Dos piezas teatrales, una casi un micro y otra de un solo acto que unidas forman algo inquietante. Texto, personajes y atmósfera van más allá de lo obvio y lo visible para llevarnos a una oscuridad inhóspita en la que se rompen las leyes de la lógica narrativa. Presencias y mensajes, en vez de personajes y diálogos, que tornan el espacio de sus páginas o representación en un lugar críptico y asfixiante en el que sentirse al límite al no tener certeza de lo que está ocurriendo.
Hay que dejar a un lado los prejuicios y al otro las expectativas, situarse en el lugar de lo no conocido y coger aire antes de entrar en esta creación del autor de ¿Quién teme a Virginia Woolf? Albee cuenta en el prólogo de la edición de Penguin Books (1971) que escribió ambas obras por separado, pero que rápidamente vio que había un hilo conductor entre ambas –además de escenográfico, la caja- que ha hecho que acaben formando un único viaje dramático desde su estreno en 1968.
En Box, apenas siete páginas, todo gira en torno a un ente geométrico y tridimensional, dueño y señor del espacio escénico que acompaña con su luz y sonido –tal y como dictan las indicaciones del autor- a la voz de una mujer de mediana edad que suena desde algún punto indeterminado del patio de butacas. Sus sentencias resultan un mantra de intención hipnótica en el que se referencian el papel del arte, la experimentación, la muerte, el recuerdo y la memoria enclavados en situaciones y lugares sin razón ni sentido aparente. Un juego de asociaciones libres que habrá quien diga que es surrealista, pero que no tiene nada de lúdico, escapista u onírico, sino que resulta desconcertante por la tensión y agitación que genera.
Escasos minutos que dejan en el cuerpo una sensación de desconcierto sobre la que desembarca Quotations from Chairman Mao Tse-Tung para acelerar esa caída libre en la oscuridad de la opresión. Esta vez sí hay personajes de carne y hueso, cuatro, pero uno de ellos no habla, y los otros tres no se comunican entre sí. Cada uno tiene su propio discurso a medio camino entre el monólogo y el soliloquio. El del título su arenga política; una señora de clase bien critica a las personas, lugares y diferencias de clase que la rodean; y otra más humilde que mira con añoranza a su alrededor y su pasado.
El protagonista chino expone su opción comunista y critica la visión imperialista norteamericana del conmigo tal y como yo digo o contra mí, pero al tiempo se desvela como una opción en la que se contempla la guerra como opción cuando el diálogo no sirve para mantener el status quo o conseguir sus objetivos. Maneras de relacionarse que también están implícitas en las dos mujeres que le acompañan sobre el escenario.
Un triángulo con un fin más emocional que narrativo, no con la intención de que al espectador le lleguen pasivamente una serie de emociones, sino para generarle un estado de ánimo de inquietud –algo que Edward Albee ya había hecho en Tiny Alice o The zoo story– que se vea obligado a transmitir, convirtiéndole de esta manera en un agente activo de la representación de este texto.