Un texto y un ambiente de hace quinientos años sobre el amor, el poder, el deseo y la ambición hecho cotidiano y cercano. Grandes caracterizaciones y mejores interpretaciones en una puesta en escena con una atmósfera envolvente que hace del escenario y el patio de butacas un espacio único.
La Celestina es más que una obra literaria, es uno de los conceptos clave de la cultura española, entendido como esa persona que de manera oscura mueve los hilos para unir a aquellos que de otro modo no conseguirían llegar a juntarse. Un significado que ha dejado por el camino que quien hace de mediador es alguien interesado y manipulador, una vieja zafia y mentirosa que no busca más que el beneficio propio basándose en la superchería, el miedo y la ignorancia de sus víctimas. Hasta ahí es donde nos lleva el montaje de José Luis Gómez, haciéndonos ver cuáles son los ingredientes que permiten que la superstición se convierta en una historia tan salvaje, dura y descarnada como esta.
En el origen de todo, la trampa que supone el desconocimiento de las emociones. Así, cuando llegan y las sentimos de repente, sin previo aviso, el desconcierto se apodera de nosotros, de Calisto –un potente Raúl Prieto- hace un torrente que lo entrega todo a su paso, mientras que en Melibea –una delicada Marta Belmonte- se convierte en un miedo atroz que la bloquea y la pone a la defensiva. Dos caras de una misma debilidad, un terreno fértil para la rapiña egoísta y animal de los opuestos a ellos, aquellos que no tienen sentimientos, pero que tampoco disponen de condiciones de vida que les permitan hacer de sus corazones el leit motiv de sus días y sus noches. La supervivencia manda y el maniqueísmo combinado con la diferencia de clases, la exigida formalidad y el qué dirán son los que establecen las reglas del juego. Un terreno en el que la puta vieja que encarna Gómez se mueve con una agilidad mental y un verbo fino y agudo que resulta anacrónico con lo hondo de sus arrugas, lo ajado de sus cabellos y el deterioro de sus ropas.
Las palabras de Fernando de Rojas transmiten desde el escenario del Teatro de la Comedia tanta fuerza como debieron tener sobre las páginas en las que se imprimieron por vez primera en 1499. Nos sobrecogen en los pasajes de afecto como de igual manera nos hacen gozar en los momentos carnales, así como provocar la risa y la carcajada en los cuadros de burla primaria y comedia pagana. Una multitud de focos argumentales con una creativa escenografía que genera múltiples ambientes con sus juegos de escaleras y pasarelas, así como con los submundos que surgen bajo sus tablas. Desde ahí abajo llegan aquellos que representan el pecado y el vicio en todas sus versiones capitales –la gula, la lujuria, la soberbia, la ira,…-. Un magma del que emerge una Celestina auténtica, dueña y señora de las luces y las sombras por las que transita y a la que José Luis Gómez encarna con una maestría que está por encima del debate hombre o mujer. Junto a él, y además de la pareja protagonista, un plantel de secundarios que aportan tanto albor al conjunto, como toman de este en sus momentos individuales.
La Celestina, en el Teatro de la Comedia (Madrid).
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