Nina quiere dejar atrás el mundo en el que vive y la mujer que ha sido hasta hace bien poco. Nina es una actriz que lo quiere ser todo encima de un escenario. Y Nina es Nina, el personaje de Chéjov, esa chica ingenua que sale malparada por no saber modular cómo relacionarse con los hombres. Una soledad a golpe de whisky, nocturnidad y canciones de Nina Simone interpretadas brutalmente por Guadalupe Álvarez Luchía.
En La gaviota, la obra que Chéjov estrenó en 1896, Nina comenzaba siendo la musa de un aspirante a autor teatral para acabar rendida ante un escritor consagrado que la deja tras disfrutar la pasión inicial. El vuelve a su vida anterior sin carga alguna y ella se queda sola, embarazada y trabajando por teatros de mala muerte por toda Rusia. La mujer que sale al escenario del ambigú del Teatro Pavón también se llama Nina, puede que un nombre maldito que persiga a todas las así bautizadas con la maldición de nunca verse plenamente amadas ni realizadas en su profesión. Quizás Nina, la mujer que encarna a esa Nina, ha puesto fin a su relación con su novio o ha dejado que esa relación se terminara para no acabar como su antecesora.
Pero hay algo sano en ella. Y es que antes de dejar que la soledad y la neurosis se apoderen de su mente y de su cuerpo, desquiciándola y envejeciéndola, Nina -la de verdad, la que está antes del personaje y antes del fantasma- canta una y otra vez. Y lo hace con garra y energía, cogiendo aire, impulso y verdad desde más abajo del estómago. Pero también con calma y serenidad, con la pasión de quien abre sin pudor ni miedo el caudal interior, íntimo y profundo de las emociones. Ese que corre salvaje, de manera brutal, casi desbocado, que parece que nos va a arrasar, pero no lo hace, resultando tremendamente redentor.
Nina se identifica con las canciones que ha oído una y otra vez interpretar a Nina Simone y por eso se proyecta, se expresa, se muestra y se libera a través de ellas. Esta camarera que aún no ha abierto las puertas del local en el que trabaja, le cuenta y le canta al vacío quién es, qué siente, qué cree, qué quiere y qué desea entonando las letras de la cantante a la que admira con la misma entrega que si estuviera ante cientos o miles de personas. Haciendo que su acento argentino parezca salido de los bajos fondos de un club neoyorquino, que nuestros ojos la vean en blanco y negro en una atmósfera de cigarrillos acompañada por las notas al piano de Juan Ignacio Ufor.
La otra mujer es un concierto, un café, un monólogo musical lleno de lirismo en el que Pablo Messiez hace que lo que podría ser una colección de despechos y miserias se convierta en una lograda exposición personal, que una aspirante a actriz y cantante muestre unas dotes interpretativas y un chorro de voz propios de una estrella, y que Guadalupe Álvarez Luchía brille como tal.
La otra mujer, Teatro Pavón (Madrid).
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