“La llamada”, diversión en el Teatro Lara

Casi dos años después de su estreno, esta obra sigue llenando el Teatro Lara en cada función, haciendo disfrutar al público con su frescura sin pretensiones y su eficaz punto medio entre la comedia y el musical.

LaLlamada

Que cuando vas a comprar entradas para una obra te encuentres con que has de cambiar tus planes porque está todo vendido es una situación que provoca alegría, una prueba de que el teatro sigue interesando. Y a la par despierta curiosidad por saber qué tiene, qué mantiene a “La llamada” en cartel desde su estreno en mayo de 2013. Estos podrían ser algunos de los motivos.

Uno. En el vestíbulo del Teatro Lara te esperan los miembros de la orquesta musical que luego verás en escena con su look de adolescentes estivales –pantalón corto rocky verde manzana luciendo piernas y camiseta amarilla- repartiendo flyers con reproducciones de los distintos protagonistas de la obra entre los espectadores. Primera sonrisa conseguida.

Dos. Al entrar en la sala llaman la atención dos cosas. Por un lado, las pancartas del campamento “La brújula” colgando del primer piso, desde cuyo centro desciende hasta el patio de butacas una escalera que recuerda a las de Broadway. Y en segundo lugar, en el escenario, con el telón levantado, una litera doble y una gran cruz de neón. Entre lo uno y lo otro y un patio de butacas a reventar –tanto que uno teme que vaya a haber overbooking-  ambientación creada y expectación ante lo que está por comenzar. Cuéntese con que lo que está por acontecer utilizará la propia platea como lugar en el que sucede parte de la acción.

Tres. El argumento, construido en base a tres grandes recuerdos de la memoria adolescente de buena parte del público asistente, los campamentos de verano en los que jugábamos a ser adultos a escondidas; una casposa educación religiosa; y ese muy mejor, pero que muy mejor, amigo o amiga con el que compartíamos ingenuos sueños de grandeza,  atrevidos vestuarios y un imaginado y luminoso protagonismo escénico que se resentían ante la losa de la realidad.

Cuatro. La música, doblemente protagonista, por formar parte del libreto –una monja que venera a Presuntos Implicados, la que hubiera podido ser una Sor Pop a lo Marisol y ese duo adolescente con “Lo hacemos y luego ya veremos”- y por la puesta en escena. He ahí a la orquesta que nos recibió en el vestíbulo en directo durante toda la función en escenario. Y aún hay más, desde arriba, desde el cielo, la voz masculina de Dios haciendo suyas las canciones de Whitney Houston, poniéndonos la piel de gallina y haciendo temblar la platea interpretando “I will always love you”, “I have nothing” o “Step by step”.

Cinco. La frescura de sus actrices, divertidas a rabiar, pura energía vital, entregadas a sus personajes, espontáneas como la vida misma. A su servicio un texto sin pretensiones con humor sencillo, directo, pensado única y exclusivamente para entretener y divertir. Esta es la clave última y primera de porqué una obra funciona, y aquí Javier Ambrossi y Javier Calvo parecen haberlo tenido claro. No han buscado encumbrar a sus actrices, ni ser reconocidos como grandes autores, sino que su máxima ha estado en quien es el alma del teatro, los que se sientan en la butaca. Y lo han hecho bien, “La llamada” no pasará a la historia de la dramaturgia, pero las muchas risas que se oyen durante sus dos horas y la sonrisa generalizada con que a su fin salen los espectadores de la sala, denotan que aquí hay un buen trabajo del que merece la pena ser espectador.

“La llamada”, en Teatro Lara (Madrid).

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