Un texto sobre cómo la Iglesia ha tratado a la mujer a lo largo de su historia lleno de argumentos escuchados ya mil veces. Personajes nada creíbles por su carácter naif y cuya construcción parece haber sido dejada a la mejor voluntad de las actrices que los encarnan. El resultado es tener ganas desde casi el inicio de que llegue a su fin la hora y media de función.
Por mucho que nuestra Constitución diga que somos un país laico y que una gran mayoría de los españoles –según el CIS- se consideren ateos u agnósticos, está claro que lo católico forma parte tanto del aire que respiramos como de los Presupuestos Generales del Estado. La historia –dictadura franquista, por si no queda claro- más reciente dejó que la Iglesia tuviera un protagonismo que, como la lluvia, lo empapó todo, ahondando así en esa influencia que desde hace siglos ha ejercido en el arte o en las relaciones sociales marcando valores y la hegemonía masculina. Y no con un enfoque positivista, sino mediante la estrategia del miedo, del insulto, del desprestigio, además de desde el más absoluto y desvergonzado descaro.
De ahí nace el argumento de “La ramera de Babilonia” que arranca con una buena idea, leyendo titulares de prensa y declaraciones de mandatarios y representantes de la Santa Iglesia Católica justificando u obviando desmanes como la desigualdad de sexos o la pederastia. La lectura de los periódicos dura lo mismo que en la vida real, apenas un instante, y entonces como improvisadas contertulias de un programa televisivo matinal, las cuatro actrices comienzan a desgranar las acusaciones que desde el Vaticano se ha hecho a las mujeres desde tiempos inmemoriales. La intención diabólica del vestir sensual, la buscada provocación de las violaciones, sus inferiores capacidades frente a las de los hombres, y así un largo reguero de maledicencias con las que los herederos del legado de Jesucristo se han erigido durante dos milenios ya como garantes del equilibrio social.
La idea de esta obra no es original, llevamos décadas luchando para liberarnos de este yugo pretendidamente espiritual y que es también cultural, cuenta con sobrado material para contarlo tanto en forma documental como dramatizada. Por lo tanto, al autor que quiera afrontar este tema le queda por su parte el esfuerzo de la creatividad, del ingenio en la articulación del texto a elaborar y de proponer una puesta en escena que enganche por sí misma. De alguna manera los espectadores ya sabemos lo que nos van a contar.
Pues bien, nada de esto pasa en la propuesta de Ramón Paso. Los diálogos se suceden como conversaciones a la espera de tu turno en el puesto del mercado, como intervenciones sin ton ni son en esas reuniones de vecinos en noches de verano viendo la vida pasar a la puerta de casa. Las cuatro mujeres protagonistas que ejercen como narradoras son de un carácter naif, de una pose ingenua y de una eterna sonrisa con aires de mimo y supuestos aries cabareteros que resulta fingido y distante, nada creíble, llegando a lo extremadamente cargante. Con todo esto, a las actrices que las encarnan les queda poco margen para poder realizar un ejercicio profesional sobre el escenario y escapar de la sensación de representación de fin de curso de un taller teatral de la junta municipal de nuestro barrio (si es que nuestros Ayuntamientos siguen financiando este tipo de actividades).
“La ramera de Babilonia”, en Teatro Lara (Madrid).
Vaya como lo describes pues es más de lo mismo, hay cosas y situaciones que ya sabemos y aun así siguen las copias andantes