Un buen inicio y un brutal y eficaz giro de 360 grados tras al que a la película le cuesta impulsarse de nuevo. Un thriller lleno de convencionalismos, bien utilizados unas veces, puro trámite en otras ocasiones. Actores correctos en una historia que avanza alternando la intriga con la sorpresa.
El arranque te deja pegado a la butaca, un niño deambula por una carretera por la que parece desorientado. Acto seguido está en un hospital y no responde a las preguntas de la policía. Mientras tanto, Patricia de Lucas, una famosa abogada, gana el juicio en el que ha ayudado a un cargo público a ser declarado inocente de cargos relacionados con malversación y corrupción política. Ellos son la madre y el hijo que ha vivido el acontecimiento que responde al título de la película. La investigación que comienza entonces plantea una serie de interrogantes que nos introducen tanto en la trama como en el hogar de esta mujer soltera, profesional exitosa, influyente y con contactos allí donde haga falta tenerlos.
Blanca Portillo domina la cámara casi tanto como las tablas teatrales y no hay línea o plano que se le resista, aunque destile un saber hacer tan extraordinario que en algún momento haga que su presencia sea más grande que la de su personaje. Cuando los acontecimientos dan su primer gran giro, el argumento se abre y con él también los registros que ella ha de mostrar, eficaz en todos ellos, pero ocurre como con la historia y los encajes de sus piezas, tan correcto y pulcro que no brilla. Así sucede también con José Coronado en un papel con el que su presencia ante la cámara resulta efectivo, pero con la sensación de que esos gestos y miradas ya se los hemos vistos en anteriores trabajos como Cien años de perdón o El cuerpo.
Una vez introducido él, la policía deja de ser quien diga hacia dónde hemos de ir, la realidad toma otro cariz y entran muchos más elementos en juego. Sin embargo, el inicio ha quedado tan bien explicado –y el personaje del niño ha estado tan bien desarrollado como interpretado, al igual que la pareja de los bajos fondos formada por Macarena Gómez y Andrés Herrera- que resulta casi cerrado y los caracteres que dan continuidad a lo que están sucediendo parecen más rescatados que protagonistas. A partir de ese momento Secuestro tiene todo lo que necesita para apretar el acelerador de la intriga, pero algunos recursos son demasiado manidos –noches de lluvia, antros de escasa limpieza y menor iluminación- y en su puesta en escena la dirección de Mar Targarona parece estar tan preocupada porque resulten impactantes que a algunos de ellos les quita naturalidad en su fluidez y, por tanto, valor narrativo.
La proyección avanza haciéndonos ver cómo evolucionan –unas veces de manera lineal, otras sinuosa y en ocasiones cambiando drásticamente la orientación- sus distintas líneas argumentales hasta confluir. Siempre bien introducidas y solventemente desarrolladas, pero cuando al final se produce la cuadratura del círculo queda la sensación de que lo que sobre el papel parecía un guión bien estructurado no se ha convertido en todo lo buena película que prometía iba a ser.