Tom McCarthy ha realizado una gran película en la que lo cinematográfico se mantiene en la sombra para dejar todo el protagonismo a lo que verdaderamente le corresponde, al proceso de construcción de una noticia a partir de un pequeño dato, demostrando cuál es la función social del periodismo y por qué se le considera el cuarto poder.
La labor del periodismo no es solo la de acercarnos aquellos hechos que en el día a día nos dan las coordenadas de dónde estamos a nivel local, regional o nacional. Su deber es también contarnos cuáles son los procesos que están detrás de los acontecimientos, quiénes son las personas que toman las decisiones, qué implicaciones tienen estas, de dónde salen los fondos que las financian y a qué se destinan,… Poner luz donde no la hay y donde sí la hay, comprobar que esta es realmente transparente, que no hay filtros. En todo caso, no dar nada por sentado y desconfiar de aquello que se basa en reglas sin una base conocida, contrastada o periódicamente puesta a prueba. Estos son algunos de los principios que un periodista ha de tener interiorizados para ver lo que es invisible a los ojos de los que solo miran, bien por incapacidad para ir más allá, bien por su interesada negación de la realidad.
Todo esto es lo que, según muestra Spotlight, hicieron los periodistas del Boston Globe para llegar a demostrar que la Iglesia es una institución en cuyo interior la corrupción, la ilegalidad y el abuso no solo existen, sino que están consentidos y conviven como una pieza más del engranaje de su funcionamiento. Partiendo de los principios de la objetividad y la ética de la información, Josh Singer y Tom McCarthy han escrito una historia que es tan cinematográfica como periodística para guiarnos por las distintas fases de trabajo que culminaron en el titular de la portada del 6 de enero de 2002 del diario bostoniano, Church allowed abuse by priest for years.
En sus primeros minutos la cinta nos da a conocer cuál es la verdadera esencia de una redacción informativa, un lugar en el que se reciben y analizan datos de múltiples fuentes hasta detectar qué puede haber en ellos de noticiable, lo que hace que el trabajo de un periodista de investigación tenga mucho de intangible en sus inicios. Identificado un indicio a partir del cual construir algo sólido, comienza el proceso de transformación, lo que era una empresa editorial se convierte en un equipo humano -y una película- con el único propósito de llegar a desvelar y dar a conocer lo que ha estado sucediendo y obviándose deliberadamente desde hace mucho tiempo.
A lo largo de varios meses, los periodistas (los actores) dejan completamente a un lado su vida personal (el estrellato) para con gran dedicación profesional (grandes interpretaciones) ponerse al servicio de su misión (el papel que encarnan cada uno de ellos). Ir a donde haga falta, entrevistarse con quien sea necesario no importa la hora del día o de la noche, salvar los imprevistos inevitables y los obstáculos traicioneros para conocer todas las verdades, no solo la que no se veía, sino también la que sostenía a esta desde atrás, dando respuestas concretas y documentadas a las famosas cinco q (qué, quién, cuándo, dónde y por qué), aplicando únicamente adjetivos descriptivos y nunca calificativos.
Spotlight no solo será recordada por ser una gran película, sino también como una lección práctica de en qué consiste el verdadero periodismo en una época en la que, tal y como apuntan algunas de sus secuencias, se encuentra sumido en una doble lucha. La primera interna, encontrar su papel social y su subsistencia financiera en la era de la información accesible que ha supuesto la consolidación de internet. La segunda, la de ser capaz de mantener sus principios y objetivos al margen de las presiones manipuladoras de instituciones, grandes accionistas y financiadores.
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