El bagaje de cuarenta años de biografía, el balance de todo lo vivido por Fer y de los capítulos que conforman el libro de su presente, el ajuste entre las distintas piezas que conforman el puzle de su familia. Alejandro Palomas plasma con gran belleza, equilibrio y naturalidad cuanto pasa por la mente de su protagonista durante unas horas de tensa y amarga, pero también sosegada y meditada espera. Desde lo más ligero y superficial, los lugares comunes en los que nos refugiamos, a los más íntimos y ocultos, aquellos que rehuimos para no volver a encontrarnos con el dolor que allí dejamos.
Las páginas se suceden con sensación de estar leyendo un relato en tiempo real. De tener sentado al otro lado de la mesa a un personaje de carne y hueso y mirada honda que se está percatando de lo que sucede a su alrededor, pero cuya atención y verdadero interés está navegando por coordenadas que, a pesar de estar relacionadas con el aquí y el ahora, se encuentran en otra dimensión. Un mundo que está formado por los recuerdos –unos más cercanos y otros más difusos-, el balance -lo logrado y los asuntos pendientes- y la incertidumbre que depara un futuro cuyo devenir no está al alcance de sus manos.
Ese oleaje de suave marejada, pero con pequeños remolinos traidores bajo su superficie es el medio fluido en el que se sumerge Palomas para contarnos todo aquello que se encuentra en ese mapa que su protagonista no tiene completamente cartografiado. Con la misma precisión que un geógrafo nos da a conocer cada elemento, desde ese preciso punto en el que se puede ver su individualidad pero también dejando patente cómo es resultado de aquello con lo que interactúa.
Así es como conocemos a una mujer que es también esposa y madre, o a un hijo que, a pesar de ser adulto, sigue buscando en su progenitora al referente que encontraba cuando era niño. Junto a sus hijas y hermanas, Silvia y Emma, Amalia y Fer forman la familia que son hoy en día. Quizás atípica y poco convencional en sus formas, pero unida por lo mismo que cualquier otra, por el afecto que nace no se sabe cómo de la biología y que perdura y crece con el paso de los años. Ese vínculo invisible es el que Alejandro nos hace tangible en todo momento, tanto cuando toca relatar los comportamientos individuales de cada uno de ellos como a la hora de hacerlos interactuar entre sí en la variedad de registros que tiene la vida.
La comicidad de Amalia, una mujer mayor a la que la velocidad del mundo actual le supera. El afán de control y superación de Silvia y la asertividad de Emma, como manera de evitar que se abran las heridas del pasado o de que surjan otras nuevas. O el momento de examen íntimo y profundo al que se ve obligado Fer por la abrupta amenaza de la soledad. Realidades cotidianas, pero también circunstancias vitales que Alejandro Palomas describe y dialoga con gran naturalidad, emocionándonos y haciendo que nos sintamos partícipes de esa reunión y conversación en la mesa de un bar de Barcelona en la que se siente, y desde la que se ve, la vida pasar.
Fantástica la forma de relatar de Alejandro Palomas.
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