«Jason Bourne»

Cuarta entrega de las andanzas del agente especial que le salió rana a los servicios secretos estadounidenses. Persecuciones en moto, en coche y a pie, localizaciones en abierto en grandes ciudades europeas y norteamericanas, secretos de estado que involucran a gigantes empresariales de las redes sociales. Una producción hollywoodiense a lo grande cuyo principal contenido es el ruido, tanto sonoro como visual, de un guión que aspira a poco más que entretener.

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Comienza Jason Bourne demostrándonos lo gran luchador que es su protagonista, venciendo por KO un combate en la frontera entre Serbia y Albania y mostrándonos de paso su impresionante musculatura y sus perfectos abdominales. Queda así claro que Matt Damon es también el productor de la cinta y que este personaje es para él es lo mismo que el Ethan Hunt de Misión: imposible para Tom Cruise. Pero a diferencia de en aquella, aquí estamos en el lado oscuro de la realidad, ese en el que aunque EE.UU. tiene una posición hegemónica en el mundo, sus modos y maneras no están siempre del lado de lo legal, qué decir ya de lo ético.

Bourne vuelve en esta ocasión con un doble objetivo, descubrir cómo fue su proceso de selección por parte de la CIA y cuáles son los nuevos y ocultos proyectos que ésta tiene en marcha. Un dos en uno ya que ambos asuntos –y las personas involucradas- están más ligados de lo que parece y todo apunta a que, además, están relacionados con el asesinato de su padre. Un doble fin para el héroe, conseguir el sosiego personal y aportar luz a algo que puede afectar a la humanidad ya que hay indicios de algo turbio en lo que respecta a la seguridad de los datos personales que sobre todos nosotros acumula un gigante 2.0 de Silicon Valley en colaboración con representantes gubernamentales.  Para que quede más claro aún, el personaje que representa al mundo empresarial aparece en un gran escenario haciendo una presentación ante cientos de personas con ademanes como los de Steve Jobs o Mark Zuckerberg.

Y entre los interludios de estas intrigas dialogadas en despachos sobrios y antros de los bajos fondos, persecuciones por distintas ciudades vividas como si fuéramos los que estamos huyendo u observándolas desde las salas llenas de pantallas de seguimiento en la central de los servicios de inteligencia norteamericana. Todo expuesto con un gran despliegue visual, un excelente trabajo de montaje, pero tan minucioso, milimétrico y preciso por conseguir el máximo apabullamiento que se va a cotas de efectos de sonido e imágenes por segundo -¿fuera de foco incluso a la manera de pinceladas impresionistas?- que a duras penas se consiguen procesar.

La primera secuencia a toda velocidad discurre por Atenas, durante una de las muchas protestas populares motivadas por los recortes del gobierno griego, detalle que parece le va a dar a la película un toque geopolítico. Pero no, es la capital helena como podría ser cualquier otro lugar, como lo son posteriormente Berlín, Londres o Las Vegas en un más a más, más choques, más golpes, más coches destruidos, más figurantes gritando y corriendo en todas direcciones,… Un exceso que es todo lo contrario en cuanto a gestualización, quedando esta reducida a una continua mirada fría, fija e intensa por parte de Matt Damon, Alicia Vikander, Tommy Lee Jones y Vincent Cassel. Las justas y necesarias para hacer que la historia evolucione y que Jason Bourne sea uno de los éxitos de la taquilla del verano.

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