Parecen inalcanzables cuando están sobre el escenario de un gran teatro, sin embargo, los bailarines de la Compañía Nacional de Danza resultan tan o más grandes, y su trabajo aún más bello, hipnótico y seductor cuando puede ser disfrutado en un reducido espacio como es el de La Pensión de las Pulgas. En su interior no existen distancias ni jerarquías entre intérpretes y espectadores y todos juntos se integran en este hermoso espectáculo.
Introducción. Normalmente la portería es el espacio en el que te piden que apagues tu móvil antes de entrar en las salas. En esta ocasión, la tensión que precede al inicio de la representación se acrecienta cuando te dicen que te coloques adecuadamente para comenzar aquí mismo. Entonces, entre la aglomeración de personas en las escaleras de acceso, baja un cocinero dispuesto a poner sobre su puesto de trabajo los metafóricos ingredientes del plato que vamos a disfrutar. Una cebolla, que no falte un poco de drama bien picado, unos huevos batidos velozmente, con ese movimiento elíptico y fluido que incita a la imaginación, y unas gotas de cerveza, que supongo bien fría, bien fresca. Por arriba y por debajo de la mesa, al alrededor, en el sentido de las agujas del reloj y contra él. No hay orden, sentido o plano que se le resista a este chef ágil, ligero y feliz que como un narrador de cuento nos pedirá que le sigamos al interior de esta historia que acaba de comenzar.
Cuadro I. Pasamos a la sala de las visitas por donde deambulan todos los integrantes de la Compañía, en un punto que recuerdan a las bailarinas de Degas, pero también a esas fiestas pop de los años 60 llenas de geometrías de color. Quizás estamos en algo semejante a estas últimas porque parece sonar Henry Mancini y la sensualidad de sus definidos cuerpos y la elegancia de sus movimientos ralentizados nos trasladan en el tiempo a aquellas aglomeraciones alocadas como las que se ven en Desayuno con diamantes. En ellas nadie interactúa con nadie pero, a pesar de las apariencias, todos los presentes resultan estar íntima y profundamente unidos. Un total del que se van produciendo descartes, a medida que sube la temperatura, hasta quedar únicamente dos personas, él y ella, complementarios, sincronizados, unidos por las miradas y en la respiración, en lo físico y en lo anímico.
Cuadro II. En la cámara de los espejos –donde aflora el recuerdo de la multiplicación hasta el infinito de Rita Hayworth en La dama de Shangai– se encuentra una joven que se nos muestra bajo un velo que cubre todo su cuerpo, a la manera de la niña que habitaba la mansión Amenábar de Los otros. Tejido de gasa que tamiza su imagen y bajo el que se desviste, del que intenta salir con movimientos articulados semejantes a los de una marioneta, pero cuyos hilos no sabemos quién mueve. Nos muestra sus posibilidades y sus facultades, un diamante en bruto, que nos imanta y nos atrapa, que nos arrastra, encendiéndonos y apagándonos como a ella.
Cuadro III. Nos conducimos al comedor, donde deambulan una mujer y dos hombres que parecen luchar, no sabemos si por ella, por hacer suyo este espacio, si por ambas cosas o por ninguna de ellas. Una incertidumbre que se quedará sin resolver porque de un momento a otro este lugar se llenará de bailarines que obvian que existen paredes que les limitan y crean para nosotros la ilusión de que nos movemos en una nube, en un barco, en un avión que varía de rumbo tan ágil y velozmente como ellos. Haciéndonos soñar que estamos en una comedia loca y disparatada como el camarote de los hermanos Marx, en un batiburrillo en el que todo lo que va, viene, y todo lo que sube, baja para volver a elevarse. Un fluir de dibujos animados, como los de la Fantasía de Walt Disney y los acordes modernos de los compositores clásicos de su banda sonora.
Al final, cuando los bailarines posan sus pies sobre el suelo y se para la música, brotan los aplausos del público transmitiendo felicidad e ilusión, así como la sensación de que lo que se ha visto y vivido ha sido algo único, mágico. Una experiencia en primera persona y a flor de piel que posiblemente recuerden por mucho más tiempo del que ahora imaginan.
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