“Stefan Zweig: Adiós a Europa”

Una película estructurada en seis secuencias que resumen el exilio de un intelectual que nunca dejó de pensar en su tierra de origen. Diálogos precisos que recogen los dilemas y conflictos morales que le supusieron a este brillante escritor y ensayista austríaco alejarse de sus raíces europeas en la última etapa de su vida. Una dirección sobria y delicada que subraya eficazmente cómo es sentirse continuamente fuera de lugar.

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Los primeros minutos de proyección son un largo plano secuencia que se inicia con la puesta a punto de los últimos detalles de una mesa de gala para una veintena de comensales sobre la que se superponen los títulos de crédito. Tras el fin de estos, la cámara sigue en su sitio y nos deja ver cómo se abren las puertas de la estancia, entran los invitados y se van disponiendo a lo largo del espacio para una vez situados, y antes de sentarse, atender a la bienvenida que se le da a Stefan Zweig, a la que él responde agradeciendo las amistades que ha hecho en los pocos días que lleva en Brasil.

Este es el prólogo que nos da las claves de lo que será el resto de la película. Una cuidada escenografía, de tintes casi pictóricos y representación costumbrista, en la que la cámara mantendrá siempre una posición discreta –volviendo al plano secuencia en su muy logrado epílogo-. Así es en los distintos pasajes que nos llevan desde 1936 a 1942 a Buenos Aires, Brasil, Nueva York y finalmente a Petrópolis, la ciudad brasileña en la que Stefan se suicidó junto a su esposa. Siempre con calma y sosiego, para que todo el protagonismo recaiga en las palabras que se pronuncian y los gestos con que se les responde.

Adios a Europa nos muestra a un hombre con una eterna voluntad de atender al público, pero con el gesto adusto que le provoca la necesidad de refugiarse en sí mismo ante la continua presencia que tiene en su aquí y ahora lo que está sucediendo a miles de kilómetros de distancia en el viejo continente, primero el auge del nazismo que prohibió la edición de sus obras y, posteriormente, el horror exterminador de la II Guerra Mundial. Ya sea por las preguntas que le lanzan sin descanso los periodistas durante su intervención en un congreso de escritores o por la opinión de su ex esposa reclamándole que recupere los manuscritos que allí dejó. Todo le conduce a una paradójica claustrofobia vital, parece sentir su libertad como una condena por el hecho de no haber permanecido allí donde otros muchos, tan inocentes como él, estaban perdiendo su vida.

Podría parecer que es difícil empatizar con un hombre de gesto contenido y que apenas sonríe, pero observándole desde la distancia que pide mantener, el Stefan Zweig que esta película retrata resulta un mapa abierto sobre uno de los grandes conflictos del ser humano, la incapacidad de mirar hacia el futuro y la imposibilidad de transitar por el presente cuando el pasado reclama toda nuestra atención.

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