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«Dentro de la tierra», donde la vida lucha por hacerse valer

La vida presente, las ansias de futuro y las vergüenzas del pasado se aúnan en un espacio de plástico, un invernadero en el que Paco Bezerra enfrenta a aquellos que sueñan con una vida diferente con los que consideran que esta consiste en seguir un destino que viene dado por la tradición familiar. Un texto profundo y lleno de sensibilidad, con unas líneas narrativas y personajes muy bien trazados y una correcta y lírica puesta en escena.

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La Almeria que conocemos y que nos recibe en el escenario del Teatro Valle Inclán es un desierto, un lugar seco en el que apenas crecen los árboles pero donde gracias al plástico brotan las frutas y las verduras que comemos muchos días. Un páramo, un erial fuera de las zonas cubiertas, duro, amarillo apagado, árido, dominado por el silencio del viento y en el que se hacen patentes el sudor y el esfuerzo, las llagas en las manos y el dolor de espalda de los hombres y mujeres que plantan y recogen esos productos por los que pagamos unas cifras que ellos nunca recibirán.  Un lugar y unas cantidades que aunque parezcan inhóspitos, son percibidas –tal y como deja entrever lo que escuchamos- como algo grande por aquellos que llegaron hasta allí desde el otro lado del Mediterráneo.

Paco Bezerra sintetiza en Dentro de la tierra un territorio habitado igualmente, y desde hace mucho, por apellidos que tienen allí unan raíces que sostienen, a la par que atan, un sistema social en el que el sentido del bien y la justicia están escondidos tras valores antiguos, trasnochados y anquilosados, basados únicamente en la tradición y las costumbres. Unas coordenadas geográficas en las que para muchos no está permitido pedirle a la vida más que alimento, techo y una cama caliente. Fuera de eso, se puede conseguir un extra material mediante el trapicheo, pero la paz solo es posible si uno acepta la incultura y la falta de ambición. Si aspira a más se encontrará no solo con las imposibilidades materiales, sino también con los impedimentos sociales y, más aún incluso, familiares.

Un complejo microcosmos representado por siete personajes –jóvenes y mayores, nacionales y extranjeros, hijos y padres, hermanos, vecinos, amigos y enamorados- que encarnan distintas maneras de enfrentarse a esa asfixiante telaraña de realidad que parece no tener ni permitir alternativas. O alineándose y optando por lo primario, o luchando para mantenerse en la senda de la humanidad. La avaricia es lo que identifica a los primeros, el miedo es lo que domina a aquellos que pretenden la equidistancia, mientras que el afecto y la empatía es lo que buscan los últimos. Sin embargo, estos han de hacer frente a la soberbia con la que aquellos les contemplan y la ira con que les tratan.

El texto de Bezerra (Premio Nacional de Literatura Dramática 2009, entre otros galardones) está cargado de mensajes, unos literales y enunciados por sus palabras, otros más profundos y representados por losque estas sugieren, y otros aún más hondos por lo que subyace tras esa muchedumbre de visibilidades e invisibilidades. Distintos planos de la realidad social, familiar y personal que Luis Luque lleva a escena con un continuo lirismo, generador de una atmósfera que hace florecer las emociones y las motivaciones de los que habitan ese lugar en el que la vida lucha por hacerse valer.

 

Dentro de la tierra, en el Teatro Valle Inclán (Madrid).

Fotógrafos que convierten en leyenda al fotografiado: Terry O’Neill

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Faye Dunaway el día siguiente de ganar el Oscar, Beverly Hills, 1977.

Hay personajes que no serían los que son si no fuera por aquellos que les han ayudado a construir su imagen. Entre el marketing y el arte es donde se coloca la fotografía al servicio de personajes como Ava Gardner, Audrey Hepburn, Brigitte Bardot o la modelo Twiggy. Y detrás de la cámara una mente que combina talento y técnica en el manejo de la luz, la de Terry O’Neill. Bajo el título de “El rostro de las leyendas”, el Espacio Telefónica nos da la oportunidad de deleitarnos hasta el próximo 12 de enero con 66 imágenes suyas tomadas a lo largo de las últimas cinco décadas.

El quería viajar ser músico, y aunque no lo consiguió, sí que viajó y acabó relacionándose largo y tendido con el mundo de la música. El fue el primero que mostró en 1963 a The Beatles como un grupo de cuatro británicos desenfadados y frescos –primera foto además del cuarteto en un medio de comunicación-  y a los Rolling Stones como los gamberros descarados que desde entonces siguen siendo. Además de estos, su objetivo ha retratado a otros como Elton John actuando en vivo, Rod Stewart vistiendo estampado de leopardo, Bruce Springteen paseando por Sunset Trip, Bono, David Bowie (fabulosa imagen con Liz Taylor poniéndole un pitillo en los labios), Eric Clapton, Tina Turner o Amy Winehouse. Posados que transmiten una abrumadora naturalidad que podría hacer pensar a estos personajes que es su fotogenia –y no la labor de Terry O’Neill- la que ha ayudado a que la fotografía consiga dejar al público con la boca abierta al contemplar las imágenes fijas que ellos han protagonizado.

Le hizo famoso la sencillez de la imagen que tomó al Secretario de AA.EE. británico durmiendo de traje en un aeropuerto rodeado de personas africanas vestidas de manera tribal. El éxito le llevó a dejar el servicio fotográfico de British Airways en el que había comenzado a trabajar y a partir de ahí su carrera fue un no parar: “Tuve mucha suerte. Estaba en el lugar y los tiempos correctos: la década de los 60 en Londres. Fue una edad de oro. Cada día ocurría algo emocionante.» 

Su estilo es el de una absoluta espontaneidad que le hace parecer invisible al ver las imágenes que en rodajes cinematográficos tomó de mitos como Raquel Welch, Ursula Andress, Clint Eastwood, Orson Welles, Robert Redford o Richard Burton. Son retratos humanos, sensibles, cercanos y al tiempo gestos de admiración hacia sus protagonistas. He ahí la fotografía que tomó a su mujer Faye Dunaway en la piscina el día después de que esta ganara el Oscar a la mejor actriz en 1977, o las que tomó en su cotidianeidad a su buen amigo Frank Sinatra. 

Deseaba viajar a EE.UU. cuando aún era un joven británico, y ha acabado recorriendo medio mundo siguiendo a sus lugares de trabajo para retratarlos o recibiendo para posados a iconos de la moda -o quizás sus retratos fueron los que les convirtió en iconos- como Christy Turlington o Iman (color), de la política como Winston Churchill o Nelson Mandela el día de su 90 cumpleaños, o del deporte como Pelé en su fotografía oficial para la promoción del Mundial de Futbol del próximo 2014, uno de los últimos trabajos de un maestro de la imagen que sigue en activo a sus 75 años. 

De Nueva York a Munich, de Londres a Las Vegas, de París a Almería, allí donde hiciera falta crear leyenda o seguir a una ya existente ha acudido Terry O’Neill desde 1963 creando la suya propia. Una gran carrera que podemos disfrutar y con la que incluso soñar imaginando cómo nos hubiera retratado él a cada uno de nosotros en esta exposición que merece la pena visitar.

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Frank Sinatra, Miami, 1968.

Sitio web de “Terry O’Neill: el rostro de las leyendas” en la web de la Fundación Telefónica.

(Fotografías tomadas de la web de la Fundación Telefónica)