“El niño y la bestia” de Elvira Lindo

Manolo, un niño de nueve años, nos relata con inocencia e ilusión el mundo que descubre al llegar al Madrid de la posguerra. La voz de Elvira Lindo recordando a su padre, la partitura original de Jarkko Riihimäki y la interpretación en directo de Linien Ensemble crean un ambiente muy especial que incita a dejarse llevar, a soñar y viajar con ellos a una época, 1939, y a una etapa, la infancia, que quedaron hace mucho tiempo atrás.

Sentado en primera fila, me sentí más que un espectador privilegiado, flotaba escuchando a Elvira Lindo y a la genial banda sonora que la acompa en este monólogo en el que ella deja de ser ella para convertirse en ella fusionada con su padre.

Volví a conectar con aquel niño de cinco años que una vez fui y al que la magia de la imaginación le trasladaba a otros mundos. Con el adolescente de quince al que el poder de la ficción le confirmaba que existían otras realidades, otros enfoques, otras maneras de ser y de actuar. Y ambos confluían con este hombre de cuarenta y tres años que soy ahora y que está convencido del poder liberador, sanador, estimulador y apaciguador que tiene toda forma de ilusión, más aún si está tan bien concebida y transmitida como sucede en El niño y la bestia.

Una historia infantil, juvenil y adulta al mismo tiempo. Un texto que se traslada de Atocha a Antón Martín y de ahí a La Latina, que pasea por el centro de Madrid, por Lavapiés y la Puerta del Sol, con una mirada que transmite constantemente el deseo de ese niño, que llega solo a un lugar desconocido, por integrarse en el bullicio urbano, conocer las maneras de hacer de sus habitantes y acomodarse a las rutinas de la casa de su tía donde se aloja. Una redacción sencilla, pero sutil, que sin alejarse de su papel de transmitir los pensamientos, elucubraciones y teorías de alguien tan joven, nos traslada las reglas y la anarquía de una ciudad y una población que quería dejar atrás la barbarie bélica sufrida y buscaba sobrevivir en una coordenadas estrechas, secas y oscuras.

Quizás sea el tiempo que lleva ya de rodaje, pero este montaje, estrenado hace un año en Berlín, tiene una solidez que va más allá del hecho de que funcione de principio a fin. A lo ya dicho sobre el texto añado la capacidad como cuentacuentos de Lindo (evocadora de su etapa radiofónica y televisiva como periodista) y el efecto de la música en directo (violín, viola, contrabajo, piano, corno inglés y dos clarinetes). Una interpretación que subraya las vivencias que se escuchan y que nos lleva de unas situaciones a otras, creando y transmitiendo atmósferas, ejerciendo incluso como personaje secundario de una función que, acabas descubriendo, está compuesta de palabras y de notas musicales a partes iguales.

Con sus notas de tango y cuplé, y sonando como las grandes composiciones cinematográficas, lo que Jarkko Riihimäki ha compuesto pide ser grabado. Una pieza redonda de un proyecto que homenajea a un niño que evoca y recuerda a todos los que como él, se vieron obligados a buscarse y ganarse la vida en unas condiciones, un tiempo y un lugar nada fáciles.

El niño y la bestia, Teatro Fernán Gómez (Madrid).

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