“Mr. Peters’ Connections” de Arthur Miller

Reflexión sobre el sentido del presente entre un pasado que no fue y un futuro en el que se avecina la llegada de la muerte. Escritura enfocada más como proceso de investigación que como etapa final de elaboración de una historia. Más un boceto que un texto sólido, una confusa exposición de ideas, personajes y tramas que no resuelve las interrogantes que genera.  

Arthur Miller ya avisa en el prólogo, esta obra necesita de una explicación introductoria, une personajes vivos y muertos convocados por Mr. Peters en un estado de conciencia que bien podría ser el que cualquier persona experimenta en los primeros segundos tras despertar de una siesta y no sabe si está en un más allá sin reglas conocidas o en el aquí y ahora en el que nuestra vida está completamente estructurada, conectada y jerarquizada. Un meta lugar y meta tiempo concebido en un antiguo y abandonado club de Nueva York, ambientación muy protagonista a lo largo de todo el texto y que seguro puede dar mucho juego como elemento subrayador de la acción si el director encargado de su puesta en escena hace de ella un personaje más.  

Un entorno en el que las idas y venidas, apariciones y cambios de registro giran en torno al encuentro y el desencuentro entre personas que no responden a quienes aparentemente son y, por tanto, no se comportan como se esperaría de ellos. A lo largo de un único acto Mr. Peters coincide con el hermano que perdió décadas atrás y una antigua novia, así como la supuesta nueva pareja de este, que resulta ser el hombre que un rato antes le vendió unos zapatos. También aparecen su mujer actual, su hija y no sabemos si su novio o amigo. Pero todos actúan de un modo extraño, los llegados del pasado parecen no conocer a quien les invoca, y algunos de la actualidad lo hacen sin referenciar ni mostrar nada que atestigüe los lazos que se suponen entre ellos. Como extra, Adele, una mujer negra siempre presente, que interviene verbalmente en contadas ocasiones, y que no tiene nada que ver con los demás.

La primera impresión es que Miller está utilizando una estructura similar a la de Después de la caída (1964), una de sus mejores obras y con la que, de alguna manera, hizo un punto y aparte en su sólida trayectoria para introducirse en terrenos creativos más arriesgados, a la par que, aunque de manera velada, se mostraba a sí mismo. A su vez, que tuviera más de ochenta años cuando escribió este texto nos puede hacer pensar que le estaba dando vueltas a la idea de hacer balance, a fantasear con qué hubiera pasado si aquellos que se quedaron atrás hubieran continuado, pero también qué se habría perdido de sí mismo y de los que aparecieron como resultado de aquellas ausencias.

Una angustia, que late continuamente entre líneas, sobre el miedo a perder la memoria que plasma su escritura contagiándola de sus efectos confusos y distorsionadores como aperturas sin cierre, conexiones sin sentido aparente o conversaciones en las que sus interlocutores no dialogan. Si fuera así, su intención fue valiente, pero el resultado no estuvo a la altura.

Mr. Peter’s Connections, Arthur Miller, 1998, Penguin Random House.

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