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«El amigo americano» de James Costos & Santiago Roncagliolo

“El hombre de Obama en España” repasa los algo más de tres años que Costos estuvo en nuestro país representando al líder y al gobierno del país más poderoso del mundo. Tras recordar su vida personal y profesional antes de recibir esta misión, relata cómo imprimió su visión y sello personal a su labor diplomática. Anécdotas y nombres de casi todos los sectores de la vida social (políticos, empresarios, artistas,…) pueblan unas páginas que cuentan menos de lo que nos gustaría saber, pero que también revelan mucho sobre el estilo y los valores de su autor.

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Son varias las interpretaciones que podemos hacer de El amigo americano. La primera de ellas que este ensayo podría pasar por la memoria de la labor de James Costos como Embajador de EE.UU. en España, responsabilidad que ejerció desde el 13 de septiembre de 2013, día en que llegó a Madrid (aunque su nombramiento fue aprobado por el Senado de su país el 1 de agosto tras ser anunciado oficialmente el 14 de junio anterior) hasta el 20 de enero de 2017, jornada en que Barack Obama cedió el despacho de la Casa Oval a su sucesor, Donald Trump. También que es un ejercicio de defensa de los principios y logros del programa de gobierno de su mentor demócrata, a la par que una crítica sin paliativos de las maneras de hacer del ahora líder republicano.

Quizás sea ambas, conjugadas con un muy buen ejercicio de marca personal, aunque no lo presente como tal. He ahí sus primeros capítulos dedicados a contar como llegó a formar parte del círculo más cercano de los Obama a través de su marido y yendo más atrás, el inicio de su vida en Lowell (Massachusetts) y de su carrera profesional en el sector de la moda en Nueva York y, posteriormente, en el del cine y el audiovisual en Los Ángeles. Puestos en los que aprendió cómo promocionar, acercar y establecer vínculos entre las marcas y sus clientes. Un aprendizaje que utilizó posteriormente para ayudar a recaudar fondos para la candidatura de Barack Obama en su campaña para la reelección a la Casa Blanca.

Labores que, según cuenta, le enseñaron lo importante que son los lazos humanos a la hora de establecer relaciones de cualquier tipo, y de hacerlo tomando como punto de partida los puntos comunes y no las diferencias. Una máxima que marcó su estrategia y su manera de actuar una vez que llegó a España tras recibir la encomienda de Obama de representar a su país, y su manera de querer estar en el mundo global actual, ante el nuestro y el Principado de Andorra. Algo que llevó a la práctica haciendo evolucionar las formalidades en las relaciones bilaterales, que priman las jerarquías y la ostentación del poder, hacia la interacción con las nuevas generaciones y las personas que proponen proyectos innovadores y ejemplifican la diversidad.

Principios a partir de los cuales tendió puentes entre su país y el nuestro impulsando encuentros entre representativas de colectivos como el artístico y cultural (a la par que pedía que España aumentara su compromiso con la propiedad intelectual y actuara en contra de la piratería), el LGTB (haciendo que el reconocimiento del derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo que EE.UU. aprobó en junio de 2015 tuviera eco más allá de sus fronteras), o los jóvenes emprendedores (poniendo en contacto start-ups españolas con las grandes empresas de Silicon Valley).

Logros que relata con convicción y que alterna con episodios conocidos por los medios de comunicación –como sus palabras sobre la unidad de España o las reuniones con el Ministerio de AA.EE. tras las filtraciones de Wikileaks sobre el espionaje estadounidense de las comunicaciones de ciudadanos españoles- en los que expone su vivencia y opinión de lo sucedido hasta donde permiten los límites de la seguridad y la no interferencia en asuntos internos de su nación de acogida.

Un relato ameno en el que los amantes de lo personal descubrirán que conoció a su pareja, Michael Smith, en un avión, y encontrarán nombres como los de los Reyes de España (tanto actuales como el del emérito, refiriéndose con admiración a todos ellos), los de algunos ministros de Mariano Rajoy (con José Manuel García-Margallo, Ministro de AA.EE., parece que no hubo toda la química que sería deseable) u otros muchos que asistieron a sus comidas, eventos o fiestas, o que se alojaron en su residencia, como Ana Botín, José María Álvarez-Pallete, Plácido Arango, Alaska, Miguel Poveda, Belén Rueda, Sarah Jessica-Parker o Gwyneth Paltrow. Personas de distintos ámbitos a través de las cuales James Costos se propuso acercar EE.UU. a España y España a EE.UU. en su convencimiento de que cuanto más cultivemos aquello en lo que coincidimos (aunque tengamos puntos de vista diferentes), más fácil será tratar aquello en lo que diferimos y más fuerte y duradera nuestra unión.

¿Dónde está la gente en Seattle?

Preguntamos la primera mañana al chico que nos sirvió el desayuno en Top Pot Doughnouts (con un nombre así, la oferta principal son donuts de todos los tipos y de tamaños ideales si eres un gran goloso). Lo que nos respondió no resolvió por completo la pregunta: “Esto es así, es una ciudad tranquila, es cuestión de ir a los sitios y allí os encontraréis con la gente”, a lo que añadió manuscritos en una envoltorio de los de “para llevar” donuts un listado de posibles lugares a los que ir a comer, cenar o tomar copas.

Y guía Lonely Planet, mapa-callejero y listado en mano nos dispusimos a recorrer Seattle. Ya la tarde anterior nos habíamos acercado al icono de la ciudad, el Space Needle y una vez allí, la verdad, la sensación fue la de qué fotogenia la de sus 182 metros de altura. Vista desde abajo te rodea una impresión de irrealidad, ¿qué hace esto aquí? Cuando la inauguraron en 1962 junto al monorail elevado que la comunica con el centro de la ciudad, situado a kilómetro y medio, debía semejar un escenario de ciencia-ficción, de modernidad futurista; hoy la impresión es más la de una escenografía holliwoodyense, ¿listos para el remake de “Regreso al futuro”?

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Un poco más allá, a apenas unos minutos andando y mirando al Océano Pacífico encuentras el Olympic Sculpture Park al abrigo de, entre otras piezas, la fantástica águila de acero rojo del ingeniero y escultor Alexander Calder. Protegido por ella puedes sentarte en los bancos de este paseo –dalo por hecho, habrá poca gente- y disfrutar de las vistas del atardecer, imaginando que los extensos trenes de mercancías que transitan junto a la línea del agua irán hacia el norte pasando la barrera de las Montañas Olímpicas llegando a Canadá y siguiendo más y más kilómetros hasta volver a territorio estadounidense en Alaska.

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Pike Place Market

Es el lugar al que hay que ir, este mercado está en el número uno de todas las listas de lo que debes ver en Seattle. Según entras sensación de autenticidad, puestos de alimentos frescos con variedad de producto y clientes y turistas asistiendo al espectáculo de los dependientes de las pescaderías tirándose las piezas como si estuvieran en un concurso de lanzamiento.

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Y así es el resto de este lugar con encanto, entre los locales que acuden a comprar y vender, y los turistas que por allí se pasean dejándose llevar por el impacto visual de floristerías, artesanos y artistas, decoradores, diseñadores de ropa étnica y moderna, los sabores que sugieren confiterías y puestos de golosinas o el recuerdo que despiertan los libros, vinilos, cd’s y dvd’s de varias tiendas de segunda mano en el piso inferior.

Enfrente del mercado un pequeño local del que dicen que fue el primer Starbucks allá por la década de los 70. Una de las varias cadenas que se ven por toda la ciudad –como Top Pot Doughnuts o Pegassus-, con su puerta batiente de entrada, recibiendo gente que salen a ritmo tranquilo con sus cafés en mano y sus bolsas de papel con la pieza de bollería para el desayuno o el sándwich de media mañana.

De paseo por el centro

Tranquilo, que no vas a encontrar grandes aglomeraciones,…, ni pequeñas. Ni a la hora de comer ni a las cinco de la tarde cuando esperas que se vacíen los grandes edificios de oficinas. Entre esas torres te preguntas si estás en una ciudad fantasma o en un post-escenario apocalíptico, pero caminas y de repente surge entre la calma y el silencio una inmensidad arquitectónica que trasciende sus paredes de cristal, es la Biblioteca Central de Seattle. Espectáculo de vidrio, de acero, de los muchos números que los ingenieros debieron hacer en el diseño y construcción de sus 11 plantas inauguradas en 2004. Merece la pena entrar por su puerta oeste, coger el ascensor hasta la última planta y recorrer hasta abajo todas una a una entre estanterías llenas de libros, las mesas de la hemeroteca y los puestos de visionado de material audiovisual, la planta del auditorio, las zonas de juegos para niños o las de encuentro para adultos.

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Ya fuera del edificio, un tranquilo paseo te lleva hasta el barrio que muchas ciudades americanas tienen, Chinatown. También ellos, como nativos que llegaron del resto del país, comenzaron a establecerse aquí a finales del siglo XIX con el boom de la minería que dio origen a Seattle. Y al igual que muchas otras ciudades americanas, Seattle tiene en su historia su propio desastre, en 1889 un incendio arrasó con casi todas las edificaciones existentes –entonces de madera- aprovechándose entonces la reconstrucción para poner en marcha la planificación urbanística que dio pie a la metrópoli que visitamos hoy.

Boeing, Microsoft, Amazon

Tras la minería llegó el gran desarrollo a este rincón de los EE.UU. de la mano de una actividad que nace con el siglo XX, la ingeniería aeronáutica, impulsada por la que sigue siendo hoy una de las grandes compañías del sector a nivel mundial, Boeing. El fin del siglo XX también impulsó la ciudad con otra de las empresas que es líder a nivel mundial, Microsoft, en una industria aún más joven, la programación informática. ¿Se puede seguir innovando? Parece que sí, ahora Seattle vive el esplendor del comercio electrónico al ser también la cuna y sede central de la principal empresa global de esta actividad, Amazon.

Cada una de estas empresas da trabajo a miles de personas, pero nos las verás paseando por Seattle. Están situadas en las afueras, en grandes campus, pequeñas ciudades en sí mismas donde las compañías dan a sus empleados la posibilidad de desarrollar toda su vida. Dicen que ellos están contentos a nivel personal, y que sus empresas lo están con su productividad y compromiso. El tráfico de salida a primera hora y el de entrada una vez ha caído la noche te dice dónde están situadas estas corporaciones. Amazon al sur, Boeing aún más al sur –de camino a Tacoma, la ciudad con la que Seattle comparte su aeropuerto- y Microsoft al este.

La historia empresarial de Seattle puede tener una lectura paralela a través del arte en el Seattle Museum of Art. Paisajismo y retratos de mediados del siglo XIX, impresionismo americano posterior, colecciones etnográficas de las tribus que habitaron este territorio antes de ser EE.UU., depósitos de colecciones que recorren la historia del arte de todos los continentes desde el medievo hasta hoy formadas por ricos filántropos a golpe de talonario, el liderazgo americano en el mundo del arte con el estallido del expresionismo abstracto y el pop,… En conjunto una colección de tamaño mediano, con la que realizar un completo recorrido por la historia del arte con autores estadounidenses como Cleveland Rockwell, Katharina Fritsch, Mark Rothko, Pollock, Frank Stella o Kehinde Wiley.

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Al caer la noche

Miras por la ventana del hotel y aunque no ves gente caminando por la calle, ves luces encendidas aquí y allá. Seattle es una ciudad tranquila, con lo que puedes salir a pasear en cualquier momento del día y dejarte llevar por los barrios de Queen Anne, Belltown o Capitol Hill y parar cada noche en uno de sus diferentes restaurantes y estilos de comida: americana en Julia’s on Broadway, tailandesa en Jamjuree, mexicana en Poquitos,…  En todos ellos, buen servicio, cantidades abundantes y locales con ambientación evocadora de los lugares que sus ofertas gastronómicas evocan.

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Y después, ¿qué tal unas copas? Si buscas ambiente, las guías te recomiendan lugares como R Place, Neighbours o Purr Cocktail Lounge entre First Hill y Hilltop, nombres que denotan que para llegar hasta allí hay que estar dispuesto a subirse unas cuestas.

A todos fuimos, y en todos nos preguntamos, ¿dónde está la gente en Seattle? En Neighbours nos dijeron que llegábamos demasiado pronto, que el local se llenaba en torno a la medianoche (hora muy tardías en el mundo norteamericano). Al entrar en R Place una pequeña placa te dice que la capacidad del local es de 287 personas entre sus dos plantas, pues bien, cuando nosotros fuimos en total estábamos allí 12, sí, ¡12 personas entre clientes y camareros! Sin embargo, a los allí presentes esto no era problema alguna y a modo de reunión de amigos disfrutaban interpretando en su karaoke canciones de Bonnie Tyler, Whitney Houston o Roy Orbison. Más gente, decenas incluso, fueron las que encontramos en Purr Cocktail Lounge -muchas de ellas repetidas en la segunda noche que lo visitamos- tomando copas y también, cantando y disfrutando de su karaoke repartidos entre la barra, las mesas altas y los sofás.

Si te gustan las ciudades tranquilas y los karaokes, sin duda alguna Seattle puede ser tu destino.