Rabia y sangre fría como motivación de una historia que se plasma en la pantalla de la misma manera. Contada desde dentro, desde el dolor visceral y el pensamiento calculador que hace que todo esté perfectamente estudiado y medido, pero con los nervios y la tensión de saber que no hay oportunidad de reescritura, que todo ha de salir perfectamente a la primera. Así, además de con un impresionante Antonio de la Torre encarnando a su protagonista, es como le ha salido su estreno tras la cámara a Raúl Arévalo.
Hay muchas maneras de narrar, pero Raúl Arévalo ha elegido hacernos sentir lo que tiene tras de sí Tarde para la ira, la sensación primaria de su título y cómo esta no solo condiciona nuestro pensamiento, sino también el modo en que ejecutamos lo que ideamos en nuestra mente. Aquellos que vayan al cine esperando ser entretenidos, olvídense de este objetivo tan simple porque no lo van a conseguir. Aquí nadie se libra y todos y cada uno de los asistentes se verán obligados a estar dentro del coche, el bar, la casa, el hospital, el gimnasio y demás localizaciones de esta película sintiendo el miedo, la rabia, el anhelo y la desesperación que están tanto en las ganas de vivir como en el absoluto vacío existencial en el que se mueven estos habitantes del extrarradio de Madrid.
No hay un segundo de tregua ni una excusa para escaparse mentalmente durante la hora y media de proyección. Al principio parece que esta va a ser una historia tranquila, pero el aparente silencio y el monótono sosiego que vemos y escuchamos son la cocina a fuego lento en la que se están fraguando una serie de hechos que serán tan salvajes como ineludibles. Pero tanto en este previo como cuando explote todo, cada secuencia tiene el tiempo que le corresponde, sin prisa pero sin pausa, sin excesos pero sin censura, únicamente con las elipsis que conlleva el lenguaje cinematográfico. Así es como está reflejado en un guión preciso y perfectamente acotado y como se lleva a la pantalla, colocándonos a través de la cámara allí donde está la tensión y el avance de la trama, ya sea en el café con un chorrito de cognac, en la bota que se posa sobre el suelo o como un comensal más en la mesa en la que se desarrolla una tensa comida.
Un sistema en el que todo gravita en torno a Antonio De la Torre, a su imponente presencia y a la riqueza expresiva de su mirada en un catálogo de registros que van del dolor a la rabia, del amor a la tristeza, del tesón a la inevitabilidad. Un papel que borda y en el que demuestra que tiene dotes de mitos del cine como Robert de Niro o Clint Eastwood. Junto a él otros dos dueños de la pantalla, Luis Callejo y Ruth Díaz, perfectos secundarios, tan complementarios de la Torre como protagonistas en sí mismos. A Raúl Arévalo le ha salido una película redonda, tanto en lo expresivo como en lo técnico la efectiva sobriedad de Tarde para la ira no solo funciona, sino que sorprende gratamente dejando un muy buen sabor de boca. Además de como actor, ahora vamos a querer ver también su siguiente película como director.
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