El mito de Lolita llevado al aula mediante el diálogo cercano y la tensa distancia entre el adolescente y el adulto, entre los ideales y la experiencia, entre la osadía y las reservas. La homosexualidad como algo velado, expresada y encubierta a partes iguales utilizando los versos de Walt Whitman y Federico García Lorca tanto como forma de declaración como de maniobra de distracción.
Las once escenas de esta obra son otros tantos combates dialécticos entre Juan Manuel, un profesor de literatura treintañero que destila seguridad y confianza en sí mismo, y Andrés, un joven deseoso de comerse el mundo y cansado de tener que darse de frente una y otra vez con los muros que los adultos ponen en su camino. Cada uno sienta cátedra a su manera desde la etapa en la que nuestra sociedad y el sistema educativo les coloca, en una altiva madurez al primero, en la rebelión constante al segundo.
El profesor juega constantemente a la seducción, desplegando sus encantos y su presencia, verbo mediante, ante el público estudiantil que se encuentra en sus aulas. Mientras tanto, el alumno dispara de manera certera contra la amplitud de sus alardes retóricos buscando las afirmaciones que le confirmen en sus planteamientos o le guíen para llegar a las posiciones desde las que seguir construyéndose a sí mismo. Frente a los circunloquios y los juegos formales del docente, su pupilo se expresa con una claridad que les pone a prueba a los dos. A sí mismo al verse obligado a convertir en acciones su dictado verbal, y a su superior al dar con la clave que desvela a la persona que se encuentra tras el personaje.
Una atracción y un enfrentamiento ambientados en nuestro presente (De hombre a hombre fue publicada originalmente en 2008) con dos barreras que terminan haciendo acto de presencia, la diferencia de edad y una homosexualidad que se manifiesta inicialmente con circunloquios poéticos. Hasta que se sabe que se puede hablar con claridad y entonces se pone sobre el tablero de juego otra partida más, la de la aceptación y los prejuicios del entorno familiar, social y laboral. Frente a estos frenos, el deseo, la atracción y la ilusión del amor que se manifiestan recurriendo a la poesía de Walt Whitman (Canto a mí mismo) y a la de quien le admiró y le dedicó una oda, Federico García Lorca, así como a uno de sus más claros referente musicales, el cubano Silvio Rodríguez (Por quien merece amor).
Así es como Mariano Moro Lorente hila con efectiva sencillez en una progresión lineal –directa a su objetivo, sin otras tramas o personajes que desvíen nuestra atención- las diferentes etapas que recorre la relación en la que se van trenzando sus dos personajes. Un vínculo que se puede comparar con otros de similares características, como el narrativo de Nabokov o el clásico entre Sócrates y Alcíbiades. Menciones expresas que dan pie a reflexionar sobre la separación y la unión de los planos físico y emocional que se le supone al amor correspondido, así como a su posibilidad de materializarse ante las presión y el escrutinio de las convenciones sobre las que edificamos nuestras vidas.