Un texto clásico hecho actual con elementos que le aportan ritmo, gracia y frescura. Una compenetración entre sus nueve intérpretes que consigue que todo cuanto sucede sobre el escenario esté lleno de vida, que sea fluido y espontáneo, como si no tuviera otra manera de ser. ¿Resultado? Un público entregado y dos horas de sonrisas, risas y carcajadas sin parar.
Puede ser que lleva tras de sí muchas representaciones –el estreno de este montaje tuvo lugar el año pasado-, quizás sea el buen trabajo de texto y de dirección tras él, así como un cuadro actoral fresco y lleno de gracia, pero de lo que no hay duda alguna es que Los desvaríos del veraneo tiene tras de sí tres de las virtudes a las que aspira una representación teatral.
En primer lugar, y tal y como corresponde, contar con un buen texto. Un clásico italiano del siglo XVIII en este caso, pero a sabiendas de que hoy las historias exigen un ritmo más ágil que entonces y con evolución no tan previsible como en la Venecia de hace doscientos cincuenta años, José Gómez-Friha ha introducido en ella actualizaciones y disgresiones que están tan bien encajadas que los amores y desamores que se nos cuentan, crecen con ellos. Los elementos de hoy en día –como las canciones o los selfies – combinados con los atemporales –las diferencias de clases y el juego de las apariencias- hacen que la historia resulte presente y moderna, puede que no actual, pero con la que se conecta gracias a su hipérbole y su exageración. Momentos de delirio en los que ya no se sabe si el público ríe por lo que ve y escucha o si los actores resultan hilarantes por la contagiosa carcajada del público instalada en el patio de butacas.
Lo segundo, alguien que le dé a lo escrito una dimensión humana, creíble y empática. Ese es el director, y puede que sea porque es también el responsable de la adaptación de la obra originalmente escrita por Carlo Goldoni, pero lo que Gómez-Friha consigue es sobresaliente. No necesita de grandes alardes escenográficos ni recurrir a elementos ajenos a lo teatral –hoy que está tan en boga servirse de lo audiovisual – para hacernos subir a la montaña rusa que es esta obra. Si por algo destaca su dirección es por la efectiva manera en que están hilvanados sus distintos elementos como las tramas principales y secundarias, los comportamientos de los personajes y las entradas y salidas de los intérpretes de la representación. Un carrusel de subidas y bajadas, cambios de velocidad y de orientación sin previo aviso de las distintas líneas argumentales que encajan a la perfección y se siguen desde la butaca con entrega total.
El tercer motivo son sus nueve actores. O habría que decir, mejor, el décimo, el resultado de la fusión, de la unión, de la suma de este acierto de casting. Cada palabra, cada gesto, mirada o movimiento resulta una prolongación del libreto, instantes en los que tan importante como quién es el encargado de su enunciación, lo es también qué motiva lo que se dice y a quién va dirigido. Así es como se va tejiendo este tapiz en el que cada puntada lleva consigo el crecimiento de todo lo visto hasta entonces en un enriquecedor in crescendo sobre la organización de unas vacaciones de verano, la selección de los compañeros de viaje, decidir qué llevar en la maleta ante la previsión de actos sociales en destino y las relaciones llenas de confusiones entre padres e hijos, señores y criados o vecinos y pretendientes.
Los desvaríos del veraneo en el Teatro Infanta Isabel (Madrid)
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