Una historia ambientada en tiempos pretéritos y construida con una estética aguada, como si se tratase de una acuarela, en blanco y negro, aunque esté rodada en color. Una poesía se unen las imágenes y los sonidos, lo lírico y lo narrativo para relatar el conflicto por el poder tanto entre dos ciudades enfrentadas como entre dos hombres del mismo bando.
Sombra tiene aires de superproducción, todo lo técnico es a lo grande en sus dos horas de duración. Zhang Yimou ha contado con un despliegue soberbio -escenografía, fotografía, vestuario, efectos especiales…- para plasmar un guión que parece más una sucesión de poemas audiovisuales que de secuencias cinematográficas. El conflicto entre las ciudades de Jing y Pei se produce en paralelo al que existe entre el rey y el jefe militar de esta última. Una lucha en la que el comandante cuenta con un hombre sombra que actúa como su doble para preservar su integridad física.
Intrigas palaciegas, absolutismo monárquico y devoción al líder marcan las coordenadas -al son de una banda sonora llena de cuerdas y unas imágenes tan impactantes como bellas- en las que se desarrollan estas dos guerras paralelas. Una narración en cuyo guión pesa más la corrección de su estructura y la belleza de su formalidad de ambientación medieval que el desarrollo de su historia. Aunque esto es precisamente por lo que merece la pena ver Sombra -y por lo que quizás sea recordada-, por la capacidad sugestionadora de sus fotogramas, especialmente de aquellos en los que la lluvia -combinada con la coreografía de luchas y batallas- juega un papel estético fundamental.