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La España que no existe

Vigo, Salamanca y Alicante han sido las ciudades que he visitado por distintos motivos desde que hace un mes pudimos volver a viajar entre comunidades autónomas. Salir de Madrid te hace pensar cuán ignorados se han de sentir por el sistema los que residen a muchos kilómetros de los centros de decisión política y mediática.

600 kilómetros de carretera, una hora de avión o casi seis en tren, eso es lo que se tarda en llegar desde la capital hasta la principal ciudad industrial de Galicia. Son ya años visitando a amigos y cuando la hora de comer coincidió con el informativo televisivo, les pregunté qué opinaban de la actualidad. Su respuesta fue que en Madrid se les ignora. No que se les desprecie o no se les tenga en cuenta, sino que ni siquiera se repara en su existencia. Más allá de las generalidades de los datos estadísticos, la mayor parte de lo que se afirma, niega, repite, improvisa, barrunta, grita y arroja por estos lares poco tiene que ver con ellos. Los de aquí lo sentimos cercano porque sucede en el mismo término municipal en el que residimos, trabajamos o al que nos desplazamos con frecuencia. Localización perfecta de la mayor parte de las medidas apariciones estelares de políticos de uno y otro color que medios de comunicación repiten sin parar durante unas horas hasta que renuevan su catálogo de titulares, generando así esa extraña confusión y simbiosis entre la villa, su circunstancia capitalina y su extraordinaria concentración de poder.

Días después, varias horas de ferrocarril, las primeras por un trazado de hace décadas y el resto por otras más recientes para permitir que Madrid sea la ciudad mejor comunicada de nuestro país (lo que no redunda necesariamente en beneficio del conjunto de la nación) me llevaron desde el Océano hasta Zamora, para desde allí y en una hora de coche colocarme en Salamanca. Ciudad universitaria dicen, burbuja universitaria suelo replicar yo. Sería cum laude si los que se graduaran siguieran allí, pero ni hay empresas ni centros de investigación que les requieran. La suya es una estadía con fecha de caducidad, que sirve para que la bella Helmantica siga soñando con lo que supuestamente fue. Pero hoy es una ciudad envejecida que parece condenada a sobrevivir únicamente como centro administrativo de la provincia y a ver cómo su título de patrimonio de la humanidad es más utilizado como reclamo turístico que como exigencia de seguir desarrollando y poniendo en valor su legado y su potencial humanista.  

La etapa final de este tour se inició el pasado viernes por la tarde, cual turista de fin de semana. Uno de tantos que acaba su turno laboral y acude raudo y veloz a Atocha para en poco más de dos horas plantarse en Alicante. Como buena parte del Levante valenciano, la playa de Madrid para muchos y uno de esos lugares que tanto se mencionan a la hora de hablar de calidad de vida, soñar con las virtudes del teletrabajo o elucubrar hasta dónde llegar emprendiendo pensando en los márgenes de lo inmobiliario y en los muchos extranjeros que llegan hasta aquí para dejar enrojecer su piel. La síntesis de todo ello es cercanía, sol y playa, los elementos que la hacen protagonista una y otra vez. ¿Recordáis cuántas veces habéis oído hablar de esta ciudad sin hacer mención a su arena dorada, su radiante luz y su agradable oleaje? La respuesta es la medida de cuánto ocultan los tópicos simplificadores fijados por los que llegan (o llegamos) de lejos, en lugar de escuchar, observar y empatizar con los del lugar y descubrir su otra (y también verdadera) faz.

10 novelas de 2018

Títulos publicados tanto a lo largo de los últimos meses como en años anteriores. Autores españoles y residentes en EE.UU. Recuerdos de la infancia, frescos históricos, crónicas sobre el amor y el desamor y denuncias de la injusticia y la desigualdad.

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«V y V. Violación y venganza» de Pilar Bellver. Con la estructura y el desarrollo tranquilo y de amplio alcance de los clásicos de la literatura del XIX a los que hace referencia, uniéndole una profunda exposición de sus personajes protagonistas a través de unos diálogos –conversados, redactados a mano o tecleados como e-mail- escritos de manera maestra. La historia de dos hermanas de apellido noble a lo largo de un tiempo –desde la pequeña España de los 80 hasta el mundo global del s. XXI- bajo el eterno freno y la pesada sombra del siempre omnipresente yugo invisible del heteropatriarcado.

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«Sol poniente» de Antonio Fontana. Volver la mirada a la Málaga de cuando se era niño para dejar aflorar los recuerdos de aquellos años en que se forjó nuestra identidad. Un ejercicio de intimidad en el que las palabras son el medio para llegar a las sensaciones que se quedaron grabadas en la piel, las verdaderas protagonistas de esta delicada novela. Un relato auténtico, que desprende nostalgia con simpatía y buen humor pero sin añoranzas sentimentales, celebrando que somos el resultado de quienes fuimos y de cuanto nos aconteció.

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«Las tres bodas de Manolita» de Almudena Grandes. Con su habitual saber hacer literario, Grandes desarrolla una serie de tramas en las que los acontecimientos históricos se combinan a la perfección con los dramas personales de sus protagonistas. El tercer episodio de su saga sobre el conflicto interminable que fue la Guerra Civil es una novela que nos permite conocer cómo era la vida de aquellos que intentaron mantener la ilusión a pesar de haber sido derrotados por el fascismo y continuar torturados por el franquismo.

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“El invitado amargo” de Vicente Molina Foix y Luis Cremades. El recuerdo del amor vivido visto con la perspectiva de las tres décadas transcurridas desde entonces. Del ímpetu, el desconocimiento y la experimentación de los que se inician como adultos al reposo, la retirada y el balance de los ya instalados en la madurez. Un intercambio folletinesco con dos voces narradoras, capítulos escritos por separado que enfrentan y complementan dos puntos de vista sobre un enamoramiento difuso y una relación que nunca terminó de cuajar pero que tampoco llegó a disolverse.

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“Llámame por tu nombre” de André Aciman. Una lograda expresión del deseo y la pasión a los diecisiete años. Una narración obsesiva que quiere entender lo que está sucediendo, anárquica en su búsqueda de palabras con las que expresarse, desesperada por convertirlas en hechos que hagan que las emociones individuales se conviertan en sensaciones compartidas. Una historia guiada por el latido del corazón y el impulso de la libido de sus protagonistas.

LlamamePorTuNombre

“Un incendio invisible” de Sara Mesa. La bancarrota y hecatombe de Detroit le inspiran a Sara Mesa una historia sobre una ciudad apocalíptica en la que no quedan más que personas abandonadas o sin lugar al que ir. Una urbe en la que todo lo que conforma nuestro modelo de bienestar alcanza tal nivel de degradación que peligra hasta la convivencia y el carácter humano de las personas. Una inteligente y sugerente ficción que juega con logrado acierto a exponer, sin enjuiciar, la deriva moral de lo que está relatando.

UnIncendioInvisible

“Lecciones de abstinencia” de Tom Perrotta. A caballo entre la sátira y un despiadado realismo, esta novela muestra el control que el fundamentalismo religioso pretende tener de todo individuo convirtiendo su vida privada -el sexo, el consumo o los hábitos lúdicos- en un continuo campo de batalla. Un sarcástico retrato de la clase media estadounidense y de la decadencia de su modelo de sociedad, de su falta de cohesión, de sus endebles valores y de su falta de rumbo.

LeccionesDeAbstinencia

“Middlesex” de Jeffrey Eugenides. Varias buenas novelas en una única y genial. Un muy bien guiado recorrido por el mundo global que va de los conflictos entre Turquía y Grecia tras la I Guerra Mundial al Berlín posterior a la reunificación alemana pasando por el EE.UU. acogedor de miles de refugiados en los años 30 hasta la extensión del movimiento hippie en los 70. Dentro de él una saga familiar que aúna a la perfección lo antropológico y lo sociológico con lo vivencial y lo emocional. Y también un relato valiente, pedagógico, sensible y acertado sobre la verdad y la realidad de la intersexualidad.

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“Honrarás a tu padre” de Gay Talese. Excelente crónica publicada en 1971, entre la ficción literaria y la objetividad periodística, sobre la evolución de la Mafia en la ciudad de Nueva York –y sus ramificaciones en otras partes de EE.UU.- en la que las influencias y las luchas de poder se combinan con la vida personal y familiar de Bill Bonanno. Un sobresaliente retrato de las raíces, las motivaciones y los fines de aquellos que hacían de la ilegalidad –cuando no, la criminalidad- las coordenadas en las que desarrollaban sus trayectorias vitales.

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“Haz memoria” de Gema Nieto. La historia de tres generaciones de mujeres que es también la no contada de muchas familias de nuestro país. De un tiempo aun convulso que pide volver a él para calmar los asuntos pendientes, para darle luz a aquellos pasajes vividos a escondidas y después condenados al olvido. Una sentencia de negación que anuló el futuro de los que sobrevivieron y lastró a sus descendientes.

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“El invitado amargo” de Vicente Molina Foix y Luis Cremades

El recuerdo del amor vivido visto con la perspectiva de las tres décadas transcurridas desde entonces. Del ímpetu, el desconocimiento y la experimentación de los que se inician como adultos al reposo, la retirada y el balance de los ya instalados en la madurez. Un intercambio folletinesco con dos voces narradoras, capítulos escritos por separado que enfrentan y complementan dos puntos de vista sobre un enamoramiento difuso y una relación que nunca terminó de cuajar pero que tampoco llegó a disolverse.

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Años después de ser pareja Luis Cremades le escribe una carta a Vicente Molina Foix en la que le dice que mientras él buscaba en su intento de relación una confirmación de su identidad, su partenaire necesitaba a alguien complementario con quien compartir su inteligencia, sus habilidades e inquietudes. Quizás fue ese el conflicto de fondo y no la diferencia de edad, de recorrido intelectual y de círculos sociales lo que hizo que lo suyo tuviera un final y no un futuro. Una conclusión que el tiempo demostró que fue el paso necesario para que cada uno se convirtiera en una presencia invisible y constante en la vida del otro, un referente con el que tener un perenne diálogo interno que les recordara cuáles eran los anhelos amorosos que soñaban y los logros literarios que no conseguían.

Luis y Vicente, cercanos por sus orígenes alicantinos y su necesidad de poesía, parecían estar destinados a conocerse en el Madrid de inicios de los 80. Una capital provinciana en la que la literatura, como cualquier otra forma cultural, se practicaba como si fuera artesanía, y los que le daban forma se relacionaban en círculos que estaban a caballo entre lo amistoso y lo familiar –con nombres como Javier Marías, Félix de Azua, Fernando Savater o Juan Benet- bajo el padrinazgo de figuras hoy míticas, y entonces ya consagradas, como Vicente Aleixandre. Tiempos de inestabilidad política y socialización homosexual en la oscuridad en una ciudad que se esforzaba por dar rienda suelta a la creatividad y la expresión para dejar de ser una escenografía inmovilista y conservadora.

Hasta allí vuelven estos dos hombres recordando la manera de sentir, pensar y expresarse que tenían entonces, pero sobre todo, cómo se relacionaron. Qué se provocaron y suscitaron, qué compartieron, en qué coincidieron y también en qué no se entendieron, qué hizo que lo suyo no pudiera crecer y que cualquier posibilidad de vínculo terminara por morir sepultada bajo una serie de juicios y proyecciones que no eran más que la demostración de que su historia hubiera requerido un esfuerzo y una aceptación, tanto mutua como individual, que ninguno de los dos fue capaz, o no tuvo voluntad, de aportarle.

Un relato y una relación que evoluciona alternando la narrativa ampulosa y formal de Molina Foix con el recogido y moderado relato de Cremades, más visceral y efectista el primero, más contenido y efectivo el segundo. Pero en conjunto, un nosotros literario -ruborizante por su desnudez, liberador por su honestidad y sanador por su profundidad- que surge de la magia de ser el uno en la vida del otro ese invitado amargo que quizás no hizo acto de presencia ni de la mejor manera ni el mejor momento. Pero que llegó para quedarse -sin discernir inicialmente por qué, pero entendiéndolo muy gratamente después- no se sabe si como un amigo, un confidente o alter ego. Alguien generador, merecedor y depositario de la confianza suficiente como para darle la llave de acceso a sus incapacidades no reconocidas, ineptitudes no aceptadas y miedos no afrontados.

«El laberinto mágico», excelente ejercicio de memoria

Impactante de principio a fin. Un texto que repasa perfectamente las mil caras que tuvo nuestra guerra civil desde el lado de los violentados y finalmente perdedores. Un compenetrado elenco actoral que da vida a esos compatriotas que se sentían nación y acabaron siendo miles de víctimas anónimas enterradas nadie sabe dónde. Un soberbio uso de un casi vacío espacio escénico que se convierte en todos los lugares en los que desarrolló la contienda, desde el frente y los despachos policiales a los dormitorios, los museos y los teatros.

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Se encienden las luces y el escenario adquiere la crudeza de aquellos grabados de Goya que no se sabe bien si pertenecen a la serie de la Tauromaquia o a la de los Desastres de la Guerra. Asistimos a una corrida de toros donde la bestia jaleada y sometida hasta la muerte no es otro animal que uno de los actores en la que es una de las claves de esta función, el soberbio trabajo corporal. En apenas unos segundos se crea una atmósfera que lo llena todo de luz y ruido, aparentemente anárquica y salvaje, pero profundamente etnográfica y vivencial para los allí presentes.

Al principio de la guerra civil, en el bando republicano todos se unieron para lanzarse a la defensa de sus ideales. Contagiados de la ilusión de los más jóvenes, se trasladaron hasta el frente convencidos de que la justicia de sus principios y la bondad de las buenas intenciones lo podrían todo. Pero rápido verían que las ensalzadas conversaciones entre convecinos sin experiencia existencial no tendrían nada que ver con la lucha cuerpo a cuerpo, a cientos de kilómetros de sus hogares, contra soldados de un levantamiento militar que eran mucho más fuertes al contar con el apoyo de los aplastantes recursos prestados por italianos y alemanes. Fue así como España dejó de ser un mapa para convertirse en el laberinto mágico que Max Aub describió en sus novelas, un estado donde las coordenadas geográficas pasaron a ser bombardeos, fusilamientos, hambre, traiciones, tortura y rutas de huida y evacuación.

Todos esos lugares y momentos a lo largo de tres años son los que José Ramón Fernández sintetiza con maestra fluidez  y Ernesto Caballero dirige sin dejarnos un segundo de respiro. Un perfecto collage en el que se tiene que evacuar el Museo del Prado, los teatros son utilizados como refugios frente a los aviones enemigos, los interrogatorios policiales resultan el paso previo a la desaparición y contar con un pasaporte la única posibilidad de, quizás, seguir con vida. Cuadros diferentes que se suceden con quince actores encarnando en multitud de registros y diversidad de acciones en Madrid, Valladolid, Alicante, Valencia o Barcelona a personas auténticas y reales, con nombres y apellidos a las que la historia no recuerda.

El laberinto mágico es un excelente trabajo creativo y un ejercicio de memoria. Un recuerdo de esa España que de tanto dividirse y no escucharse acabó torturándose a sí misma, forzó tanto la máquina de la confrontación que la lucha iniciada no se sabe cuándo, acabó convirtiéndose en un conflicto bélico que impuso tras su fin un silencio aún no resuelto. Una ausencia, un no conocer qué pasó exactamente que nos impide saber si hemos dejado ya de luchar, unos contra otros, en lo que no queda claro si fue esquizofrenia, paranoia, bipolaridad o sigue siendo un bucle continuo.

El laberinto mágico, en el Teatro Valle-Inclán (Madrid).