Un texto tan atemporal e hipnótico como deslumbrante la puesta en escena dirigida por Alex Rigoda. Un espectáculo profundamente poético en lo verbal y plástico, con ecos de surrealismo pictórico, en lo visual. Provocación inteligente en una autopsia humana, intelectual y social que pone patas arriba prejuicios sin lógica ni coherencia, planos de lectura establecidos y órdenes impuestos.
Hay mucho Lorca aun por conocer y mucho más que diseccionar. Mucho Federico al que escuchar, y mucho más al que contemplar sin los cánones que pretenden encasillarle como el poeta y el dramaturgo de la víscera y del deseo, de los campos andaluces y de las costumbres que nos tienen presos en vida. Está el que viajó a Nueva York y supo tomar del surrealismo lo que este tenía de creativo y de estimulante dejando a un lado su ánimo de provocación y pose. Ese otro que comenzó entonces a establecer nexos de unión entre planos de conciencia y de significado como nunca antes nadie se había atrevido o sido capaz de hacer.
¿Quién es “El público”? Para un autor no son solo aquellos que van a ver sus obras. Es también el mecenas que como productor ha de financiarle, con la capacidad que esto le da de intervenir sobre su creación. Pueden ser los que ven en la representación y en la lectura del texto lo que el dramaturgo expone de sí mismo, accediendo así a la intimidad de su persona, a lo sensible y lo delicado, ahí donde se le puede infligir dolor y causar daño. El público es incluso el mismo escritor haciendo frente a los referentes que le construyeron literariamente, a los personajes y las estructuras a las que acudió una y otra vez para labrarse su propio camino creativo, pero de las que necesita deshacerse para trascenderse y evolucionar hacia otro estadio.
Todo esto es lo que exponen tanto el texto de Lorca, pero el de Granada no pretendía tan solo que viéramos y escucháramos. Él quería hacernos experimentar, que nos dejáramos llevar a un lugar en el que se pone en duda la aparente lógica de cuanto ocurre, que alcancemos la autenticidad de cuanto nos motiva, para así hacer de la emoción algo puro y verdadero. Normalmente, un texto comienza con palabras que entendemos y a partir de ahí sentimos. Pues bien, Lorca fue un maestro tras su viaje a Norteamérica en 1929 –escribió este libreto un año después- en ofrecer un recorrido opuesto, primer sentir a través de lo que escuchamos, y desde las sensaciones hacernos llegar a los conceptos que materializamos en palabras.
Un viaje al que Alex Rigola da forma en una propuesta que amplifica el viaje perceptivo y conceptual concebido por el genial granadino hasta cotas que hacen estremecer. Los juegos de luces, los efectos de sonido, la música en directo, la sangre y el firme movedizo, los movimientos perfectamente sincronizados (cuando no danzados) de hombres y mujeres desnudos, las composiciones corporales y la simulación de espacios de perspectiva infinita construidos con el método paranoico-crítico de Dalí,… hacen más brutal la lucha por acabar con mitos como el de Romeo y Julieta, el esfuerzo por no sucumbir a la culpa cristiana, clarificar la dicotomía entre el ser y el parecer o el ser fiel a uno mismo. Y como vehículo de todo ello, la entrega física, anímica e interpretativa de un elenco actoral en un ejercicio sin límites de servicio a un texto que gracias a ellos se hace dueño y señor de los que están del otro lado, de su público.
“El público” de Federico García Lorca, en el Teatro de la Abadía (Madrid).
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