El día a día de un hombre que comenzó su trayectoria como representante público durante la Transición para convertirse posteriormente en ministro (de Industria y Energía primero y de Economía y Hacienda después) durante uno de los períodos de mayor transformación de nuestro país y concluir su carrera política como portavoz del PSOE en el Congreso. Notas en las que de manera somera repasa las decisiones tomadas, valora las acciones por realizar, analiza la veracidad de lo publicado por la prensa, elogia a quien aprecia y critica sin piedad a aquellos de los que discrepa.
Con la templanza, e incluso frialdad, que genera la distancia temporal, el hombre que dirigió la transformación industrial y económica que hizo que España pasara de ser un país con ecos aún autárquicos a una economía sólida y clave tanto en el panorama europeo como internacional, publicó meses atrás los apuntes personales que a modo de diario tomó mientras estuvo al frente de distintas responsabilidades públicas en el ámbito estatal.
Tras haber sido Consejero de Comercio en el País Vasco, Solchaga llegó a la Carrera de San Jerónimo en 1980 como diputado por la provincia de Álava. Desde sus primeras anotaciones el 14 de abril de ese año queda claro que aquel fue un tiempo especialmente convulso, en la que la aún incipiente democracia estaba más centrada en su propia supervivencia que en crear reglas, estructuras y procedimientos que generaran progreso y desarrollo para todos los españoles. La desmembración del partido gobernante (UCD), el intento del golpe de estado del 23F y el salvajismo terrorista de ETA no lo pusieron nada fácil.
El punto de inflexión llegó el 28 de octubre de 1982 cuando el PSOE ganó las elecciones generales, algo que parecía imposible que ocurriera tan solo unos meses antes. Comenzó entonces una etapa en la que Solchaga fue nombrado Ministro de Industria y Energía, cartera desde la que le tocó poner orden en un sobredimensionado, antiguo y nada tecnificado tejido productivo de escasa eficiencia y menores resultados aún. Una vez sentadas las bases de este proceso, y tras la marcha de Miguel Boyer, pasó a dirigir en 1985 el Ministerio de Economía y Hacienda, a cuyo frente siguió tanto hasta el final de esa legislatura como en las dos posteriores (1986-1989 y 1989-1993).
En sus nuevas responsabilidades, Solchaga se encargó de pilotar el proceso de entrada de España en la CEE y de adaptar nuestra pequeña y cerrada economía a los modos y maneras del entorno internacional al que aspirábamos. Una tarea de gran responsabilidad en la que, según él, tuvo enfrente a los sindicatos (con hitos como el de la huelga general del 14 de diciembre de 1988 en que hasta RTVE suspendió sus emisiones), luchó con las interferencias del bando guerrista de su partido y fue objetivo de la desinformación intencionada y la opinión sesgada de muchos periodistas. Pero en la que también contó con el apoyo del Presidente del Gobierno, con equipos profesionales altamente cualificados y colaboradores comprometidos con los objetivos a conseguir.
Fueron ocho años en los que se reordenaron muchos sectores (eléctrico, transportes, financiero,…) que hasta entonces hasta entonces habían estado dominados por empresas públicas o con un alto grado de atomización, se construyeron grandes infraestructuras (autovías, AVE,…), se dio forma al Estado de Bienestar (subsidio de desempleo, pensiones, becas, sistema sanitario,…), se crearon organismos para atender a las exigencias de la nueva realidad (Consejo Económico y Social, Agencia Tributaria,…) y España comenzó a formar parte de las grandes organizaciones financieras a nivel internacional (FMI, Banco Mundial,…).
Llegado 1993, la honda crisis económica y financiera que el país arrastraba desde hacía ya muchos meses y el auge de los casos de corrupción –sobre todo entre sus compañeros de partido- le hizo pedir el relevo a Felipe González y tras las elecciones del 6 de junio de ese año pasó a ser portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados, puesto que ejerció hasta su dimisión el 5 de mayo de 1994.
Más de una década de reflexiones y observaciones que, en buena medida, revelan cómo son las trastiendas del poder ejecutivo y legislativo y los intereses personales y partidistas que en ocasiones, incluso, se imponen en detrimento del beneficio común del conjunto de los ciudadanos. Una realidad pública alejada de los focos en la que estos Diarios de un político socialista (1980-1994) muestran a un Solchaga resistente a las presiones y con gran determinación en sus principios, que no esconde su desprecio ante las deslealtades de muchos compañeros socialistas, ni su enfado ante las posturas nada dialogantes de sus oponentes a la hora de negociar, y muy seguidor de la imagen que proyectan de él los medios de comunicación.