en el celuloide. Un relato con aires de costumbrismo e intenciones cronistas, pero más cercano a la mitificación y la leyenda cinematográfica.

Los pactos de Madrid de 1953 permitieron que el gobierno de Eisenhower se instalara militarmente en España. De paso, trajeron también consigo los hábitos consumistas y las costumbres publicistas de la primera potencia mundial, productoras que rodaron en nuestro país películas plagadas de centenares de extras y aviones por cuyas escalerillas descendieron en Barajas estrellas de la talla de Lana Turner, Orson Welles o Frank Sinatra. Pero si hubo una mujer cuyas andanzas en la capital hicieron correr ríos de tinta, esa fue Ava Gardner, de la que Vicent se declara admirador, súbdito y devoto en esta novela y cuyo protagonista debemos presuponer es, en buena medida, un alter ego suyo.  

No se trata de auditar su propuesta para averiguar cuánto hay en ella de biográfico y recordado, de crónica y evocación, así como de ficción porque seguro que es todo ello a la vez. Lo importante es lo que construye y consigue con ello. Lo primero es elaborar un relato de aquel tiempo en que todo denotaba ser resultado de una brutal contienda, motivo por el que las notas de color -como todo lo que tuviera con ver con lo artístico o lo estético- o las posibilidades materiales -siempre ligadas al poder adquisitivo- eran ensalzadas y percibidas con mayor brillo del que tuvieran per se. Lo segundo es una reflexión bien trazado de lo que suponía crecer y madurar en aquellas coordenadas, aunque demasiado contagiado de ensoñaciones fílmicas.

A este lado de las páginas parece que Manuel Vicent juega con acercamientos a la metaliteratura –un aspirante a director y guionista con un cuaderno en el que toma notas de la misma realidad que nos es narrada-, el verismo -las escenas en el Bar Chicote y en el Café Gijón- de aquel que ejerce de intermediario entre lo que ocurrió y quien no tuvo la oportunidad de estar allí, y el cronista conocedor de aquel tiempo y lugar -los crímenes de Jarabo- y que se sirve de los datos y las anécdotas que ha tomado prestadas -sobre todo en lo referente a la Gardner- de toda clase de fuentes -orales, escritas, oficiales y clandestinas y casi nunca confirmadas o difícilmente contrastables-.

Cierto es que Ava en la noche carece de pretenciosidad alguna y no se propone más que testimoniar cómo se formulan los sueños y los caminos por los que nos llevan cuando intentamos materializarlos. Una nebulosa cargada de nombres con solera, más bocetados que caricaturizados, generando una sensación de proyección sobre una gran pantalla cercana al cuento. Una narración que torna en fábula amable cuando deja a un lado el sentir y la percepción de quien nos guía, así como la lectura amable o condescendiente de sus circunstancias y pone el foco en las coordenadas dramáticas en que se encuentra. Una combinación de puntos de vista que, en el fondo, no deja de ser una manera de recordar y revivir.

Ava en la noche, Manuel Vicent, 2020, Editorial Alfaguara.