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Propósitos del nuevo curso

Septiembre es como enero. Entonces comienza el año y ahora volvemos al colegio. El parón estival del mes de agosto y los días de Navidad previos nos obligan a reflexionar, a tomar nota de lo que nos falta y nos sobra, de lo que echamos de menos y de lo que nos gustaría y no tenemos o somos. Y sea por él ánimo de ser mejores que ayer, sea por la presión de un entorno que se repite y excusa sus miserias iluminando las de los demás, la cuestión es que estos días soñamos con un futuro diferente de nuestro presente.

Buscamos o nos tropezamos con nuestro cuerpo en el espejo y automáticamente aplicamos un par de filtros. O el de la conformidad seguida de insatisfacción, me veo bien, pero no suficiente. O el de la tragedia continuada del de la culpabilidad, estoy fatal y voy camino de calificarme como horrendo. El hay que mejorar y el ponerle fin a esto convergen en el doble propósito de comer mejor y hacer más ejercicio. Nos proponemos ser más fieles a la dieta por la que optemos, o nos prescriban, que a cualquier fe religiosa que hayamos practicado, así como ir al gimnasio y no dejar de hacer ni una de las tablas, series y repeticiones que el monitor nos sugerirá tras haber pagado una cuota anual o retomado aquella que aparcamos apenas suscrita por culpa de Filomena.  

Los políticos dicen que vuelven con los ánimos renovados, llenos de propuestas con las que resolver todos y cada uno de los males que nos asolan. Lo más probable es que lo que hayan trabajado sean sus estrategias de marketing y comunicación, planificando actos aquí y declaraciones allá, argumentarios de una manera y de otra, con uno y otro sentido para seguir en el candelero sea como sea. Estando al tanto de lo que dice el contrario para darle el zasca oportuno y recurrente en las redes sociales. Esa banalidad con la que sacian al que ya les vota y encrespan al que no coincide con sus propuestas. Yo soy vuestro salvador y estoy aquí para iluminaros. Ruido. Quítate tú que ya me pongo yo. Más ruido. Yo sé y tú no sabes. Aún más ruido. A ver cómo prendo fuego a esto para ser el único que sobreviva al incendio. Cuanto peor, mejor.

El retorno a la jornada laboral acentúa nuestra neurosis. Decimos querer conciliar, tener tiempo para lo personal, para dejarnos fluir y ser y practicar aquella faceta aún ocultar en la que reside la esencia de nuestro ser, pero a lo que no sabemos cómo darle salida. Al tiempo, secretamente damos rienda suelta a nuestra ambición y nos proyectamos en un futuro en el que se nos valora, reconoce y da la oportunidad de demostrar lo que somos capaces de hacer y de lograr. Puede que en unos días hayamos dejado atrás tanto una opción como otra y nos volvamos a asentar en la rutina, la monotonía y la zona de confort. Quizás no y entraremos en coordenadas de enfado y frustración por las negativas recibidas, o de orgullo y satisfacción por los resultados conseguidos. A ver con qué gesto volvemos a casa al final del día.

Las librerías se llenan de novedades. Y los lectores nos volvemos locos. Queremos leer todos los títulos, tanto los de los autores a los que somos fieles como a esos otros por los que sentimos una extraña atracción desde fechas difíciles de precisar, pero recordamos lo que nos esperan en casa. Esos montones, más o menos agrupados y ordenados, que se han convertido en paisaje. Esa columna de pendientes a la que progresivamente hemos dado forma sobre el suelo, agrupados como isletas sobre una mesa o aprovechando huecos en una estantería. Sea como sea, nos haremos con alguno y compartiremos otros para embaucarnos en sus propuestas de sumergirnos en mundos diferentes al nuestro y en visiones necesarias para nuestra imaginación.

El noveno mes del año suelen ser en el que más rupturas matrimoniales se formalizan en los juzgados. Sumémosles a estas las de todos esos que no habían firmado un papel oficial para sellar, confirmar o dar carta de entidad a su relación. Aunque también están esos que han vuelto de la playa, la casa rural o la ruta de una semana a una, dos o varias horas de avión encantados, ilusionados y emocionados con ese o esa con el que han compartido la experiencia gran hermano. No solo sin tirarse los trastos, sino sintiendo ese extraño revoloteo de mariposas en el estómago y han decidido dar el paso de domiciliarse en la misma dirección. Entre unos y otros, los que seguirán tan acompañados o en soledad -ya sea con alguien al lado, ya sea consigo mismos- como antes.

Los medios de comunicación se lanzan a la carrera promocional. Nos cuentan que van a estar más cerca de nosotros, de los personajes y de los hechos, de la verdad que estamos deseosos de conocer. Suenan repetidos, como si pretendieran cambiar el envoltorio, pero no la esencia de aquello a lo que se dedican. A ver cómo conjugan los objetivos y métodos del periodismo en el tratamiento de los protagonistas de la noticia, los datos que reflejan la realidad de los hechos que marcan la actualidad y los referentes con que darán contexto a unos y otros para que los que estamos de este lado nos hagamos una imagen lo más objetiva y contrastada posible de la realidad. Al tiempo, estemos alertas para no dejarnos embaucar por los posibles artificios a lo que puedan recurrir en su lucha por las cifras de audiencia y el consiguiente reparto de la tarta publicitaria.

Retomar el inglés u olvidarse definitivamente de él. Irse a la cama ocho horas antes de que suene el despertador para no lucir ojeras y bostezar cual mapache a la mañana siguiente. No volver a calentarse con lo visto o leído aquí y allá. Llamar más frecuentemente a la familia y a los amigos, o borrar el número de algunos de ellos de la agenda de contactos. Hacer planes con los niños, aunque eso implique lumbago, comer hamburguesas y ver películas infumables. Y seguir así hasta el infinito, actualizando la lista de propósitos escrita en papel, tecleada o redactada con humo mental el pasado enero, o adelantando el borrador de la que probablemente intentaremos concretar en unas semanas entre cenas, uvas y champán.  

“La comunicación política” de Gianpietro Mazzoleni

ComunicacionPolitica

Un mensaje que transmite un emisor hacia un receptor a través de un canal utilizando un código, un lenguaje determinado, esta es la base de la comunicación. ¿También cuando se trata de comunicación política? Podríamos plantearnos que los partidos e instituciones, así como sus representantes son los emisores, los ciudadanos los receptores y los medios de comunicación el canal. Sin embargo, desde siempre se ha hablado de los medios como el cuarto poder (junto a ejecutivo, legislativo y judicial) y por ello de su influencia subjetiva sobre emisores y receptores, ¿podemos considerar a los medios tan solo entonces como canal? ¿En qué medida son también emisores políticos condicionando a los partidos e instituciones, reelaborando los mensajes que estos dirigen a sus audiencias –unas veces como ciudadanos y otras como potenciales votantes-, o formando incluso parte del entramado político por su línea editorial o intereses empresariales?

Entre los políticos, ¿qué función ha de cumplir la comunicación en su gestión y papel social? La teoría nos dice que informar (de sus planteamientos) en el caso de los partidos, y también el de formar (sobre sus decisiones) en el de las instituciones. ¿Es así? ¿Dónde está el límite entre la comunicación y la propaganda en los partidos, o entre la comunicación y la publicidad en las instituciones? ¿Dónde está la línea roja  que diferencie el contenido de los mensajes a emitir por los partidos y las instituciones que estos gobiernan por delegación de los ciudadanos?

Vivimos tiempos en los que los medios dedican gran espacio y tiempo a lo que llamamos “la actualidad política”, ¿a qué es debido? ¿Qué crea tal actualidad? ¿Es contenido de valor generado por las instituciones políticas? ¿O por los medios como manera de cubrir espacio a bajo coste y los partidos y sus líderes aprovechan esta necesidad para fomentar su imagen? ¿Qué papel cumplen en este entramado las nuevas tecnologías o los expertos en marketing y comunicación encargados de la comunicación y el posicionamiento de imagen de partidos y sus líderes?

Y las audiencias de los medios, los seguidores de los partidos políticos, los ciudadanos a cuyo servicio están las administraciones públicas, ¿qué papel cumplimos al respecto? ¿Cómo influimos sobre los medios bajo el mecanismo de formar o no parte de su audiencia? ¿Y sobre los políticos? ¿Alguna otra manera aparte de dar audiencia a los contenidos que ellos protagonizan, votar cada cuatro años o ser entrevistados de manera aleatoria en encuestas de opinión?

Las múltiples respuestas a estas preguntas, entre otras muchas, son la esencia del análisis que Mazzoleni, profesor de comunicación política y sociología de la comunicación en la Universidad de Milán, realiza en este trabajo que está a medio camino entre el ensayo y la investigación académica, entre el análisis y la profusión de citas y mención a autores insertadas en su redacción. Cuestión esta que, a diferencia de cuando se opta por incluir estas cuestiones a modo de citas a pie de página, en algunos momentos dificulta la lectura por no permitir al lector centrarse en el hilo argumental que le ha de guiar. El otro pero a este título es la no mención a las redes sociales –la edición de Alianza Editorial en el mercado es de 2010-, lo que pide una puesta al día para considerar este último componente ya consolidado de la comunicación política para así complementar el estudio tan serio y profuso que sí hace del resto de sus factores y de las relaciones entre ellos.