Una película que no pretende superar la música del grupo retratado ni hacer de sus canciones y actuaciones su guión en modo videoclip. Un biopic muy bien construido cuyo hilo narrativo son las relaciones humanas, más que las artísticas, entre sus personajes. Y aunque le falte un poco de profundidad en lo que respecta a la vida personal de Freddie Mercury, fluye teniendo siempre claro su objetivo de conectar con el espectador.
Cuando sus compañeros le preguntan a Brian May qué hace golpeando el suelo rítmicamente con un pie a ritmo de dos más uno, él les contesta que quiere crear una canción en la que el público tenga que participar activamente para darle forma y que de esta manera la hagan suya. Y lo logró, vaya que si lo logró. Desde que We will rock you fuera lanzada en 1977 y se interpreta o suena en una concentración, todo el mundo al unísono tararea su título mientras hace vibrar el lugar en el que esté con la percusión de sus extremidades.
Algo así es lo que supone Bohemian Rhapsody. Más allá de contarnos la historia de cómo surgió Queen o el liderazgo que en ella tuvo Freddie Mercury, que también, lo que le da hilo argumental es su deseo de mostrar el proceso creativo y evolutivo que fue dando pie a algunas de las canciones que más hemos escuchado en las últimas décadas. Desde la inspiración al trabajo en equipo de los cuatro integrantes dándole forma a ese impulso, experimentando con cuanto se les ocurriera en el estudio de grabación y dejándose llevar por los canales comerciales de la industria discográfica, pero nunca permitiendo que esta les encorsetara.
Ahí es donde radicó la originalidad de Queen, lo que les dio entidad como banda de rock y lo que permitió que una personalidad tan desbordante como la de Mercury pudiera desplegar plenamente su creatividad y sensibilidad, y aunque con sus tensiones y sus conflictos, complementándose con la de sus colegas.
Pero mientras que en el terreno musical, la profundidad a la que llega Bryan Singer es suficiente para llegar a conmovernos. Conocemos las canciones y ver cómo son convertidas en cine –y no utilizadas únicamente como banda sonora- hace que en esos pasajes la película nos emocione, nos haga vibrar. En este otro lado, en el de lo humano, en lo referente a la homosexualidad, la soledad y la intimidad de Freddie, ese intento de darle el mismo peso objetivo no es suficiente.
El tiempo de proyección dedicado a su privacidad es más que suficiente, cierto es que no se trata a la ligera y no se evite ninguno de sus matices (la promiscuidad, las fiestas, las drogas, el VIH), pero el resultado es que estos pasajes son casi informativos, les falta ir más allá de lo meramente descriptivo. Bohemian Rhapsody no elude la verdad, pero no arriesga a la hora de contarla y en lugar de convertir estos pasajes en un relato valiente, hace de ellos casi un telefilm. Un desequilibrio que queda salvado por su buena factura técnica y narrativa y por la excelente interpretación de todo el elenco. Especialmente de Rami Malek, quien da entidad propia a su trabajo, transmitiendo en todo momento el carisma de Freddie Mercury pero sin resultar un imitador.
Nos podemos imaginar qué pasaba por su mente cuando en 1986 lanzaron el single Who wants to live forever, pero lo que está claro es que, y tal como demuestra esta película, es que Queen y Mercury siguen vivos para muchos de nosotros.